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Randall Coleman entrecerró los ojos, afilándolos hasta convertirlos en dos rendijas de pura tensión.Apenas cruzó la entrada, el aire se volvió denso, y su pecho, oprimido.Su mirada recorrió el lugar con precisión quirúrgica, buscando, escaneando… y entonces la vio.Allí estaba Bianca, moviéndose con sensualidad, atrapada en los brazos de otro hombre.El mundo pareció inclinarse.Randall sintió algo indescriptible.No era decepción ni simple enojo. Era furia. Un impulso primitivo, una rabia corrosiva que le quemó la garganta, el pecho, las entrañas.Algo más allá de la lógica lo invadió, un deseo irreprimible de cruzar esa distancia, arrebatarla de los brazos de ese imbécil y hacerle entender a quién pertenecía realmente.Sus piernas se movieron antes de que su cerebro lo procesara.En segundos, ya estaba frente a Bianca.Ella apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando él la sujetó del brazo con firmeza y la jaló lejos del otro hombre.Bianca sintió su fuerza, la electricidad de su toque
Randall cargó a Bianca en sus brazos, sintiendo el peso de su fragilidad contra su pecho.Su respiración estaba agitada, su piel ardía, y la ansiedad se enredaba en su estómago como un nudo imposible de desatar. La acomodó en el asiento trasero del auto y se deslizó a su lado.El chofer arrancó sin cuestionar, y en el silencio del vehículo, Randall la observó.Su cabeza descansaba en su hombro, su piel olía a perfume dulce con un rastro de licor, y su expresión era indescifrable.De pronto, sintió algo.Una mano cálida se deslizó lentamente sobre su muslo, ascendiendo con un descaro que lo dejó sin aire.Randall contuvo el aliento y atrapó su muñeca antes de que su osadía fuera demasiado lejos.—¿Bianca? —susurró con incredulidad.Ella abrió los ojos de golpe y una risa salvaje, desenfrenada, se escapó de sus labios. Su mirada chispeaba con un brillo febril.—¿Qué? ¿No puedo seducir a mi prometido?Antes de que Randall pudiera responder, Bianca se subió a horcajadas sobre él, sus piern
El viento soplaba suavemente sobre el jardín decorado con flores blancas y luces cálidas.Deborah caminaba de un lado a otro, incapaz de ocultar su ansiedad.Su vestido de novia, una pieza exclusiva con encaje bordado a mano y una larga cola, ondeaba con cada paso impaciente.Sus dedos temblorosos se deslizaban sobre su vientre abultado, mientras su mirada inquieta buscaba una señal de que Terrance llegaría.Entonces, sintió una mano fuerte que la sujetó del brazo y la arrastró a la sombra de un árbol frondoso.—¡Odio que te cases con él! —Martín siseó con rabia antes de tomar su rostro entre sus manos y besarla con posesión.Deborah forcejeó, apartando su rostro, mientras los labios del hombre se deslizaban por su cuello con desesperación.—¡Entiende, Martín! Necesito esta boda —susurró, sintiendo su aliento ardiente en su piel.—Lo sé… —dijo él con una sonrisa torcida—. Solo así podrás tener todo el dinero que siempre has soñado, ¿verdad, mi amor? ¿Acaso ya olvidaste lo que hice por
La multitud observaba en un silencio tenso mientras las dos niñas, tomadas de la mano, caminaban hacia su padre.Sus ojos brillaban con inocencia, pero también con la esperanza de que, al menos por un momento, todo lo que había sucedido desapareciera.De repente, una voz rasposa y llena de ira cortó el aire.—¡Mocosas del demonio! —gritó Deborah, llena de furia.Sus ojos estaban desorbitados, su rostro palidecido por la rabia.Terrance la miró, sintió el fuego arder en su pecho, y por un momento, pensó que su vida podría acabar en ese instante.Las niñas, las hermosas criaturas que significaban todo para él, caminaban hacia él, y la mirada de Deborah, llena de veneno, intentó detenerlo.Terrance intentó avanzar, pero Deborah le bloqueó el camino con su presencia, sus ojos fulgurantes como cuchillos.—¡No te atrevas a esto, Terrance! —gritó, su voz rota por la desesperación.El dolor de Terrance era profundo, pero su decisión era firme.No había vuelta atrás. Con un gesto de rabia, apar
