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En la suite del hotel.Eugenio estaba sumido en una tormenta de pensamientos, su cuerpo tenso, su alma desgarrada.—¡Mía nos engañó! ¡Es una Eastwood, una mujer egoísta! —exclamó María, su voz llena de veneno—. ¡No quiso compartir su riqueza, ni ayudarte en nada!Eugenio sintió cómo la furia lo envolvía.Era como si el mundo entero le estuviera dando la espalda, y la figura de su madre se alzaba como una pared de hielo entre él y el único ser que le había brindado apoyo en su vida.—¡Cállate, mamá! —gritó, la furia estampándose contra las palabras—. Ella me ayudó, estuvo a mi lado, apoyó mis proyectos, siempre estuvo conmigo. No hables mal de Mía, esto es mi culpa por permitir que tú y Leslie le hagan daño. ¡Ella no lo merece!María lo miró con desprecio.—¿Qué? ¡Ella debe darte una compensación por el divorcio! Hermano, sé listo, quítale mucho dinero, ¡lo merece! —dijo LeslieLas palabras de su hermana, tan frías y calculadoras, fueron la gota que colmó el vaso.Eugenio se giró brusca
Arly llegó a casa, sumida en la tormenta que su mente no podía dejar de repetir.En su habitación se despojó de sus ropas con furia y se sumergió en un largo baño.Al salir del baño, el espejo reflejaba a una mujer que ya no conocía.Se vistió, pero el peso de lo que había hecho, la incertidumbre sobre su futuro, todo la abrumaba. Una empleada entró en la habitación, rompiendo su trance.—Señorita Arly, Francisco la espera en el salón.El simple nombre de Francisco hizo que un nudo se apretara aún más en su estómago.¿Cómo iba a mirarlo a los ojos después de todo lo que había pasado?Tomó aire, intentando calmarse antes de bajar.La ansiedad la invadió por cada paso que daba hacia el salón.Pero, al verlo allí, esperando con esa mirada tan segura de sí mismo, todo lo que había planeado decirle se desvaneció.—Francisco, yo… creo que debemos posponer la boda —dijo, su voz temblando con la angustia de no saber cómo afrontar lo que estaba a punto de suceder.Los ojos de Francisco se tor
—¡Ella, Arleth es una serpiente! —exclamó Mia, con la voz cargada de furia y desesperación—. Necesito grabar lo que dices, tu hermano debe saber la verdad o arruinará su vida.Gabriel asintió con determinación y se acercó al celador.Sacó más dinero de su billetera y lo deslizó en las manos de los celadores, con una mirada intensa que no admitía negativas.El hombre dudó por un momento, pero el brillo de los billetes disipó cualquier objeción.Brandon, en cambio, asintió lentamente y, con un suspiro pesado, aceptó hablar frente a la cámara del móvil.Mia no perdió el tiempo.Su corazón latía con fuerza mientras grababa la confesión de aquel hombre, cada palabra que salía de su boca era como un cuchillo desgarrando los recuerdos que alguna vez la hicieron feliz.—Eugenio… si escuchas esto, por favor, no cometas el peor error de tu vida. Arleth te ha manipulado desde el principio. Todo ha sido una mentira... —la voz temblorosa del celador quedó registrada en el video, su expresión sombrí
Arleth sonrió con satisfacción, cruzando los brazos sobre su pecho mientras observaba a Eugenio.Su corazón latía con fuerza, pero no por nerviosismo, sino por la emoción de saberse victoriosa.«Por fin hiciste algo bien, Mia. Te largarás y me dejarás el camino libre. No me importa cuán rica seas. Mientras Eugenio tenga dinero y un futuro prometedor, tú puedes irte al infierno.»Contuvo una carcajada. Oh, cómo disfrutaba ese momento.Mia, la "esposa perfecta", la "mujer intachable", estaba fuera del juego.Y Eugenio, su Eugenio, tarde o temprano, aprendería a amarla y con eso tendría dinero estable y seguro.Sin embargo, su sonrisa se desvaneció cuando lo vio.Eugenio apretaba los papeles del divorcio con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos. Su rostro estaba desencajado, su mandíbula apretada y sus ojos oscuros brillaban con rabia.—¡No voy a permitir que me dejes! —rugió—. ¡No lo acepto, Mia!Dio un paso hacia la puerta, decidido a salir corriendo, a buscarla, a hacer lo
