"La vida es corta, no hay tiempo de dejar palabras importantes sin decirse"Estábamos viendo una película, pero mis pensamientos no podían quedarse quietos. El tiempo seguía corriendo, cada vez faltaba mucho menos para ese día tan desastroso que cambiaría nuestras vidas para siempre. El sonido de la película estaba apagado en mi mente, como si solo yo pudiera escuchar el eco de mis propios pensamientos.Mi jefe me había anunciado que habría una fiesta de gala esa noche, y que podía llevar a Adeus conmigo para que los socios de él supieran que no podían tocarlo. La idea parecía lógica en principio, una forma de demostrar mi posición y protegerlo a él, pero al mismo tiempo, no podía dejar de pensar que yo me iría pronto, y no sabía si volvería. ¿Qué iba a pasar después de esa fiesta? La incertidumbre me rodeaba como una niebla densa.—¿Princesa? —me llamó Adeus, su voz rompiendo mi ensimismamiento. Lo miré, sus ojos oscuros llenos de preocupación.—Mmmmjh —respondí, sin mucho ánimo, sin
—Lista —dije, saliendo del closet con un vestido de manga larga color blanco. El vestido, ajustado en la parte superior, tenía un cinturón negro que marcaba mi cintura y un delicado estampado de flores que se desplegaba a lo largo de una de las mangas, dando un toque elegante y suave. La falda tenía un volado ligero que le daba un aire romántico, y me llegaba justo hasta la mitad de los muslos, lo que le daba un toque coqueto sin perder la clase. Para completar el look, me puse unos tacones negros de charol que realzaban aún más mi figura, con un pequeño detalle plateado en el talón. Me sentía lista y hermosa, con la sensación de que la noche sería inolvidable.Ya estábamos a punto de salir para la fiesta. Miré a Adeus, quien estaba en el sofá, completamente concentrado en su teléfono móvil. Al levantar la vista y verme, su rostro se iluminó con una sonrisa picara y juguetona. En ese instante, el flash de su cámara iluminó la habitación, lo que me hizo soltar una risa espontánea. Él,
Ya habíamos llegado hace unas horas, y la fiesta estaba en pleno apogeo. El salón era impresionante, con enormes candelabros de cristal que iluminaban el ambiente con una luz suave y cálida. Las paredes estaban adornadas con tapices antiguos de tonos dorados y burdeos, creando una atmósfera de lujo y elegancia. Las mesas estaban dispuestas con delicadeza a lo largo de la sala, cubiertas con manteles de lino blanco y arreglos florales frescos que exhalaban un perfume sutil, casi embriagador. Las ventanas grandes ofrecían una vista espectacular de la ciudad, cuyas luces parpadeaban en la distancia, añadiendo un toque mágico al ambiente.En el centro del salón, había una pista de baile de mármol pulido que reflejaba las luces como un espejo. A medida que la gente se movía al ritmo de la música, el brillo del suelo se acentuaba, dando la impresión de que todos flotaban sobre una superficie resplandeciente. El aire estaba lleno de risas, susurros y murmullos, pero lo que más destacaba era
"Amo caminar bajo la lluvia porque nadie sabe que estoy llorando en realidad"—¡Oh, vamos! —se quejó él, con una expresión divertida pero exageradamente melancólica. Su mirada estaba llena de diversión, pero su tono de voz hacía que todo sonara como si fuera una petición realmente dramática. Yo solo le sonreí, manteniendo la caja de pastelillos en mis manos como un trofeo preciado.—Nop —respondí, negando con la cabeza mientras sostenía con firmeza la caja que tenía en las manos, como si fuera lo más importante del mundo.—¡Oh, vamos, princesa! —repitió él, haciendo una mueca mientras se cruzaba de brazos, jugando a estar realmente molesto, aunque sabía que no lo estaba. No pude evitar soltar una risa al ver su actitud exagerada, y, sin pensarlo dos veces, corrí alrededor de la mesa, intentando mantener la caja fuera de su alcance.—¡No seas mala! —dijo, siguiéndome a gran velocidad, con los pies apenas tocando el suelo mientras intentaba alcanzarme. Mis risas resonaban por la habitac
