CAPÍTULO 28. Corazón de acero

CAPÍTULO 28. Corazón de acero

El despacho de Viggo Massari no es más luminoso ni más amable que su propia habitación, sino que tiene esa oscuridad intrínseca y minimalista de los hombres poderosos y enigmáticos.

El problema no es la habitación en sí, sino lo que hay en el centro de ella y eso es… una mujer.

Una mujer hermosa, pelirroja, llena de curvas explícitas que resaltan la lencería negra y la escases del resto de su ropa. Está acostada boca abajo sobre el escritorio y mis ojos no pueden evitar posarse por un segundo en su trasero, blanco como la cal. Y ese momento, ese gesto, esa búsqueda inconsciente me devuelve de golpe a una realidad aterradora: mi realidad, mi vulnerabilidad, mi verdadera yo. Esa que decidí enterrar, pero al parecer debo cavar aun más profundo para lograrlo.

Viggo está de pie junto al bar, en el otro extremo del despacho, sirviéndose un trago como si nada, hasta que nuestros ojos se encuentran y por un instante, mi corazón se detiene.

Veo la contrariedad en
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