19 de junio de 2017
— Vamos chicas que si quieren un cuerpo digno tienen que hacer los abdominales. —ladró la voz de la instructora del gimnasio.
Leah soltó un resoplido mientras contaba cuantos abdominales iba haciendo en su mente. Sentía como si fuego quemase dentro de su estómago mientras tenía las piernas en el aire y realizaba los abomínales sin pegar su espalda al suelo.
Resultaban más difíciles de lo que parecían, y lo decía por experiencia propia.
— Okay, pueden detenerse. — habló la mujer. Todas dejaron sus movimientos y se desplomaron sobre las colchonetas.
No importaba su sudorosa espalda, o el agua que corría desde su rostro hasta su pecho. Nada importaba, solo la sensación de calma que les brindaba ese pequeño descanso de un minuto.
— Ay por Dios, siento como si fuera a parir. — chilló una de sus compañeras mientras se enderezaba a tomar la botella de agua que había a su lado.
Leah no dijo que pensaba lo mismo, su vientre sentía una dolorosa sensación de ardor que esperaba que hasta el día siguiente se detuviera o no podría realizar más abdominales en su clase de ese día.
— Créeme cariño, si fueras a parir no estarías hablando, te lo dice la mujer que dilato su vagina para que tres niños salgan de allí. — era conocida ya la historia de Ivonne, en Fittnes and Bodys, que la instructora había tenido trillizos hacía seis años.
Esa era una de las razones por las cuales Leah seguía yendo allí, además de la figura que había desarrollado desde que acudió a aquel lugar.
— Bien basta de charla, sigamos con las sentadillas con pesas. —instruyó mientras todas se ponían de pie y corrían a buscar una pesa para comenzar a tiempo.
— ¿Cuántas series? —preguntó la más reciente compañera en un murmullo bajo.
Era una chica tímida, había notado Leah, tenía un largo cabello rubio y unos ojos azules que resaltaban con las largas pestañas. La piel de su nueva compañera era tan blanca como la leche misma y tenía unas cuantas pecas en la zona de la nariz, haciéndola lucir más adorable que cualquiera de las mujeres allí.
— Comenzaremos para ti con tres series de quince y luego iremos subiendo. Las demás ya saben su rutina. — y comenzó a contar.
Leah no recordaba cuando había sido la última vez que Ivonne las hizo trabajar tan duro. Si, acudía a aquel gimnasio desde que tenía doce años, pero llevaban más de dos horas con pequeños descansos de un minuto cuando terminaba cada serie.
— Bien chicas, fue una larga rutina el día de hoy. Pueden ir a ducharse unos vemos mañana. Pero primero vamos a estirar bien los músculos. — dijo luego de media hora de sentadillas.
Todas estiraron lentamente acorde a la música que se reproducía en los altavoces y luego comenzaron a caminar en dirección a las duchas.
Leah se preguntó cuál de sus hermanos estaría fuera, no había forma de saberlo con los horarios de sus hermanos. Pero uno de ellos iría por ella.
El agua corrió por su cuerpo mientras lavaba el sudor con la barra de jabón que siempre estaba en su mochila del gimnasio, los pensamientos se arremolinaron nuevamente en su mente, volviendo a aquel día donde un pequeño error le había cambiado la vida para siempre.
Sus manos se detuvieron en la cicatriz en sus costillas del lado izquierdo, no había escapado sin un rasguño. En la vida real nadie lo hacía. La cicatriz viajaba desde debajo de su seno hasta casi llegar a la cadera, era delgada, pero irregular y de un horrible color rosado. El médico le advirtió que era porque todavía está fresca, a ella le gustaba pensar que era porque se merecía tener algo tan feo y llamativo en su cuerpo.
El agua enjuagó el jabón y su mente volvió a la realidad. No debía tardarse o llegaría tarde a la cita con el psicólogo.
Cerró las canillas del agua y se envolvió en una toalla y salió. Las mujeres allí no tenían vergüenza alguna de vestirse una frente a otras, pero desde el accidente está un poco reacia a dejarle a alguien ver su cuerpo.
Los moretones en la cara interna de sus muslos habían desaparecido, pero la sensación de unos dedos recorriendo su piel no se iba.
