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Al día siguiente, Vivian y Gabriel tomaron el vuelo de regreso a casa. Habían decidido vivir juntos, comenzar una nueva etapa, lejos del dolor y del miedo que alguna vez los separó.Vivian estaba mejor de salud. Los médicos la autorizaron a viajar, y aunque aún sentía cierta debilidad, la emoción de volver a casa, al lado del hombre que amaba, le llenaba de fuerza. Su vientre, ya abultado, era el recordatorio más hermoso de que dentro de poco su vida cambiaría para siempre.Al llegar al pent-house de Gabriel, la sorpresa la dejó sin palabras.El sol de la tarde iluminaba la habitación principal, pero lo que llamó su atención fue una pequeña extensión del cuarto. Al acercarse, su corazón se aceleró. Había una cuna rosada perfectamente colocada en el centro, rodeada de peluches y decorada con cortinas de tonos pasteles. En una de las paredes, unas letras doradas formaban la frase: “Bienvenida, mi pequeña princesa”.Vivian llevó una mano a su pecho, conmovida hasta el alma.—¿Tú… hiciste
El tintineo de las agujas de tejer llenaba la habitación con un ritmo constante y sereno.Mia y Mila trabajaban con dedicación, enhebrando cada puntada con amor y anticipación.Aunque Vivian hoy no estaba porque fue a una revisión médica.Las tres habían hecho una promesa: cuando naciera la pequeña hija de Vivian, celebrarían un bautizo conjunto para los bebés. Cada una tejería el ropón de su pequeño, y Paz, con su destreza, ayudaría en los detalles.—¿Cómo es que la loca de tu suegra apareció de nuevo? —preguntó Mila, arrugando la nariz con desdén—. Te juro que el árbol genealógico también se posa en los peores lugares.Mia soltó una risa ligera, aunque un poco amarga. Su mirada se posó en la cuna, donde su sobrino dormía plácidamente, ajeno a las sombras que a veces acechaban en el mundo de los adultos. Su pecho se llenó de ternura y, al mismo tiempo, de un sentimiento de protección tan grande que la hizo estremecerse.—A veces… esa mujer me da lástima —admitió Mia en voz baja—. Per
La anciana María lloraba. Sus manos temblaban al aferrarse al borde del suéter que cubría su cuerpo frágil. Sus ojos suplicaban, pero Eugenio se mantuvo firme, con los labios apretados y la mandíbula tensa.La escena se sentía irreal. Toda su vida había deseado el amor y la aprobación de su madre, pero ahora que la tenía de rodillas, no sentía satisfacción, solo un vacío desgarrador.Eugenio bajó la mirada. Le dolía. Era su madre, después de todo. ¿Cómo podía ser tan cruel con ella? Pero no podía olvidar. No podía ignorar todo el daño que le había hecho a Mia, las trampas, las mentiras, los intentos desesperados por destruir su felicidad. Su amor por su madre y su resentimiento chocaban dentro de su pecho, como dos fuerzas irreconciliables.—No —su voz sonó fría, distante—. Vete, mamá. Te di muchas oportunidades y me fallaste.Las lágrimas resbalaron por las mejillas de la anciana. Su rostro se contrajo en una expresión de dolor genuino, pero Eugenio no cedió.—Eugenio, por favor… —su
El regreso a la mansión Eastwood fue una decisión natural para Mia y Eugenio.Sus padres los habían llamado, insistiendo en que debían estar juntos en este momento de sus vidas.Paz, con su amor incondicional, deseaba ayudar a sus hijas a cuidar a sus nietas en sus primeros días para ser una ayuda para ellas, y Mia no dudó ni un segundo. Tener a su madre a su lado le daba seguridad, un refugio en la incertidumbre de ser madre primeriza… y de gemelos.Tan pronto como llegaron, las cunas ya estaban listas en la habitación de Mia, preparadas con un esmero casi sagrado. La casa olía a madera pulida y a lavanda, y en cada rincón se respiraba la ilusión de la familia por la llegada de los nuevos miembros.Los meses pasaron como un parpadeo, y pronto llegó el día del parto de Vivian. La noticia de que habían decidido adelantarlo una semana había sacudido a todos, pero era necesario.Su presión arterial se había elevado peligrosamente y no podían correr riesgos.El miedo se extendió como una