—¡Mia, por favor!La voz de Eugenio se quebró en una súplica desesperada, pero Mia apenas lo miró.Sus ojos, antes llenos de amor y ternura por él, ahora eran severos, fríos, impenetrables.Con un movimiento firme, soltó su mano.—Mañana podemos hablar de esto. Ahora no.Eugenio titubeó.Su mente aún trataba de entender lo que estaba pasando, pero asintió.—¡Haré lo que sea! —insistió, con la ansiedad, apretándole el pecho. Pero sintió un pequeño destello de esperanza.Mia entrecerró los ojos, midiendo sus palabras con cuidado.—Entonces, te veré en la suite del hotel donde te estás quedando. Cenemos. Pero no solo tú y yo. Quiero que tu familia esté ahí… y ella también. Arleth. Quiero que me demuestres frente a todos que serás diferente, como tanto dices.Eugenio sintió que su corazón daba un vuelco. ¿Era una oportunidad? ¿O una trampa? Pero no le importaba.Si eso significaba recuperar a Mia, lo haría.—¡Lo haré! —exclamó con la voz teñida de desesperación—. Haré lo que sea.La tensió
Al día siguiente, por la noche,Mia estaba lista para asistir al encuentro. Cada paso que daba sentía el peso de la angustia acumulada en su pecho, pero no había marcha atrás.Era hora de enfrentarse a la verdad, y todo lo que podía hacer era mantener la calma.—Hermana, déjame acompañarte.Mia titubeó. Miró a su hermano, los ojos brillando con una mezcla de preocupación y expectación.Sabía que Gabriel nunca podía quedarse atrás, que siempre deseaba involucrarse, pero esta vez el riesgo era mucho mayor.Finalmente, Mia asintió, con una sonrisa forzada.—Bien, pero esperarás afuera.Gabriel, por su parte, parecía satisfecho con la idea.Llevaba consigo a sus fieles guardias, y para mayor seguridad, su primo Ryan también lo acompañaría.El ambiente estaba cargado de tensiones no dichas, un nerviosismo palpable que se reflejaba en cada uno de sus movimientos.Al llegar al edificio, Mia les pidió que se quedaran en el vestíbulo, en un intento por mantener la calma y darles algo de espacio
Eugenio apretó los puños con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos.Su mirada fulminante se clavó en Arleth, quien, al percatarse de su furia, pareció encogerse en su propio cuerpo, temblando.El miedo la paralizaba. Sabía lo que se avecinaba.Pero Eugenio no pudo contenerse. Con un rugido de rabia, se abalanzó sobre ella, sujetándola del cuello con ambas manos.—¡Embustera! ¡Traidora, maldita! —su voz resonó como un trueno en la habitación.Arleth jadeó, su rostro enrojecido, sus ojos desorbitados suplicando clemencia.—¡Eugenio, suéltala! —gritó Mia, corriendo hacia él—. ¡No vale la pena!La voz de Mia fue la única ancla que lo hizo regresar a la realidad. Respiró con dificultad y aflojó la presión, dejando caer a Arleth como un trapo viejo.—¡Vete! —rugió—. ¡Vete de aquí antes de que me arrepienta de soltarte!Arleth tosió desesperadamente, su pecho agitándose con espasmos de aire.Con lágrimas en los ojos, se arrastró hasta los pies de Eugenio, aferrándose a su pantalón
Mia, Gabriel y Ryan entraron al bar con la intención de celebrar.La victoria que acababan de conseguir merecía un brindis, aunque ninguno de ellos imaginaba que la noche terminaría de forma tan amarga.—Brindemos por la maldad descubierta —dijo Ryan con una sonrisa que apenas ocultaba el agotamiento.Chocaron sus copas y bebieron sin titubear. Pero justo cuando el alcohol comenzaba a calentar sus gargantas, un sonido los detuvo. Sus teléfonos vibraron al mismo tiempo. Una notificación, una invitación.Ryan sintió un nudo en la garganta. Sus manos temblaron al abrir el mensaje. Su mirada se oscureció y un brillo de tristeza lo delató.Era la invitación a la boda de Arly y Francisco.El mundo pareció derrumbarse a su alrededor. Era como si la realidad le arrebatara el aire. Sintió que se ahogaba, que se desangraba desde dentro.—Debo irme —susurró con voz ronca, poniéndose de pie abruptamente.Gabriel lo miró con preocupación. Sabía exactamente lo que pasaba. Sabía que Ryan estaba al bo