La llave se atoró, como se le había atorado cada vez que había intentado abrir aquella puerta
durante los meses que llevaba viviendo ahí. Era un modelo de cerradura viejo. Le encantaba,aunque necesitaba varios minutos y mucha paciencia para abrirla. Un gentil empujoncito haciaarriba y pudo entrar.Monica sintió que algo suave rozaba sus medias de lana. Duque maulló. El primer sertierno y cariñoso que le daba la bienvenida aquel día. —Hola, belleza, ¿cómo has pasado el día? —Se inclinó emocionada e intentó alzarla,olvidando que la gata no se dejaba coger por nadie que no fuera su dueña. Como era de esperar, sealejó maullando enfadada—. De acuerdo, de acuerdo, no te cojo, pero no te vayas.Sin hacerle el menor caso, el animal se precipitó por el corredor en dirección a la cocina,desde donde salía un delicioso aroma a comida caliente y un alboroto de trastos restallando. Suestómago gruñó y se dio cuenta del apetito que tenía. Se adentró en el pequeño espacio, y los ojosverdes de su compañera de piso la recibieron con simpatía. —Hola, Xisca. Hum, ¿qué estás preparando esta vez? —Pulpo a la gallega. Hola, ¿cómo fue la entrevista? —Bueno, me temo que nada bien. —Arrugó su nariz con pesar. —Ay, lo siento. Coge otro plato y ponlo en la mesa, que nada como una buena cena para aliviarlas penas.Para apoyar las palabras de su ama, Duquesa rozó sus piernas con el lomo y maulló. —Estoy de acuerdo, y contigo también —observó Monica, mirando el iris amarillo delanimal—. Quiero besarte, pero sé que no puedo hacerlo. —La gata maulló otra vez.Disfrutaba de ser una de las pocas privilegiadas a quien la mascota de Xisca Margarita se acercaba. Eraselectiva y recelosa en sus afectos. Su amiga la había rescatado de las calles en condicioneslamentables, por lo que era probable que su comportamiento se debiera a que había sidomaltratada antes.Cogió un plato y unos cubiertos y se dirigió al comedor. Volvió a la cocina y le preguntó aXisca Margarita si llevaba zumo o agua a la mesa. —Vino. —Con un gesto apenado, le explicó—: Lo compré para celebrar… Pero celebremosque has logrado que te llamaran de una compañía reconocida. —Bueno, yo no diría que lo que hizo posible la gentileza de una conocida fuera mérito mío,pero aprecio tus intenciones.Xisca Margarita era una española con una diplomatura en Educación Primaria. A comienzos de larecesión en España, había perdido su trabajo y había decidido probar suerte en Estonia. Desdeel primer momento se había establecido una conexión especial entre Monica ella, comocalzarse un par de botas viejas; sin embargo, la amistad no había llegado al punto de compartirconfidencias profundas, mucho menos las inseguridades que yacían ocultas tras esa imagen deconfianza en sí misma que Monica intentaba exhibir. Como un acuerdo tácito, la relación entrelas dos se cocía a fuego lento.El sonido del móvil las sobresaltó. —Disculpa, Xisca Margarita. Empieza sin mí —le pidió después de revisar su smartphone. —No te preocupes, te espero.Monica asintió y se dirigió a su cuarto para hablar en privado. —Hola, Samu, ¿cómo estás? —Hola, renacuajo, hasta que por fin escucho tu voz. Imaginé que el resultado de la entrevistate dejó golpeada y que necesitabas tiempo para hablar conmigo. —Sí, bueno, ya me siento mejor, no te preocupes. Ya sabes que primero me repliego en mímisma, pero, una vez pasada la desilusión, puedo hablar. —Sí, te entiendo. ¿Podemos charlar por Skype? —De acuerdo, espera unos minutos a que me conecte.Monica abrió y encendió su portátil, introdujo la clave y presionó sobre el icono con laimagen sonriente de su novio. —Hola otra vez. Me alegra verte por fin, renacuajo. —Lo mismo te digo. —Monica sonrió. —Qué mala suerte que no hayas conseguido trabajo todavía, qué país tan complicado ese.Habría sido mejor que estudiaras en Inglaterra o en Estados Unidos, ya tendrías trabajo allá, perono, a ti te gusta lo raro y lo difícil. —Bueno, Samuel, no olvides que me interesaba aprender sobre el diseño de esta parte de Europa.Entre todos los tipos de diseño que Monica había examinado a lo largo de su vidaprofesional, el de Escandinavia, y en particular el de Estonia, siempre le había gustado. Elestilo simple, funcional y en sintonía con la naturaleza característico de la mayoría de losproyectos de aquel país, había supuesto una fuente de inspiración para ella. Había leído coninterés su historia y era una admiradora de los modelos del escultor finlandés Tapio Wirkkala,además de toda la gama de colores y bocetos en los textiles de Marimekko. —Qué va, tú lo que hiciste fue cerrar los ojos, dar tres vueltas y, tambaleante y sin abrirlos, teacercaste a un mapa. Y donde cayó el dedo, ahí fue donde decidiste