Las cortinas abiertas permitían que el apagado sol de enero resbalara sobre la mesa de madera,
que reposaba en el ángulo izquierdo de la amplia oficina, y sobre los diferentes sillones que laescoltaban: dos sillas pastilli5amarillo chillón, dos K-tuoli6 de color beige y varias poltronasazul rey, diseñadas por Matti. La escena revelaba el estilo abigarrado y expresivo que al directorde art & viiva tanto le gustaba. —Adoro este sillón —aseguró Tommi mientras acomodaba con soltura su larga y desgarbadafigura en el asiento. Sonrió y deslizó sus manos a lo largo de los reposabrazos, tomándose sutiempo con un suspiro de placer. Después, se inclinó y cogió una de las chocolatinas Fazer que sujefe mantenía sobre el centro de la mesa para el consumo de sus clientes o empleados. —Continuemos, Tommi. —La voz grave de John cortó el aire. —Vamos, John, no seas gruñón. —La sonrisa se borró del rostro de Tommi.Inhalando una bocanada de aire, el director de art & viiva aligeró el tono de su voz. —Lo siento. ¿Cuál es la opinión de Matti? —Él está de acuerdo conmigo, jefe —respondió, abriendo el bombón—. Nos preocupa que notenga la experiencia laboral suficiente. —Ha dirigido una empresa en su país. —Vamos, John, estoy hablando de experiencia en el campo del diseño, y de todo lo queengloba su producción. La chica tiene ideas muy originales, pero nunca se ha enfrentado a lapresión de participar en un gran proyecto. —Se tragó la chocolatina y se irguió para dar impacto asus palabras—. La empresa que dirigía era muy pequeña, además, nunca ha trabajado en Europa.¿Y… cuánto tiempo crees que se quedaría con nosotros? ¿Un año, dos quizá? Está estudiando unmáster, jefe, ¿cómo podría hacerle frente a tanta presión?Sin reflejar su desilusión, Mika insistió: —¿No crees que una persona como ella, extranjera, traería frescura, alegría y pasión al grupode diseño si nos organizamos para que trabaje menos de media jornada? —Sí, es posible, pero tú sabes que no podemos permitirnos dos asistentes de diseño. Noquiero aburrirte recordándote el salario, gratificaciones y consideraciones que la compañía debetener con cada empleado; incluso con uno que trabaje menos de media jornada. En otra época,quizá hubiera sido posible, pero estos son tiempos difíciles, jefe.La amalgama de sentimientos encontrados, entre la razón y los deseos, se agitó más que nuncaen la fogosa alma de John. Deseaba pasar por encima de la política democrática de la empresa ycontratar a Monica, sin dilación ni excusas, pero la sensatez le decía que no era buena ideaenfrentar a la chica a la responsabilidad que se le vendría encima. No quería que se quemara.Tenía talento y merecía una oportunidad. Una lástima que su empresa no pudiera brindársela.Tampoco sabía si él podría controlar lo que su presencia le despertaba en caso de tenerla todoslos días a su alcance.Había entrevistado a los otros ocho candidatos, y ninguno le había gustado de forma particular.Sin embargo, el día de la verdad había llegado, y antes de concluir los deberes laborales de aquelviernes, el equipo de art & viiva debía llamar a la persona que se incorporaría la próximasemana. —Muy bien, ¿y cuál es el candidato que Matti y tú han seleccionado? —Ville Lehtinen. —Tiene experiencia y sus ideas son buenas, pero… aparentemente tiene el mismo caráctervolátil que Matti. Eres consciente de que esos dos nos volverán locos, ¿verdad? —aseveró John.Con una sonrisa socarrona, Tommi respondió: —Sí, pero el chico es diligente; su jefe anterior corroboró su responsabilidad y compromisoen el trabajo. —Muy bien, llámalo. Que empiece la semana que viene.Una extraña desazón lo recorrió. Sin una palabra más, deslizó sus manos sobre las ruedas de susilla y, despacio, se acercó a la ventana. —Bien, jefe. —Restándole importancia al ensimismamiento de John, antes de retirarse Tommicogió otro bombón.Escuchó el suave clic de la puerta al cerrarse mientras contemplaba los tejados de la calleVironkatu rociados por la nieve.Estaba hecho.No la volvería a ver.Su vida continuaba como estaba. Aquella certeza dejó una sensación descolorida en su alma.El sonido del móvil interrumpió sus cavilaciones: era su amiga Sanna. —Hei, Sanna. —Hei, guapo, ¿cómo estás? Hace días que no sé de ti, ¿en dónde te has metido?Sanna Lund era una talentosa profesora de danza a la que había conocido hacía seis meses, enun grupo de baile para personas con discapacidades motoras al que se había apuntado paramejorar la coordinación de los movimientos de su cuerpo y… para divertirse. Cuando terminó eltrimestre, Sanna se había ganado su simpatía, y se habían reunido de tanto en tanto para charlar.Fue una agradable sorpresa escuchar su voz, y por unos minutos, olvidó la cantidad de trabajoque tenía por delante. —Lo siento, Sanna, he estado muy ocupado. ¿Cómo te encuentras? —Fenomenal; he pasado unos días en San Petersburgo, en unas jornadas de danza. Ha sidomaravilloso. —Qué interesante, tienes que contarme todos los detalles.Disfrutaba de la ingeniosa y cálida compañía de Sanna. De madre rusa y padre Estonia