En su bolso la luz azul de su teléfono titilaba, significaba que tenía notificaciones de F******k o Twitter. En el mundo de los-hijos-ricos-de, las redes sociales manejaban sus vidas como si fuese una persona, ninguno de ellos podía estar un día sin hacer una actualización en alguna de ellas. Leah todavía no podía quitarse esa manía.
Sus manos tomaron su teléfono y desbloqueó la pantalla.
Caden Haroldson @CadeHaroldson
No me gustan las perras abusadas, es mejor estar solo que aguantar toda su m****a psicológica. @LeahGHeller
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Lina Paxton @PxLine replying to @CadenHaroldson
“Supera tu m****a, las mujeres abusadas merecen ser felices. Quizás tu no seas la persona correcta para ella.”
Caden Haroldson @CadenHaroldson replying to coment by @PxLine
“Tú también eres una violada”
—Ay no. —sus manos temblaron mientras leía más y más comentarios negativos.
Sus hermanos habían hecho lo posible para que la situación de su violación y secuestro no sea pública, pero al parecer no había sido de gran ayuda y alguien había abierto la boca.
Sin importarle su cicatriz dejo caer la toalla y se vistió rápidamente.
— ¿Leah estas bien? —preguntó Joane. Seguramente su rostro estaba blanco como el papel.
— ¿Qué? Oh si, si, es solo algo que vi en las redes sociales. —respondió guardando la ropa sudada en la mochila. Sus manos peinaron su cabello de manera rápida y apoyó la toalla en su hombro derecho.
— Ustedes los ricos y sus vidas públicas. —la chica negó con la cabeza y se alejó en dirección a las duchas con una tolla colgando de su hombro.
Todavía con la mirada perdida, dio un saludo en general a todas y salió por la puerta, no presto atención a los chicos que normalmente miraría antes de salir y tampoco saludo a su entrenadora.
Ya podía sentir como las paredes comenzaban a cerrarse a su alrededor y un ataque de pánico nacía en el centro de su pecho. ¿Cómo se atrevía a hacerle eso?
Pensó en las miles de cosas que compartió con él, casi podía pensar que en algún momento de su vida llegaría a amarlo como las parejas reales. Pero tenía que ir y arruinar su vida de esa manera. Ella había confiado en él, le había contado todo sobre el secuestro.
El auto de Daniel estaba estacionado en la puerta del gimnasio, no le sorprendió ver al gemelo menor allí, siempre tenía las tardes libres para ella y normalmente Ryan era quien disponía de sus mañanas libres.
— ¿Qué tienes? —preguntó Daniel saliendo del auto velozmente. En dos rápidas zancadas estaba frente a ella revisando su rostro con atención.
Leah negó con la cabeza, pero no pudo ocultar las lágrimas que comenzaron a salir por sus ojos a medida que pensaba en lo que había ocurrido. No había forma de esconder eso de sus hermanos, mucho menos cuando en cuestión de horas o días podía salir en las noticias.
— Caden lo publicó en Twitter. —lloró sobre el pecho de su hermano. Sintiéndose como la niña de diecisiete años que era.
— Esa pequeña mierdecilla. —gruñó Daniel. La presionó contra su pecho y abrió la puerta del acompañante para ella.
Entro al Audi r8 de su hermano sin pensarlo una sola vez, en cuestión de segundos Daniel tenía el auto en marcha.
Leah solo quería llegar a casa, no estaba emocionalmente estable para nada más luego de eso. Sabía que Daniel estaba molesto, pero no había manera de que ella se enfrentara a Caden en ese mismo momento y su hermano lo sabía.
Simplemente estaba tan saturada de todo que quería dormir un día completo para recobrar fuerzas y poder enfrentarse a todas las personas en el colegio mañana.
— ¿Cómo siquiera supo lo que había pasado? —oyó preguntar. Se encogió en el asiento, sintiéndose de repente más pequeña de lo que era.
— Yo se lo dije. —murmuro tan bajo que ni ella entendió lo que dijo.
— No balbucees, dime que dijiste. —habló, tranquilamente. Acelero el auto cuando llegaron a la vacía carretera que los llevaba a su casa.
— Yo se lo dije. —admitió un poco más alto.
— Tú se lo dijiste. —asintió Dan, Leah se preparó para el regaño.