estudiar. Tu intención erahacer que tu novio te extrañara y que tu abuelo no te alcanzara.Monica rio con ganas. —Hasta te rimó. No, Salo, tú sabes que eso no es verdad. Bueno, ¿cómo has estado? —Genial, tú sabes: produciendo dinero, haciendo dinero y, la mejor de todas, consiguiendodinero. —¿Y nada de diversión? —Sonó escéptica. —No, qué va. Desde que tú no estás he desarrollado un placer desmedido por quedarme encasa viendo televisión y… trabajando. —Ah, no te creo, tú te mueres si no sales un fin de semana. —Te lo juro, palabra de hombre enamorado. —Levantó la mano derecha reforzando su voto—.Solo salgo con el grupo a montar bicicleta y… a una que otra reunión. No te niego que… Ya sabescómo son las mujeres…, se te tiran, pero te juro que yo te soy completamente fiel.Se rio, pero un parpadeo de inseguridad en su corazón la inquietó. Se sintió mal por dudar. Sehabía prometido a sí misma que la desconfianza no iba a controlar su vida. Durante el tiempo quepasó en la universidad había visto muchas parejas, demasiadas, diría, mintiéndose y engañándose,por no hablar de las constantes infidelidades a las que su hermano Enrique sometía a su novia. Eraun hecho que los seres humanos no eran monógamos y que, por consiguiente, la fidelidad era unadecisión personal, a veces difícil de mantener. Como la mayoría de las mujeres, Monica anhelaba tener una relación con un hombre que la amara y le fuera fiel, aunque se lo negara a símisma debido al miedo, pero había sido siempre una escéptica. Creía que era muy raro elcompañero que de verdad quería respetar un compromiso y, aunque había escuchado a sus amigosdecir que era culpa de las mujeres de hoy, porque eran ellas quienes los perseguían hasta elcansancio, la verdad era que había sido testigo del sufrimiento de muchas de sus amigas por las infidelidades y por el desamor de un hombre. Para Monica no había sido fácil abrirle sucorazón a Samuel, sin embargo, él había llegado en un momento en que ansiaba sentirse unamujer en todas sus facetas. Necesitaba, quería explorar el amor, y él… Él había sido tan alegre,tan persistente…, tan sincero que había minado todas sus defensas. —No tienes que quedarte encerrado, Samuel, tienes que divertirte. —Lo haré, lo haré. Ahora que mi novia me dio permiso, lo haré —rio.Se sintió incómoda con el comentario y, por un segundo, no supo qué decir. Samuel debió denotarlo, porque cambió de tema. —Si necesitas dinero, ya sabes que yo te puedo ayudar, renacuajo. —Samuel…—No seas tan seria y correcta, ni te preocupes sin razón. Puedo enviarte dinero para tusgastos. Así podrás concentrarte en sacar excelentes notas, gozar de la vida nocturna y de los viajespor Europa. No tienes por qué sufrir rechazos, renacuajo. —Te lo agradezco, Salo, pero no…Agradecía la oferta de su novio, pero le aterraba depender de él. Le aterraba depender de unhombre otra vez. No, tenía que salir adelante por sí misma. Era preciso seguir esforzándose ylibrar sus propias batallas; como lo había venido haciendo hasta ahora. No se dejaría tentar por elfácil panorama que él le planteaba. —Sí, ya sé que tú quieres probar que puedes salir adelante sin la ayuda de las personas que tequeremos. —Samu…, necesito hacer esto sola. Te agradezco tu ofrecimiento, pero no soy ni manca, nicoja, y tengo la cabeza bien puesta. Sé que encontraré algo. Esta tan solo ha sido mi primeraentrevista fallida.Valientes palabras en las que en realidad no creía, y que no eran del todo verdad. Habíaenviado sus datos a varias ofertas para cuidar niños, y hasta para limpiar en un hotel, pero nadiela había llamado. Le costó sostenerle la mirada. —Quizá la vida te está diciendo que ese país no es para ti, y que quizá es mejor que te regresesa mis brazos y nos casemos. Después podríamos irnos unos años para los Estados Unidos, paraque estudies diseño allá. Piensa en lo que te divertirías; además, queda cerca de Colombia, y tumadre podría ir a visitarte con frecuencia. —Salomón, por favor, sabes que esta decisión fue muy importante para mí, y tú estuviste deacuerdo. Te pido por favor que me apoyes. —Sintiéndose inquieta y a la defensiva, escondió lasmanos bajo las piernas para no empezar a moverlas de acá para allá, como siempre hacía cuandose sentía intimidada. —Está bien, lo siento, renacuajo, es que… te extraño mucho. Esta separación se me estáhaciendo eterna. —Lo entiendo, Salo, a mí también, pero me anima saber que vendrás en el verano. —Sí, bueno… Espera un momento, por favor.Samuel se volvió mientras se escuchaba la voz de su secretaria preguntándole algo acerca deun fax. —Escucha, renacuajo, tengo que irme. —Bueno, yo también tengo que irme; Xisca me está esperando para cenar. Hablamos luegoentonces. —Le