La nieve iluminaba el infinito lienzo de la noche. El aire temblaba, y aquella pelusa blanca crujía
bajo las ruedas de la silla que se aproximaba a la puerta de la instalación deportiva.John, estaba impaciente por disipar con un buen partido de baloncesto el dolor muscular quehabía venido sintiendo todo el día. Conservar la fuerza y la elasticidad en los músculos y en lasarticulaciones de su cuerpo constituía una parte esencial en la rutina diaria de su vida, así queaquella nueva pasión era una de las prácticas deportivas que disfrutaba con regularidad despuésde haber sufrido el accidente; eso, y el compañerismo que compartía con aquellos jóvenes a losque dirigía en el equipo de baloncesto para discapacitados.Sus fuertes y ágiles manos desplazaron con destreza la silla de ruedas hacia el pasillo quellevaba a los vestuarios; mientras, sus encabritados pensamientos no dejaban de dibujar en sucabeza un par de ojos negros.Una mujer sexi. Una miniatura muy sexi.Se sintió un gigante ante ella y eso le gustó. Más de lo que quería admitir. Maldición, ya sabíahacia dónde se dirigían sus cavilaciones, y la decisión que había tomado era irrebatible.Definitiva.Había sido meditada durante su largo y doloroso proceso de rehabilitación física y emocional.Y no deseaba cambiarla.Una vida se había roto, pero otra se había abierto camino.Quizá nunca olvidaría el hombre que había sido antes del accidente, pero sabía que era precisorecordarse día a día que aquella persona se había ido para siempre. Aunque los sentimientos deañoranza lo traicionaran; aunque los pensamientos, frescos todavía, con el olor de la apasionadavida que había vivido llegaran para atormentarlo. No era parte de su naturaleza dejarse llevar porla autocompasión. Agradecía estar vivo. Tenía una familia a la que amaba, buenos amigos a losque apreciaba. Tenía éxito en un trabajo que adoraba y disfrutaba de sus amados deportes,adaptados a su nueva condición; y para ponerle la guinda al pastel, residía donde deseaba residir.No necesitaba más. La idea de amar y ser amado por una mujer especial se había quedado en laquimera del ayer, y no valía la pena preguntarse cómo habría sido conquistar a una como la quehabía conocido en la mañana.Sin embargo, su rebelde cerebro no acató las órdenes, y se recreó una vez más en la placenterasensación que lo había recorrido cuando la tuvo a su merced en aquella entrevista. Le avergonzabareconocer que había desplegado todo su poder ante ella con el único propósito de llamar suatención. Quería demostrarle que era un hombre atractivo y seguro de sí mismo. Pero luego, poruna razón en la que no había querido ahondar, se había sentido triste. El alivio de que ella no lohubiera visto en la silla de ruedas, y la posibilidad de que en un futuro lo hiciera, lo había hechosuspirar de nostalgia todo el día. Le avergonzaba, y no lo había querido aceptar. No quería abrirla puerta de aquel lugar donde guardaba sus demonios, ni tampoco quería escudriñar ni muchomenos dejar salir lo que ahí había.Comprendiendo que estaba tocando el borde de la autocompasión —y eso era algo que odiabamás que nada en la vida—, frenó en seco su silla de ruedas y contempló el largo corredor ante él.Una traviesa sonrisa aligeró sus facciones al tiempo que empujaba las ruedas hacia delante contoda la potencia de los músculos de sus brazos. Los neumáticos corrieron de forma temeraria porel pasillo hasta alcanzar los vestuarios. Cuando llegó, una feliz algarabía lo recibió.