La atmósfera estaba tensa, el aire cargado de una expectación que se podía cortar con un cuchillo.Todos los ojos estaban puestos en Deborah, quien, al escuchar las palabras de David, sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor.—¿El hijo que esperas es de Martín? —exclamó David, su voz llena de incredulidad y asombro.Deborah sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, y aunque su rostro permaneció implacable, sus ojos traicionaron el terror que sentía.La furia de su padre era tan palpable que la hizo tambalear, incapaz de procesar el impacto de la pregunta.La mirada furiosa de David no dejó espacio para ninguna excusa.Linda, quien estaba al lado de él, intentó intervenir, pero la rabia de David era imparable.—¡David, por favor, no hagas esto! ¡Todos nos están mirando! —gritó Linda, rogando por un poco de cordura en medio de la tormenta.Pero en ese instante, algo en los ojos de David cambió, como si finalmente lo hubiera comprendido todo.La rabia lo cegó, y antes de que algui
Linda corrió hacia su hija, el dolor visible en su rostro, los sollozos desesperados se desbordaban de su pecho, mientras sus manos temblaban al intentar detener la hemorragia de la herida en el vientre de Deborah.La angustia le apretaba el alma, el miedo la envolvía, pero en su interior también había algo más, un sentimiento contradictorio entre el dolor por su hija y la furia que le causaba la situación.David, al ver a su hija en ese estado, también cayó en un mar de desesperación.Su corazón latía con furia y angustia, sin poder procesar el horror de lo sucedido.Las lágrimas le cegaban los ojos, pero no podía evitar la mirada de culpabilidad que recaía sobre Paz.«Ella es la única culpable» pensó, con rabia contenida, mientras su mente se inundaba con la imagen de su hija herida.Terrance, con rapidez y determinación, corrió hacia Paz.Su abrazo fue un refugio en medio del caos, un intento por calmarla, por hacerle sentir que todo estaría bien, a pesar de la tormenta que se desat
Días después.En el hospital.David Leeman caminaba de un lado a otro en la sala de espera, con el ceño fruncido y la mandíbula apretada.Su rostro reflejaba la desesperación de un hombre que había perdido el control.No dejaba de murmurar maldiciones contra Paz, con los puños crispados de rabia contenida.Cuando por fin Linda pudo ver a su hija, sintió que el corazón se le rompía en mil pedazos. Deborah seguía dormida, con el rostro pálido, la respiración pausada. Su cuerpo, tan frágil sobre la cama, parecía el de una muñeca de porcelana rota.Pero tan pronto como abrió los ojos, su mirada se clavó en la de su madre.—¿Mamá…? —su voz era apenas un susurro, quebrado por la confusión y el dolor. —¿Qué pasó?Linda tragó saliva, sus labios temblaban.—Hija… —su voz se quebró antes de poder continuar—. Perdiste al bebé.Deborah sintió un vacío abismal en el pecho. El aire se le atoró en la garganta.—No… —susurró, pero su expresión se torció en un gesto de horror cuando vio las lágrimas en
Antes de que Paz pudiera cerrar la puerta, Terrance la detuvo y se adentró, mirándola con una intensidad tan profunda que parecía irradiar deseo.—¿Qué pasa? —preguntó ella, apenas capaz de articular palabra.—Déjame convencerte de ser mi esposa otra vez, de ser mía —dijo, con la voz cargada de ansias contenidas.Paz titubeó, sintiendo en su interior una claridad que jamás había experimentado antes, como si pudiera ver todo en él, como si su alma fuera tan pura y cristalina como un río de agua limpia.Su cuerpo, por otro lado, temblaba con la incertidumbre de lo que estaba por venir.—Yo…No pudo terminar la frase antes de que él la besara.Sus manos sostuvieron su rostro con firmeza, mientras sus labios la tomaban en un beso tan profundo y apasionado que todo a su alrededor desapareció.Sus lenguas se entrelazaron con frenesí, y la temperatura del aire parecía elevarse, como si el mismo ambiente respondiera a la fuerza de su deseo.Terrance la guio sin dejar de besarla, sin que ella p