LEVEl nombre de Boris sigue quemándome la cabeza, parece nada, pero puede significarlo todo.¿Quién es? ¡¿Qué es para Nikita?! Puede significar cualquier cosa, pero yo no tengo la respuesta. Esa maldita palabra salió de su boca como un disparo, y aunque la cubrí con la mentira del hámster, sé que no durará.Nikita Petrova está ahí, enterrada en su cerebro, y cualquier chispa puede despertarla.No puedo permitirlo. Hace cinco años, esa mujer casi me arrancó el corazón con una bala, y ahora duerme en mi cama, creyéndose mi esposa. Pero no soy estúpido. Sé que todo puede pasar en cualquier momento, que su mente puede romper el velo y traer de vuelta a la víbora que cazó a mis hombres como ratas.Esa noche no puedo dormir con ella. Su cuerpo caliente está demasiado cerca, su respiración lenta rozándome el pecho, y cada segundo siento que podría abrir los ojos y apuntarme con un rifle que no tiene.Durante la cena, deslizo un sedante en su vino, un polvo que se disuelve sin rastro. Ella b
BORISNikita… Perderla fue como… como entrar en una espiral que no me dejaba salir, como respirar humo constantemente y no poder toser, quedarme con todo dentro, sin poder sacar nada de mí, pese a estar asfixiándome.Duele. Como si fuese ayer que recibí la noticia. Sin un cuerpo, sin nada. Lo peor es que el tiempo sigue pasando, pero en estas cuatro paredes no se siente así, aquí congelo todo, sus recuerdos, su aroma, su voz… su cuerpo y cada cicatriz, tan suya como mía. Nikita está en cada rincón de mi mente, como una maldita sombra que no suelta. Su risa, afilada como un cuchillo, sus ojos verdes cortándome mientras apuntaba un rifle.La entrené para ser la Zmeyka, la asesina perfecta y en cada misión, en cada charco de sangre, nos encontramos. Su cuerpo contra el mío en almacenes fríos, sus gemidos en moteles de Kryvsk, su juramento de amor antes de partir a Voravia para matar a Lev Zaitsev.—Mi Skolvar—me decía, y joder, yo era suyo. Pero hace nueve meses, Varkov, nuestro Vodir,
LEV La casa huele a pan recién horneado, un aroma cálido que se cuela bajo la puerta del despacho como una mentira bien contada.Nunca imaginé mi vida así, con migas en la mesa y una mujer en la cocina, como si tuviera un hogar, una familia.Estoy encerrado aquí, con un vaso de whisky en la mano, el hielo derritiéndose lento, mientras trato de entender qué carajo estoy haciendo. O no entenderlo, sino acostumbrarme a verlo. No había que entenderlo, con vivirlo ya era suficiente.Nikita Petrova, jamás había conocido a ninguna otra mujer tan letal como ella, de hecho, hasta antes de conocerla debo admitir que subestimaba mucho a las mujeres, quizás por eso fue un golpe bajo saber que justo una mujer era la que me estaba poniendo contra las cuerdas.Esa misma mujer con las que tantas veces tuve pesadillas y a la que en tantas ocasiones observé en coma, esperando que abriera los ojos para ver si me contenía de estrangularla está allá afuera, horneando pan, sirviéndome en la mesa, calentan
NIKITAEl dolor es lo primero que siento, un latido sordo en la cabeza que me arranca de la oscuridad. Abro los ojos, y la luz blanca me quema, como si alguien hubiera encendido un reflector en mi cráneo.Estoy en una cama, una maldita cama de hospital, con una bata blanca que apesta a desinfectante. Mi frente está vendada, y hay tubos clavados en mi brazo que no sé qué demonios hacen allí.¿Qué carajo pasó? Mi cuerpo grita, pero mi mente es más rápida, aguda, despierta.Soy Nikita Petrova, la Zmeyka, y no sé dónde estoy.¿Dónde estoy?¡¿Dónde estoy?!Me arranco los tubos, el pinchazo apenas un susurro contra la furia que me quema. La venda en la cabeza me aprieta, pero no la toco; no hay tiempo para lamentos. Mis músculos recuerdan, tensos, listos, como si nunca hubieran olvidado quién soy. La habitación es estéril, paredes blancas, un monitor pitando como un metrónomo. Me deslizo de la cama, los pies descalzos contra el suelo frío, y agarro los tubos arrancados, enroscándolos en mi
