Capítulo 61

La imponentes puertas de madera, altas más allá de los tres metros y decoradas con detalles dorados, se abrieron con una facilidad sorprendente cuando uno de los guardias que los acompañaba las empujó. Los invitaron a entrar con un ademán estoico y ambos obedecieron la orden implícita.

La sala del rey era imposible de abarcar con una sola mirada, y Shasta, que tuvo que contener la necesidad de girar la cabeza y analizarlo todo, apenas fue capaz de ver con el rabillo del ojo el lujo y la cantidad de oro que había por todas partes. Ya había estado en el castillo hacía unos días, para presentarle al secretario real los documentos falsos que lo hacían heredero de las tierras del difunto gobernador, pero no había accedido a aquel salón tan intimidante. Más que los lujos, más que la alfombra roja, más que los escalones finales que separaban en altura el asiento del rey de todo lo demás, a él le preocupaba la cantidad de guardias que, distribuidos en una fila a lo largo de cada par

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