Corría con todas mis fuerzas, el aire frío golpeando mi rostro, mientras el cielo, oscuro y denso, presagiaba una tormenta feroz. El sonido de mis pasos resonaba en la quietud de la noche, y mi corazón latía desbocado en mi pecho, bombeando sangre a toda velocidad. No podía fallar. No podía dejar que esto terminara de esta manera.— Mierda, maldita mierda. —maldije entre dientes, la ansiedad apoderándose de cada fibra de mi ser. Me había quedado dormida, inmersa en pensamientos que no pude controlar, y ahora, al despertar, me di cuenta de que el tiempo me había jugado una mala pasada. No había notado que él había salido, y con él, todo lo que había temido comenzaba a hacerse realidad.Mañana cumplíamos dos meses de novios, y ahora todo lo que sentía por él estaba siendo destrozado, aplastado por la horrible visión que se desplegaba frente a mis ojos. Ahora entiendo por qué pidió esa cita conmigo. Todo había sido una trampa. Una mentira, desde el principio. ¿Y yo, tonta, había caído?L
"Cuando ves el ultimo aliento de vida de una persona... Te fijas en sus ojos"Lloraba aferrado a su cuerpo frío, mientras la lluvia seguía cayendo con fuerza, sin mostrar intenciones de detenerse. Las gotas golpeaban mi rostro, mis hombros, mi alma, como si quisieran arrastrarme hacia la misma oscuridad que ella ya había abrazado. Con la cabeza sumida en su pecho, inmóvil, sentí cómo la tormenta no era nada comparado con la tormenta que se desataba dentro de mí. Nada tenía sentido, nada parecía importarme ya.—No... —murmuró mi hermano. Lo vi, y seguía exactamente igual, como si el mundo entero se hubiera detenido junto a nosotros, sumidos en la desesperación. Estaba llorando. Sus lágrimas caían en silencio, sin siquiera intentar ocultarlas.Volví mi cara hacia su pecho, dejando que las lágrimas siguieran su curso. El sonido de los pasos fuertes chocando con el agua del suelo resonaba a mi alrededor, pero nada de eso alcanzaba mis oídos. Estaba ciego, sumido en la oscuridad de mi ment
Llegamos a una mansión. Mi hermano había venido con un grupo de hombres desde antes, su presencia pesada y solemne, como un presagio de lo que estaba por ocurrir. Apenas crucé el umbral de la mansión, el cuerpo de mi princesa, ya sin vida, colgaba pesadamente en mis brazos. Los hombres que se encontraban allí, de pie y con semblantes graves, hicieron reverencias, inclinando la cabeza ante la tristeza que nos envolvía. Algunos murmuraron las palabras que él había dicho, mientras otros se cubrían el rostro con las manos, sollozando en silencio. Yo, sin embargo, no entendía nada de lo que sucedía.La frase "God save the proom queen" seguía resonando en mi mente, pero no lograba comprender su verdadero significado. Cada paso que daba me hundía más y más en un abismo oscuro de desesperación. Las mujeres que me miraban con ojos llenos de lágrimas lloraban desconsoladas, gritando en un dolor indescriptible, negando lo que estaba sucediendo. Su dolor solo incrementaba el mío, como si mis prop
Cuando finalmente logré recuperar un poco el aliento, cuando el llanto comenzó a ceder, me acerqué de nuevo a las paredes que estaban cubiertas de recuerdos. Cada foto, cada sonrisa, cada momento compartido se sentía como una daga en el corazón. Mis ojos, ya hinchados y rojos de tanto llorar, se posaron sobre una foto que, al principio, no había notado entre las demás. Estaba al fondo, casi oculta por la multitud de imágenes. La tomé con manos temblorosas.Era una foto de ella, cuando era niña. La imagen me golpeó con una fuerza que me dejó sin aire. Era tan pequeña, apenas una niña de siete u ocho años. Su cabello castaño, con tonos dorados que brillaban como el sol, caía sobre sus hombros en suaves ondas. Sus ojos, grandes y de un celeste claro como el cielo en pleno día, miraban curiosamente al frente. Su piel era clara, suave como la porcelana, y sus labios, finos y rosados, formaban una línea recta, tranquila. En la foto, ella estaba un poco mareada, como si hubiera girado rápid