Adrián.
Una fuerte sacudida me devolvió a la realidad. Quedé mareado, dando tumbos en el cuarto. La voz de Estefanía pidiendo ayuda llegó a mí claramente, y caí en la cuenta de que algo había logrado que mi concentración fallara. Al acomodarme para volver a iniciar el ritual, la ventana de mi habitación se abrió; de nuevo me alteré y los rabihats se activaron en mi cuerpo mostrando sus formas. Un majestuoso halcón se internó en mi habitación; no era un halcón corriente, era más grande, sus ojos eran de un verde muy intenso, como dos esmeraldas resplandecientes. Sus alas se abrieron y el ave comenzó a girar sobre su propio eje hasta crear una humareda grisácea y brillante que dio paso a la figura de un hombre. Una vez más lo sobrenatural me sorprendió.
 
Adrián. La capacidad de hablar pareció haberse esfumado de mi boca; no pude dejar de mirarlo, de ver a Bacco y la forma tan mágica en la que se me presentó. No hubiera causado en mí ese efecto indescriptible que sentí con relación a ese trillizo: no existían palabras para describir la confusión, la impresión tan infinita que produjo en mí. Experimenté a la vez una tristeza que no entendí el porqué de su procedencia, al igual que miedo. Verlo frente a mí sin aquel escudo luminoso y apreciar sus facciones, claramente me hicieron sentir que veía partes de mí mismo. Él pareció experimentar lo mismo; sus ojos me miraron con una transparencia tan pura que en ellos pude sentir su alma, había dolor y felicidad; esos eran los dos sentimientos que pude leer en él mientras me miraba en completa sumisión.—Tú… yo no… —las palabras se enredaban en mi lengua impidiéndome crear oraciones coherentes. Entretanto él continuaba mirándome fijamente y me dijo: —Debes partir lo antes posible, pero antes
—¿Entonces esta es tu última palabra? Dime, ¿no hay vuelta atrás? —volví a inquirir con la esperanza de que recapacitara, pero su respuesta fue la misma.—Sí—Entonces no me dejas otra opción.—¿Acaso piensas enfrentarme? —dijo sorprendido.—Hay que sacar todo ese veneno que se ha apoderado de ti y la única manera es cortarlo de raíz.—No puedes sacar el veneno de alguien que lo desarrolla dentro de sí, mi sangre es el veneno mismo ¡Yo soy veneno!—Entonces ya se ha dicho todo hermano, y si para proteger a todos los integrantes que dependen de nosotros y a nuestro reino tengo que enfrentarte ¡Lo haré! Solo mi corazón sabe que hubiera dado mi espíritu por no tener que ser yo el que clave la daga q
—Entiendo, yo no soy Adrián y por ende soy fácil de olvidar para ti —otra vez se abrió la herida, pero él trató de menguar sus sentimientos; yo quedé en silencio.—Es mejor que entre antes de que meta más la pata contigo.—Guillermo, no quiero que estemos así. Esta situación es muy incómoda y me siento muy mal por el hecho de haberte involucrado, pero debes buscarte a alguien libre como lo eres tú —él sonrió sin ganas.—Ya no me lo repitas, me sé de memoria el parlamento… Cada palabra me la has dicho tantas veces… Resulta que mi libertad no es nada, excepto extrañarte, desear que me hubieras amado a mí en vez de a él; yo no tengo inconvenientes para llevarte a mi lado… y lo más triste, Estefanía, es que cuando te besé, confirmé que eres la mujer que quiero
—Sí, me lo contó bastante impresionado; también me habló sobre la cola de perro que le estaba saliendo al cuerpo sin cabeza cuando lo desenterraron para quemarlo y, cómo el viento se tornó violento. Me lo contó todo, Estefanía, y te voy a repetir lo mismo que le dije a él: entre esos trabajadores hay personas que creen mucho en brujerías y se habla mucho de leyendas, de brujos y brujas, pero hasta el sol de hoy yo no creo en eso; pero existen tantas versiones que pueden nublar la visión del hombre más cabal. Si repites mil veces una mentira, tu mente terminará por considerarla. —¡Cómo puedes no considerarlo si yo misma vi todo con mis propios ojos! Ahí estaba Rodolfo el padre y Adrián también… —él se quedó pensativo. —No me gusta hablar de estas cosa