— Sé que no tendría que haber…
— ¡Jodidamente ganaste la lotería al pensar eso! Ese pequeño pedazo de m****a vive para su jodido intento de vida perfecta, el hecho de que supiera que sucedió contigo arruina cualquier plan de perfección que él tenga en su inútil y poco inteligente cabeza. —la regañó alzando la voz en cada palabra que salía de boca.
— No quise que las cosas salieran así, confié en él y…
— Confiaste en una m****a ¡carajo! Todavía me sorprende siquiera que tuvieses una relación con esa b****a. —refunfuñó.
— Era bueno al principio. —defendió lo indefendible. Ella más que nadie sabía que las cosas nunca fueron buenas, no desde que su relación se había hecho pública y luego solo salían porque a los medios así parecía gustarles.
— Seguro como la m****a que era bueno, por supuesto que sí. —murmuró con sarcasmo dirigiendo el auto al enorme portón que cubría la entrada de la casa. Los oficiales de seguridad reconocieron el auto y la reja fue abierta rápidamente,
Daniel aceleró hasta detenerse en el garaje del auto y se bajó rápidamente para abrir su puerta, la dejo salir y cerró la puerta del auto con mucha más fuerza de la necesaria.
Leah cerró los ojos y se mordió el labio mientras la mano de su hermano se envolvía en su codo y la llevaba a grandes zancadas dentro de la casa.
— ¡Ryan! Carajo, baja aquí en este momento— gritó su hermano apenas entraron en la sala de estar.
Las manos de Leah se presionaron con fuerza a sus costados mientras respiraba rápidamente y sus ojos comenzaban a escocer. Odiaba cuando la trataban de ese modo. ¡Ya no era una niña!
Una voz maliciosa susurro en su oído que nada de eso pasaría si no se hubiese escapado para ver a Gavin ese día. Pero la alejo rápidamente. Ella siempre fue sobreprotegida por sus hermanos, eran pocas las veces que salió a una fiesta sin que sus hermanos sepan a donde se dirigía.
Gracias a la ayuda de su fiel amiga Bethany y su mejor amigo Mason, quienes habían encubierto sus mentiras para poder disfrutar de un poco de descontrol sin la seguridad que sus hermanos insistían que fuese con ella a todos lados.
Pasos veloces se oyeron en las escaleras y un muy adormilado Ryan apareció en ellas vestido con su pantalón de pijama. Sus ojos verdes lucían somnolientos y su cabello rubio estaba despeinado en todas las direcciones, un rastro de barba cubría toda su mandíbula y las líneas de la sabana de su cama estaban marcadas en su rostro cincelado.
Y tenía un arma en sus manos.
— ¿Qué putas está pasando que gritas tanto? —gruñó, tocando su cabeza con la otra mano.
¿Resaca? Posiblemente, la noche anterior había salido de fiesta con sus amigos, probablemente no había regresado hasta pasado el mediodía.
Daniel, por otra parte y desgraciadamente, era el más responsable de los gemelos, aunque si se hablaba de ella los dos eran una gran y enorme mamá osa protegiendo sus crías.
— Leah aquí tiene algo que decirte. —asintió Daniel en su dirección cruzando sus enormes brazos a la altura de su pecho.
Ryan la miro enarcando una ceja y guardando en arma en la cintura de sus pantalones de pijama que comenzaban a caer por el peso del arma. Mirando con el ceño fruncido al elástico, Ryan quito el arma del lugar y la sostuvo en sus manos.
— ¿Qué paso, cariño? —preguntó de manera cariñosa bajando completamente las escaleras de vidrio.
Leah se removió incomoda a un lado de Daniel y se aclaró varias veces la garganta en un intento de ganar más tiempo.
— Si no le dices tú, lo hare yo y sabes que es peor. —dijo Daniel, quitándose el saco del traje y dejándolo sobre el sofá.
— Leah ¿Qué coños hiciste, cielo? —inquirió Ryan con más insistencia, tomando el saco de Daniel y aventándolo al suelo. —Tu m****a en tu habitación. —señaló.
Estaba de más decir que Ryan tenía algún TOC y las cosas siempre tenían que estar en su lugar al momento de ordenar la casa, la mayoría de las veces el servicio de limpieza se encargaba de ello, pero Ryan iba por detrás organizando lo que creía que estaba mal.
— LedijeaCadenloquepasoesedia. —soltó rápidamente.
Ryan se vio confuso.
