Primera Opción
Primera Opción
Por: Camila Vallejo
Capítulo 1
—Mariana, ¿qué te parece si nos volvemos a casar cuando todo esto pase?

Estaba sentada en el banco de piedra del jardín de la mansión, perdida en mis pensamientos, cuando Jorge apareció frente a mí con Emilia a su lado.

Apenas tres horas antes, los paparazzi habían publicado fotos que sugerían que Emilia era la amante de Jorge. Toda la red ardía. Los internautas escarbaban en su pasado, insultándola como «la tercera en discordia» que se había entrometido en nuestro «dulce amor». Una intrusa.

La imagen de Jorge como esposo ejemplar se había desmoronado por completo y las acciones del Grupo Echeverría empezaban a tambalearse.

En mi vida anterior, cuando Jorge se acercó con los papeles de divorcio, me dejé llevar por el dolor, y enloquecida, arranqué con furia todas las rosas que él había plantado para mí en el jardín, mientras le gritaba, histérica, pidiéndole explicaciones sobre su relación con Emilia.

Porque, siendo honestos, si solo era la hija de su mentor, había miles de formas de resolver la situación. Pero él eligió sacrificarme a mí.

Todo para proteger a Emilia y evitar que su depresión empeorara.

Lo que Jorge nunca supo es que, mientras el escándalo estallaba en las redes, a mí también me habían diagnosticado depresión moderada.

—Mariana —me llamó Jorge una vez más, sacándome de mi ensimismamiento.

Y, volviendo a la realidad, bajé la mirada hacia los papeles de divorcio sobre la mesa de piedra.

Él se arrodilló frente a mí, clavando sus ojos en los míos, mientras envolvía mis manos entre las suyas, cálidas y firmes.

—Mariana, hazlo por mí, ¿sí? —dijo en un tono persuasivo—. Diremos que nuestro matrimonio desde hace tiempo no es más que apariencia, y que solo estábamos esperando el momento oportuno para anunciarlo.

No respondí. Me limité a observar a Emilia, de pie detrás de él, con su vestido blanco y los hombros cubiertos por el saco de Jorge. Sus labios pálidos contrastaban con sus ojos enrojecidos.

—Mariana, por favor, ayúdame —suplicó ella de pronto—. Mi madre se suicidó por culpa del acoso en redes. No quiero repetir su historia. Te lo ruego...

Cuando vi que estaba a punto de arrodillarse, Jorge se levantó de inmediato para sostenerla, protegiéndola entre sus brazos con familiaridad.

—¿Qué estás haciendo? —la reprendió en voz baja, con expresión severa.

Emilia bajó la mirada, con las lágrimas escurriendo por su rostro.

—Yo... solo quería que Mariana se sintiera mejor —murmuró débilmente.

La impaciencia se apoderó de Jorge. Volvió a mirarme, pero esta vez no había rastro de dulzura en el rostro.

—Mariana, no he venido a consultarte. Ya tomé mi decisión. Si te niegas a divorciarte, no me culpes por...

Levanté la mirada con lentitud y, cuando nuestros ojos se encontraron, sus palabras se cortaron en seco.

Pero yo sabía exactamente lo que estaba a punto de decir.

«Conoces mis métodos, Mariana. Tengo mil maneras de hacer que firmes obedientemente. Si llegamos a juicio, jamás podrás contra los abogados del Grupo Echeverría.»

Esas fueron sus palabras exactas en mi vida anterior.

Después de eso, me tendieron una trampa infame: me pusieron en una cama rodeada de modelos masculinos, plantando pruebas irrefutables de infidelidad.
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