—Entonces entre los esclavos debe existir una bruja o un brujo potente. Esas no son manifestaciones de Dios. —Realmente no lo sé, pero estas manifestaciones no vienen de ahora; Guillermo, lo que te voy a contar es delicado y no puedes decírselo a Rodolfo. —¿Qué sucede, Estefanía, acaso sabes algo que él no sepa? —Sí, hace poco encontré un diario y no sabes cómo me ha perturbado. —¿Un diario? —Repitió escéptico—. ¿De quién? ¿Es de doña Ana? —No era de ella, pertenecía a su esposo Antonio. Y no me pidas que te cuente cómo lo encontré, solamente sucedió y ya. —Está bien, no lo haré, pero ¿qué dice que te perturbó tan
Arturo. Miércoles por la noche. Mi reloj de bolsillo marcó las nueve menos diez minutos. La oscuridad ha llegado desde hace mucho tiempo tiñendo la claridad con su velo sacro. Salí de mi camarote y fui directamente a contemplar la oscuridad, con mis pensamientos ocupados en que pronto llegaría a la hacienda «El Renacer» y abandonaría el pasado. Respiré el aire nocturno; con cada exhalación, sentí la esperanza de que, incluso en mis peores días, alguien llegaría a rescatarme, salvaría mi espíritu aletargado para traerlo de vuelta a mi cuerpo y al reencuentro. En ese momento no pude dejar de pensar en la dama de rostro pálido, la que siempre siguió viéndose joven sin importar el pasar del tiempo; ella se burlaba de los años y hoy por hoy continuaba sonriendo a la eternidad de su juventud. Mi hermosa madre, la muñeca de porcelana que no envejecerá; pero sé que, a diferencia de mi progenitor, no era tan fría y soñaba con la esperanza de que yo encontraré noches sin fin y crearía un sen
No habían transcurrido ni quince minutos cuando Violeta volvió para avisarme que un hombre desconocido que se hacía llamar Aldo Montenegro solicitaba hablar conmigo. Aquel aviso me hizo caer en la cuenta nuevamente de que nada de lo que viví durante los últimos días era parte de un sueño, si no que habían sido escenas reales muy vividas. Quedé por un instante en silencio, recordando las palabras de aquel ser que dijo ser mi padre: “Un tercero vendrá, en forma de hombre maduro.” —Dime ¿Lo hago pasar? —Sí, por favor —le respondí y traté de sonreírle para no preocuparla. Minutos después, la voz de Violeta se hizo sentir nuevamente. —Es por aquí, señor. —Es usted muy amable señora —escuché la voz del hombre; aún no le veía el rostro. —Adrián, el señor Montenegro —anunció Violeta, ya dentro. —Bienvenido señor Montenegro, usted me dirá en que puedo servirle —le dije ya dentro del despacho, Violeta se le acercó. —¿Se les ofrece algo de tomar? —le preguntó al extraño. —Por los momentos
Usted es el resultado de ese afecto y el hecho de concebir un hijo a salvo de ellos y borró su olor a los ojos de ellos. Lo lamentable es que, después de dar a luz, quedó impedida para volver a reproducirse y eso disminuyó su interés entre los clanes. Además, tu abuelo materno, Eleazar, quedó devastado por la muerte de sus hijas y su mundo se desmoronó. Deseaba un buen futuro para ella y la casó con un hombre de abolengo llamado Rodolfo Álamo. —¿Cómo fue ese amor que él sentía por mi madre? ¿Por qué no luchó por ella en lugar de permitir que se casara? Ahora comprendo esa amargura tan intensa en su alma, la tristeza en sus ojos y su rabia por la felicidad de otros… ¡Nací por un decreto! —No juzgues a Nahe sin comprender los motivos, tuvo que hacerlo por tu bien, aún eras muy peque&n