suecohablante, gozaba de una atractiva y sofisticada formación cultural que compartía con John. Elamor por el arte, en especial por la danza y la música, les había dado a ambos tela para enzarzarseen placenteras conversaciones. Había percibido la atracción de Sanna hacia él, pero, aunque erauna mujer hermosa y le gustaba, no tenía la intención de involucrarse en una relación con ella.Con nadie.La imagen de la señorita Monica irrumpió en sus pensamientos, como mofándose de él. Molesto,la hizo a un lado y se concentró en lo que Sanna le decía. —Entonces, ¿qué te parece si nos reunimos esta tarde y nos tomamos una copa de vino ocenamos? —Lo siento, Sanna, desafortunadamente, hoy no puedo, y este fin de semana quiero solucionaralgunos asuntos pendientes.Sí, le haría bien salir y distraerse con ella, pero esa tarde y el sábado planeaba analizar losinformes que le había enviado el director de la sede que art & viiva poseía en la ciudad deTampere, y el domingo almorzaría con algunos colegas. —Ah… —Su voz sonó desilusionada—. Pero a esto no podrás negarte —insistió—: elpróximo viernes, la embajada de España ofrece un concierto de guitarra clásica. Como sé que teencanta, me gustaría que me acompañaras.Su corazón se enterneció ante la amable intención. —Muchas gracias, Sanna, acepto encantado. —Una sonrisa suavizó sus facciones. Levantó lavista cuando Tommi regresó. —Tienes una llamada de Londres —le informó su asistente.Impaciente por continuar con su trabajo, quiso cortar, pero antes, con su natural caballerosidad,se aseguró de recompensarla por su invitación. —Discúlpame, Sanna, debo colgar. Nos vemos el próximo viernes, entonces. Pasaré a por ti, ydespués del concierto te invito a cenar. —Muy bien, guapo, nos vemos el viernes.Cortó.El resto del día, la mente de John se sumergió en el trabajo. No así su corazón, que de tanto entanto le hablaba de un vacío que su mente no lograba descifrar. Se sintió tan frustrado y de tan malhumor que abandonó la oficina más temprano para descargar su tensión nadando en la piscina yrecibiendo una relajante sesión de masaje terapéutico.Lo veía en las noches, cuando descansaba en la almohada junto a él; lo veía cuando abría losojos por la mañana, y mientras se vestía para salir, lo sentía en su piel atraves del aire cuando no estaban juntos, Era una mezcla de Amor y deseos sin fin.Lo sentía en todas partes. Sentía sus manos recorrer con pasión su cuerpo. Sentía surespiración acelerarse con brío cerca de su oído. El dulce anhelo con que él le hacía el amor la sorprendía era una entrega sin limites sin prejuicios. Cerró los ojos, trastabilló. Elarrebato de su rostro y el brillo en su mirada, como corindones azules, demostrándole cuánta satisfacción le producía amarla, aún la sorprendían. Pero todo era demasiado.Aquel amor era demasiado bello para ser verdad. Ese torbellino amoroso que había experimentado se disolvía, desdibujaba y se perdía entre una dolorosa niebla de dudas y amarga sonrisa. Buscó con desesperación cualquier certeza distinta al desamor quejustificara el comportamiento distante de él, Ya no
La nieve iluminaba el infinito lienzo de la noche. El aire temblaba, y aquella pelusa blanca crujíabajo las ruedas de la silla que se aproximaba a la puerta de la instalación deportiva.John, estaba impaciente por disipar con un buen partido de baloncesto el dolor muscular quehabía venido sintiendo todo el día. Conservar la fuerza y la elasticidad en los músculos y en lasarticulaciones de su cuerpo constituía una parte esencial en la rutina diaria de su vida, así queaquella nueva pasión era una de las prácticas deportivas que disfrutaba con regularidad despuésde haber sufrido el accidente; eso, y el compañerismo que compartía con aquellos jóvenes a losque dirigía en el equipo de baloncesto para discapacitados.Sus fuertes y ágiles manos desplazaron con destreza la silla de ruedas hacia el pasillo quellevaba a los vestuarios; mientras, sus encabritados pensamientos no dejaban de dibujar en sucabeza un par de ojos negros.Una mujer sexi. Una miniatura muy sexi.Se si
La llave se atoró, como se le había atorado cada vez que había intentado abrir aquella puertadurante los meses que llevaba viviendo ahí. Era un modelo de cerradura viejo. Le encantaba,aunque necesitaba varios minutos y mucha paciencia para abrirla. Un gentil empujoncito haciaarriba y pudo entrar.Monica sintió que algo suave rozaba sus medias de lana. Duque maulló. El primer sertierno y cariñoso que le daba la bienvenida aquel día. —Hola, belleza, ¿cómo has pasado el día? —Se inclinó emocionada e intentó alzarla,olvidando que la gata no se dejaba coger por nadie que no fuera su dueña. Como era de esperar, sealejó maullando enfadada—. De acuerdo, de acuerdo, no te cojo, pero no te vayas.Sin hacerle el menor caso, el animal se precipitó por el corredor en dirección a la cocina,desde donde salía un delicioso aroma a comida caliente y un alboroto de trastos restallando. Suestómago gruñó y se dio cuenta del apetito que tenía. Se adentró en el pequeño espacio, y los ojos