—Ey, abuelo, este bastardo de aquí dice que hoy vamos a morir en el campo de batalla.Acostumbrado ya a las burlas acerca de su edad procedentes de ese salvaje y joven grupo dediscapacitados, John, no se molestó por el comentario de Jere. Se giró divertido hacia Sami, unmuchacho rubio, delgado pero de músculos bien tonificados, quien, como no podía quedarsequieto, mantenía la silla de ruedas en constante movimiento, y le espetó: —¿Qué? La derrota no está en nuestro vocabulario. Lo siento, amigo, me temo que esta esnuestra noche.Sami dejó escapar una carcajada mientras continuaba su vaivén. —Uy, Jere, vaya con el viejo estirado… Explícale que si juega como habla, es hombre muerto.Mejor consigue otro vitun vaari3. —Acércate y te muestro lo viejo que soy —lo amenazó John.—Uy, uy, perkele4, se nos alebrestó el abuelito. —Nicklas, un rubio macizo y lleno de tatuajes,lo interrumpió, burlándose.Aprovechando su conocimiento en la práctica de kárate, John maniobró de forma inesperadala silla y, con destreza, cogió por el cuello a Nicklas en una llave perfecta. Faltó poco parahacerlo caer de su silla de ruedas. —Ojalá no juegues como hablas, Nicklas. ¿Quién dices que soy? —Apretó más la llave. —Ay, perkele, me estás ahogando, viejo. —Todavía no te he escuchado decir quién soy. —El capitán, mier…—¿Y qué más? —El capitán del equipo ganador. —Así me gusta. —Lo soltó despacio.Pronto, los diez jugadores se dirigieron a la pista y, entre la rudeza de su juego y de suscomentarios, John olvido durante más de una hora los altibajos de su vida.Cuando el juego llegó a su fin, cansado y satisfecho, fue a ducharse. Había sido un largo díalleno de emociones. Con la determinación que lo caracterizaba en todo lo que hacía, manipuló sucuerpo con pericia y se trasladó de la silla de ruedas a una silla de ducha. Mientras el aguacaliente consentía su cuerpo, la decisión que debía tomar con respecto a los candidatos para elcargo de asistente de diseño volvió a importunarlo. Meditaba muy bien las resoluciones de lacompañía; si bien era cierto que a veces cometía deslices en su debilidad por complacer a laspersonas que apreciaba, era un hombre sensato y justo.Después de que Monica saliera de su oficina, en un impulso le pidió a Tommi que laentrevistara de una vez: quería su opinión sobre ella. No quería que sus sentimientos personalesinterfirieran en la decisión de contratar o no contratar a la señorita Díaz. El procedimiento generalde la empresa para emplear a los diseñadores era que Tommi y Matteo, el jefe de diseño,entrevistaran a los candidatos. Nunca lo hacía John, pero esa vez había querido involucrarse en elproceso de selección debido a los problemas que había tenido la compañía en los últimos añospara encontrar a una persona idónea para el cargo. Quería controlar las elecciones que hacía elcaprichoso Matteo, que era un brillante arquitecto y diseñador, pero cuyas preferencias habíandejado mucho que desear: novatos creativos y muy seguros de sí mismos, pero con una remarcadafalta de responsabilidad o, más bien, diría que con un sentido del tiempo apegado solo a suspropias necesidades y no a las del equipo.Dada la flexible libertad con que se trabajaba en Estonia, los jóvenes parecían no quererresponder a ninguna regla de la empresa: organizaban el horario según les convenía, escogíanasistir cuando lo consideraban fundamental y entregaban proyectos cuando podían, retrasando asíla producción y causando la histeria en todo el grupo, especialmente en el voluble genio de Matteo El caso de la señorita Díaz fue especial. La había tenido en cuenta como un favor a Ulla, suamiga y exnovia, de raíces colombianas pero que había crecido en Finlandia, y quien le habíapedido darle una oportunidad de trabajo a su compatriota. Siempre era bueno para la empresaalguien extranjero, ideas y pasiones nuevas. La mujer le había gustado a pesar de la torpeza y desu comportamiento tímido en la entrevista.Tal vez demasiado.Se terminó de vestir y salió al aparcamiento en busca de su automóvil. Inhaló con placer el airefrío de la noche mientras abría la puerta y se subía en el vehículo adaptado, con un