Besos mojados

Adrián temió no poder controlar lo que sentía por ella, así que desvió la mirada del fuego de sus ojos hacia su perro que los contemplaba mientras cenaban.

—Ven Don Quijote, ven conmigo —llamó al perro, que se colocó en medio de los dos como una barrera viviente y Adrián comenzó a juguetear con él—. Después de la cena, me voy a la cama —continuó dirigiéndose a ella con su tono de doctor serio—. Mañana tengo que estar en el hospital a las 6:30 a.m. pero antes voy a sacar a pasear a Don Quijote al parque. Siéntete libre de usar todo lo que necesites sin pedírmelo. Estás en tu casa.

—De acuerdo, gracias otra vez por acogerme —contestó ahogando sus ganas con un trago de vino bastante largo.

Camila se hizo consciente de que lo deseaba demasiado y no se resignaba a quedarse con las pantale

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