LEVHabía salido a hacer una llamada luego de pasar toda la noche con Anya.El golpe en la cabeza fue más fuerte de lo que creí y luego de que cerró los ojos no volvió a reaccionar, teniendo que traerla al hospital. Esperaba que no fuera grave y no lo fue.Ahora lo que me preocupaba eran las pastillas… debía conseguir más, ya había investigo aquí en el hospital, pero… por lo visto estas pastillas salieron del mercado hace mucho tiempo.Ya había enviado a unos hombres al lugar donde el doctor tenía todas su cosas para ver si encontraban algo, pero no tenía muchas esperanzas de que fuese así.Ahora mismo las pastillas eran lo que más me inquietaban, aunque no sabía muy bien qué tiempo podía extender su uso en caso de que encontrara más.¿Era perjudicial? ¿Por qué la retiraron? ¿Qué daños causaba?La habitación 204 está al final, y cuando empujo la puerta, el caos me detiene en seco. Tres cuerpos en el suelo: un doctor, una enfermera, y ella. Anya. Mi Conejita. Pero cuando sus ojos se
LEVSabía que no iba a gustarme lo que el maldito doctor tenía que decir. Lo supe en cuanto lo vi entrar en la sala privada del hospital, con esa expresión de perro asustado y la carpeta temblándole en las manos.Me apoyé contra la pared, cruzándome de brazos, mientras mi mirada se desviaba apenas hacia la puerta cerrada del fondo. Anya estaba ahí. Amarrada.De no ser por las correas de sujeción, habría intentado degollarme ni bien despertó o eso fue lo que pasó en mi cabeza, apenas abrió los ojos la volvieron a sedar por orden mía.No era la muñeca rota que había mantenido a raya durante este tiempo, por lo que hasta que no tuviera un plan sólido no podía dejar que despertara.Era ella otra vez. La asesina que había venido a cazarme, la que me había seguido hasta el infierno sin pestañear.¿Quién se cree que es para despertar el infierno en el que la estoy sometiendo?—¿Qué tienes para mí? —gruñí, sin mucha paciencia.El doctor tragó saliva, ajustándose las gafas. Era un tipo de medi
Un pitido me saca de la nada, un sonido agudo que me taladra los oídos como si alguien estuviera clavándome un cuchillo en la cabeza.Abro los ojos, o lo intento, porque todo está borroso, blanco, cegador. ¿Dónde mierda estoy? Mi cuerpo pesa una tonelada, como si me hubieran atado a la cama con cadenas invisibles. Siento algo en la boca, un tubo o qué sé yo, y quiero arrancármelo, pero mis manos son un desastre: lentas, torpes, moviéndose en cámara lenta como si no fueran mías. Joder, ¡muévanse! El pitido sigue, más fuerte, y mi pecho sube y baja rápido, demasiado rápido. Estoy perdiendo la cabeza.De repente, hay ruido: pasos, voces. Unas manos me agarran, frías, rápidas. Alguien me quita el tubo de la boca, y toso como si me estuvieran arrancando los pulmones. Respiro, o lo intento, pero el aire raspa como vidrio. Miro alrededor: paredes blancas, máquinas, cables pegados a mi piel como si fuera un maldito experimento. Un hombre con bata blanca está encima de mí, sus ojos detrás de u
ANYAUna semana más en ese maldito hospital, y sigo sin saber quién diablos soy. Los doctores me pinchan, me miran como si fuera un experimento fallido y dicen que estoy “mejorando”, pero mi cabeza sigue vacía, un jodido desierto sin nada que agarrar.Lo único que no cambia es él.Lev.Todos los días, cuando abro los ojos, ahí está, sentado en una silla junto a mi cama o apoyado contra la pared como si fuera el rey del universo.No habla mucho, solo me clava esos ojos grises que me queman la piel, y a veces me trae cosas como café o flores que no pedí. No sé qué busca, pero carajo, me estoy acostumbrando a verlo. Cada vez que despierto, espero encontrarlo, y eso me pone los nervios de punta más que las agujas en mis venas.Hoy es distinto.Despierto, y no está en la silla. Está junto a la puerta, con el traje negro ajustado y una cara que no admite peros.—Te vas hoy—dice, supongo que debo alegrarme, recordar algo, pero no sé ni quién soy y eso me causa mucha inseguridad, porque la ún