Capítulo 3
Pero al instante siguiente... desvió la mirada con indiferencia. Sonrió, tomó a Emilia de la mano y subió al escenario, como si nunca me hubiera visto.

Esbocé una sonrisa irónica.

El periodista más cercano a mí parecía ser un pasante, ya que se acercó el micrófono a mí con timidez y preguntó:

—Señorita Suárez, ¿es cierto que usted y el señor Echeverría se han divorciado?

—Así es —respondí sonriendo, mientras asentía con la cabeza.

El joven se acomodó las gafas, antes de continuar:

—Pero ustedes se conocieron en la preparatoria, fueron novios durante siete años y estuvieron casados cinco. —Hizo una breve pausa, antes de añadir, como si esperara que eso me hiciera dudar de mi respuesta—: El mes pasado, de hecho, el señor Echeverría gastó una fortuna para comprarle una isla, a la cual le puso su nombre.

Seguí sonriendo, aunque la sonrisa no llegaba a mis ojos.

—Eso era algo que me debía —dije con calma.

«Un regalo para compensar mi cumpleaños, al que faltó por cuidar a Emilia cuando enfermó», pensé, mordiéndome la lengua para no soltarlo.

En mi vida anterior, ese gesto me habría parecido romántico. Por un momento, me sentí orgullosa… hasta que descubrí que la idea había sido de Carlos, que la isla la había elegido el asistente de Jorge, y que él ni siquiera sabía dónde estaba ubicada.

—¿Todavía ama al señor Echeverría? —preguntó entonces el pasante, con un leve temblor en la voz.

Todos los presentes guardaron silencio. Incluso Jorge desde el escenario, giró la cabeza hacia mí. Frunció el ceño, visiblemente incómodo.

Yo lo miré con tranquilidad, curvando mis labios en una sonrisa serena, y respondió:

—Ya no.

No me quedé hasta el final de la rueda de prensa. Me retiré después de que Jorge aclarara que nuestro matrimonio llevaba un año siendo solo una formalidad.

De la noche a la mañana, me convertí en la mujer que Jorge había descartado. Y Emilia, en la única víctima inocente de toda esta controversia.

La entrevista se mantuvo fijada en redes sociales durante varios días, y el tema no perdió intensidad.

En especial, por las declaraciones de Jorge:

«Mariana y yo ya teníamos planes de divorciarnos desde hace un año. Solo esperábamos el momento adecuado. Queríamos manejarlo con discreción, pero ahora que personas inocentes se han visto afectadas, nos vemos obligados a aclararlo públicamente. La señorita Quiroz no es una intrusa que causó la ruptura de nuestra relación. Ella es la única preocupación que mi maestro dejó en este mundo, y que yo la cuide es completamente normal. Espero que todos vean esta situación con racionalidad.»

Algunos fanáticos fueron manipulados para decir que yo era la culpable de nuestra ruptura, que había malinterpretado como algo turbio su pura amistad y una supuesta deuda de gratitud.

Me pintaron como una mujer mezquina, incomprensiva, que, después de cinco años de matrimonio, no había aprendido ni un poco de la lealtad de Jorge.

El tema se mantuvo candente por varios días, y me convertí en el blanco de las críticas.

***

Días más tarde, al salir del registro civil con el certificado de divorcio, Jorge me detuvo.

—No hagas caso a lo que dicen en internet. En poco tiempo, todos lo olvidarán —dijo, como si eso bastara para calmar el huracán que él había desatado.

Me detuve y no pude evitar soltar una risa amarga. Ambos habíamos sido expuestos… pero mientras a él lo defendían, a mí me destrozaban.

—Mariana, en dos meses será Año Nuevo. ¿Qué te parece si nos volvemos a casar a principios del próximo año? —me preguntó, como si nada.

Sin embargo, cuando estaba a punto de acercarse, di un paso atrás, mientras dirigía mi mirada hacia los periodistas que los guardaespaldas mantenían a raya.

Jorge pareció darse cuenta de la inconveniencia y se quedó donde estaba.

—Jorge, voy a regresar a Santa Clara —le dije, sin más.

—Hace mucho que no vas. Es bueno que vuelvas —asintió él—. Para Año Nuevo iré a buscarte...

—No voy a volver —lo interrumpí con calma.

Su sonrisa se congeló en su rostro, y una sombra de confusión volvió a cruzar sus ojos.

—Cuando acepté firmar los papeles del divorcio —añadí, mirándolo fijamente—, me prometiste cumplir una condición. Es hora de que la cumplas.

Jorge me miró, atónito.

Y fue en ese instante cuando lo supe: al volver a vivir esta vida, solo me tomó unos segundos para comprender todo el amor… y todo el odio que sentía hacia él.

Al ver los papeles del divorcio, llegué a considerar romperlos en un arrebato, armar un escándalo… pero al final la razón prevaleció.

Después de un largo momento, sonreí y dije:
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