Paz y Terry sintieron el alma encogerse al ver el miedo en los ojos de su hija.Se apresuraron hacia ella mientras Mila se quedaba con su hermano Gabriel.—Hermano, uno de los gemelos, se puso mal, tuvieron que ir con él —susurró Mila, temblando.Gabriel cerró los ojos y suspiró con temor.—¡Dios! Va a estar bien, ¿verdad?Mila lo abrazó con fuerza, tratando de transmitirle algo de esperanza.—Claro que sí, todo estará bien.***Mia llegó al hospital de pedagogía en el centro de la ciudad con el corazón a punto de estallar. Apenas entró, vio a Eugenio. Su rostro era la viva imagen de la desesperación.—¿Qué pasó? —preguntó, sintiendo un nudo en la garganta.—No lo sé… El bebé estaba bien, pero de repente comenzó a llorar sin control, no podía respirar y su piel se puso roja —balbuceó Eugenio, con la voz quebrada.Mia sintió el mundo derrumbarse a su alrededor. La angustia la devoró entera. Su hijo, su pequeño, su razón de ser…¡No podía perderlo!Lágrimas ardientes resbalaron por sus
Eugenio no podía ocultar su nerviosismo. Con el corazón, latiéndole con fuerza, arrullaba a sus bebés con ternura, sus brazos, protegiéndolos como si fueran su única ancla en un mar de dudas.Mía lo observaba en silencio, con una mezcla de amor y comprensión en la mirada. Sabía lo mucho que pesaban las decisiones sobre sus hombros, la lucha interna que él libraba con sus propios miedos.Cuando los pequeños finalmente se quedaron dormidos, Eugenio suspiró, sintiendo cómo el agotamiento lo invadía.Se dejó caer en la cama junto a Mía, su mente aún llena de incertidumbre.—Tu proyecto será bueno, ya verás —susurró ella, acariciando su cabello con dulzura.Eugenio cerró los ojos por un momento, luchando con el peso de sus pensamientos.—No lo merezco, Mía. En realidad… no creo que deba hacer esto.Mía tomó su rostro entre sus manos y lo besó con suavidad, transmitiéndole todo el amor que sentía por él.—Eres bueno, confía en ti —susurró contra sus labios.Él la miró, tratando de absorber
—Perdóname, papá.Terry observó a Gabriel, viéndose reflejado en él, en su lucha por forjar su propio camino. Se sintió orgulloso. Esbozó una sonrisa y lo envolvió en un abrazo cálido y fuerte.—Tonto —dijo con voz suave—. ¿Cómo puedes pensar que me decepcionarías? Eres mi hijo, Gabriel. No importa qué camino elijas, siempre te apoyaré, porque antes que cualquier título o empresa, lo más valioso para mí eres tú. Siempre lo has sido. Tú y tus hermanas son mis tesoros más preciados.Gabriel sintió un nudo en la garganta. Apretó los ojos y hundió el rostro en el hombro de su padre, aferrándose a él con más fuerza.—Papá… espero llegar a ser la mitad del hombre que eres. La mitad del padre que has sido para nosotros.Terry rio con ternura y negó con la cabeza.—No soy tan bueno, hijo. Pero tu madre me transformó en lo que soy. Y luego ustedes me hicieron mejor. Todo lo que soy, lo soy por el amor de mi familia.Gabriel se separó un poco, pero sin soltarlo.—Te quiero, papá. Y te prometo q
Eugenio se levantó de golpe, su corazón martilleaba contra su pecho. Sus ojos oscilaron entre la incredulidad y la emoción mientras miraba a Terrance.—Pero… no puede ser. Su hijo Gabriel… —balbuceó, intentando procesar lo que acababa de escuchar.Terrance sostuvo su mirada con firmeza y una expresión serena.—Cuñado, eres el mejor candidato —afirmó con solemnidad—. Estoy de acuerdo con la decisión y la celebro. Ambos cuñados son hombres honorables. Merecen ayudar al legado de sus esposas e hijos. ¡Felicidades!Eugenio sintió su garganta cerrarse por la emoción. Giró la cabeza hacia Mía, quien le miraba con ternura y orgullo, sus ojos reflejaban la confianza que tenía en él.Por primera vez en mucho tiempo, Eugenio sintió que la carga de su pasado se disipaba, y con ello, la culpa que lo había atormentado. Inspiró profundamente y sonrió.Cuando la reunión concluyó y los documentos fueron firmados, se dirigieron a la presentación ante los medios de comunicación. Justo antes de entrar,