envió un beso. —Hasta pronto —se despidió distraído. Monica apagó el ordenador, pero de repente un sentimiento de desconfianza sin definir laacosó, mezclándose con su cansancio y su inseguridad. —¿Pasa algo malo? —le preguntó Xisca cuando regresó al comedor. —No, es solo que… —Se dio cuenta de que ya estaba todo servido y se sentó en una sillafrente a su compañera, agradecida—. Tengo miedo de no encontrar trabajo. No sé… Creo que notengo lo que se necesita para encontrar un empleo en este lugar. —Venga, levanta ese ánimo, ya lo encontrarás. Tienes que entender que este es un país muypequeño y que, a pesar de que tu inglés es muy bueno, es fundamental hablar finés para ejercer lamayoría de profesiones; pero creo que en lo tuyo hay oportunidades. Eres una chica preparada yculta, ya hallarás tu sitio. Debes tener paciencia. —No lo sé, Xisca…—Yo sí lo sé. Pase lo que pase, debes ser positiva. Venga, brindemos por el trabajo que prontollegará. —De acuerdo. ¡Salud! Y gracias.Conversaron durante una hora. Después, entre las dos limpiaron la cocina, seguidas de cuandoen cuando por la mirada de la gata, que aseaba con esmero su negro pelaje.Más tarde, mientras estudiaba en la soledad de su cuarto, luchaba por avivar la pequeña llamade esperanza en su interior. El mañana siempre se arreglaba por sí solo, le había escuchado decira su madre. Sí, si las cosas se ponían feas, siempre podría pedirle prestado dinero a su hermanoSebastian. Sabía que la ayudaría con gusto, aunque no quería molestarlo. También él luchaba pormantener su independencia económica, y ya bastante tenía con sus propios problemas; sinembargo, era la única persona en quien confiaba por completo.Más tranquila, continuó con el estudio hasta la madrugada.Las cortinas abiertas permitían que el apagado sol de enero resbalara sobre la mesa de madera,que reposaba en el ángulo izquierdo de la amplia oficina, y sobre los diferentes sillones que laescoltaban: dos sillas pastilli5amarillo chillón, dos K-tuoli6 de color beige y varias poltronasazul rey, diseñadas por Matti. La escena revelaba el estilo abigarrado y expresivo que al directorde art & viiva tanto le gustaba. —Adoro este sillón —aseguró Tommi mientras acomodaba con soltura su larga y desgarbadafigura en el asiento. Sonrió y deslizó sus manos a lo largo de los reposabrazos, tomándose sutiempo con un suspiro de placer. Después, se inclinó y cogió una de las chocolatinas Fazer que sujefe mantenía sobre el centro de la mesa para el consumo de sus clientes o empleados. —Continuemos, Tommi. —La voz grave de John cortó el aire. —Vamos, John, no seas gruñón. —La sonrisa se borró del rostro de Tommi.Inhalando una bocanada de aire, el director de art & viiva aligeró el
Lo veía en las noches, cuando descansaba en la almohada junto a él; lo veía cuando abría losojos por la mañana, y mientras se vestía para salir, lo sentía en su piel atraves del aire cuando no estaban juntos, Era una mezcla de Amor y deseos sin fin.Lo sentía en todas partes. Sentía sus manos recorrer con pasión su cuerpo. Sentía surespiración acelerarse con brío cerca de su oído. El dulce anhelo con que él le hacía el amor la sorprendía era una entrega sin limites sin prejuicios. Cerró los ojos, trastabilló. Elarrebato de su rostro y el brillo en su mirada, como corindones azules, demostrándole cuánta satisfacción le producía amarla, aún la sorprendían. Pero todo era demasiado.Aquel amor era demasiado bello para ser verdad. Ese torbellino amoroso que había experimentado se disolvía, desdibujaba y se perdía entre una dolorosa niebla de dudas y amarga sonrisa. Buscó con desesperación cualquier certeza distinta al desamor quejustificara el comportamiento distante de él, Ya no
La nieve iluminaba el infinito lienzo de la noche. El aire temblaba, y aquella pelusa blanca crujíabajo las ruedas de la silla que se aproximaba a la puerta de la instalación deportiva.John, estaba impaciente por disipar con un buen partido de baloncesto el dolor muscular quehabía venido sintiendo todo el día. Conservar la fuerza y la elasticidad en los músculos y en lasarticulaciones de su cuerpo constituía una parte esencial en la rutina diaria de su vida, así queaquella nueva pasión era una de las prácticas deportivas que disfrutaba con regularidad despuésde haber sufrido el accidente; eso, y el compañerismo que compartía con aquellos jóvenes a losque dirigía en el equipo de baloncesto para discapacitados.Sus fuertes y ágiles manos desplazaron con destreza la silla de ruedas hacia el pasillo quellevaba a los vestuarios; mientras, sus encabritados pensamientos no dejaban de dibujar en sucabeza un par de ojos negros.Una mujer sexi. Una miniatura muy sexi.Se si