asiento para elpiloto de fácil movilidad, un espacio más amplio de lo normal para desplazar sus piernas y unaadaptación del volante y del freno. Le quitó las ruedas a la silla RGK Elite, fuerte y con másestabilidad, que utilizaba para sus prácticas deportivas. Dobló el armazón y lo colocó, junto conlos neumáticos, en el puesto del copiloto. Minutos después, se perdió entre la vasta llanura blancarumbo a su piso, ubicado en Kruununhaka, una zona residencial aledaña a su oficina. Antes habíatenido un apartamento en Espoo, pero a raíz del accidente, lo había vendido y había comprado elactual por cuestiones prácticas, ya que quedaba a unas cuantas manzanas de su despacho.Cuando llegara a casa, prepararía una deliciosa cena, la acompañaría con una buena copa devino, pondría una agradable música de fondo y aplazaría sus inquietudes para el día siguiente.La llave se atoró, como se le había atorado cada vez que había intentado abrir aquella puertadurante los meses que llevaba viviendo ahí. Era un modelo de cerradura viejo. Le encantaba,aunque necesitaba varios minutos y mucha paciencia para abrirla. Un gentil empujoncito haciaarriba y pudo entrar.Monica sintió que algo suave rozaba sus medias de lana. Duque maulló. El primer sertierno y cariñoso que le daba la bienvenida aquel día. —Hola, belleza, ¿cómo has pasado el día? —Se inclinó emocionada e intentó alzarla,olvidando que la gata no se dejaba coger por nadie que no fuera su dueña. Como era de esperar, sealejó maullando enfadada—. De acuerdo, de acuerdo, no te cojo, pero no te vayas.Sin hacerle el menor caso, el animal se precipitó por el corredor en dirección a la cocina,desde donde salía un delicioso aroma a comida caliente y un alboroto de trastos restallando. Suestómago gruñó y se dio cuenta del apetito que tenía. Se adentró en el pequeño espacio, y los ojos
Las cortinas abiertas permitían que el apagado sol de enero resbalara sobre la mesa de madera,que reposaba en el ángulo izquierdo de la amplia oficina, y sobre los diferentes sillones que laescoltaban: dos sillas pastilli5amarillo chillón, dos K-tuoli6 de color beige y varias poltronasazul rey, diseñadas por Matti. La escena revelaba el estilo abigarrado y expresivo que al directorde art & viiva tanto le gustaba. —Adoro este sillón —aseguró Tommi mientras acomodaba con soltura su larga y desgarbadafigura en el asiento. Sonrió y deslizó sus manos a lo largo de los reposabrazos, tomándose sutiempo con un suspiro de placer. Después, se inclinó y cogió una de las chocolatinas Fazer que sujefe mantenía sobre el centro de la mesa para el consumo de sus clientes o empleados. —Continuemos, Tommi. —La voz grave de John cortó el aire. —Vamos, John, no seas gruñón. —La sonrisa se borró del rostro de Tommi.Inhalando una bocanada de aire, el director de art & viiva aligeró el
Lo veía en las noches, cuando descansaba en la almohada junto a él; lo veía cuando abría losojos por la mañana, y mientras se vestía para salir, lo sentía en su piel atraves del aire cuando no estaban juntos, Era una mezcla de Amor y deseos sin fin.Lo sentía en todas partes. Sentía sus manos recorrer con pasión su cuerpo. Sentía surespiración acelerarse con brío cerca de su oído. El dulce anhelo con que él le hacía el amor la sorprendía era una entrega sin limites sin prejuicios. Cerró los ojos, trastabilló. Elarrebato de su rostro y el brillo en su mirada, como corindones azules, demostrándole cuánta satisfacción le producía amarla, aún la sorprendían. Pero todo era demasiado.Aquel amor era demasiado bello para ser verdad. Ese torbellino amoroso que había experimentado se disolvía, desdibujaba y se perdía entre una dolorosa niebla de dudas y amarga sonrisa. Buscó con desesperación cualquier certeza distinta al desamor quejustificara el comportamiento distante de él, Ya no