— Lo siento, no entendí bien que fue lo que dijiste. —anunció—. Repítelo lentamente. —se sentó en el sofá y cruzo la pierna izquierda sobre la derecha y luego cambio la posición.
— Le dije a Caden lo que paso ese día. —repitió lentamente.
Ryan asintió con el ceño fruncido y Daniel soltó un resoplido.
— Vamos, dile la mejor parte.
— ¿Hay mejor parte en esto? —preguntó el gemelo mayor, mirando a Daniel con una mueca. Olvidándose completamente que hacía unos minutos se mostraba risueño.
— Claro que hay una mejor parte, con Leah siempre lo hay. —escupió Daniel mientras tomaba su teléfono.
No había que ser Einstein para saber que estaba al borde de un colapso furioso.
— ¿Qué pasó luego? —la miró fijamente. Los rostros de ambos eran exactamente iguales y se mostraban tan molestos que Leah soltó un suspiro entrecortado.
Nunca le hicieron daño, pero algunas veces tenía miedo por las personas que le hacían daño a ella.
Ryan y Daniel eran importantes miembros asesinos-silenciosos del FBI por las noches y por los días eran empresarios jóvenes quienes tenían una de las empresas más importantes de Seguridad y Electrónica en todo el continente.
— Él lo publico en Twitter y se hi…
— ¡Trending Topic! Esa m****a de Twitter y sus jodidos tweet me tienen los huevos rozando el pavimento. Y ese pequeño pedazo de mierdecilla rebelde va a saber lo que es meterse con un Héller, porque te juro por la m****a que no saldrá bien parado de esta. —amenazó Daniel, perdiendo por completo sus papeles.
Leah dio un paso atrás, por instinto.
Sus hermanos vieron el movimiento con los ceños fruncidos.
Hacía poco habían dejado de tratarla como si fuese de cristal, pero quizás era un poco demasiado pronto para volver a la normalidad. El psicólogo le había mencionado que sería bueno que las cosas volvieran a la normalidad rápido, pero ante cualquier grito o sonido fuerte su mente volaba instantáneamente a esas dos semanas, encerrada en ese sótano de m****a sentada sobre sus propias heces.
Ryan palmeo el hombro de su gemelo, quien respiro varias veces y se calmó.
— Escucha Lee, hacemos todo lo posible para que esto no te afecte más de lo que ya lo hizo. No nos molesta gastar miles de dólares para silenciar personas, el dinero es lo de menos. Pero se suponía que tu solo tenías que hacer una sola cosa, y esa cosa era no decirle a nadie lo que había pasado.
— Lo sé, yo…
— No, lo sabes. Porque ahora más de trescientos cincuenta mil personas saben lo que paso gracias a alguien a quien considerabas un amigo.
— Yo solo…—no supo que decir. Ellos tenían razón en eso.
Daniel suspiró y se hizo a un lado en el sofá, dejando un hueco en el medio para ella. Palmeó el sitio y esperó a que ella tomara asiento.
Como un sándwich entre sus hermanos espero el regaño.
— Vamos a hablar con la prensa por si algo de esto sale a la luz, negaremos todo y vamos a hablar con los padres de mierdecilla para sacar unos cuantos trapos sucios. —habló Daniel.
Ryan asintió y continúo.
— Tú encárgate de negar las cosas si te preguntan algo y sigue como si nada. ¿Se lo dijiste en persona o por mensaje? —inquirió.
— En persona, fue todo en persona.
Ambos asintieron.
— Bien, eso hace las cosas más fáciles ya que no tiene pruebas. Me encargare de hablar con los abogados ahora. —se puso de pie y se alejó en dirección a su oficina.
Leah hizo una mueca. No quería que se tomaran más molestias.
— Cambia la cara, ve por algo de comida para ambos. —dijo Daniel, tecleando de manera furiosa en su teléfono.
— No quería que las cosas pasaran así. —admitió en voz baja, poniéndose de pie.
Su hermano se encogió de hombros y levanto la mirada.
— Lo hubieses pensado antes. —y volvió al celular.
Ignorando la punzada que le dio en el pecho camino hacia la cocina y abrió la puerta de microondas. Como siempre, la cocinera les había dejado algo para recalentar.
Ella sabía que sus hermanos tenían razón, por eso no había forma de discutir con ellos
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