—¿Qué demonios quieres aquí Charlie? ¿Cómo diablos sabes en donde vivo? — cuestiono Isabella realmente furiosa y temerosa de que su hijo saliera y se encontrara con ese hombre. —Vaya, eres mucho más amable detrás del mostrador del hotel, solo vine a hablar esperando a que lleguemos a un acuerdo, ¿Por qué no llamas al niño? Me gustaría mucho poder conocer a mi hijo — dijo Charles con sarcasmo. Isabella jalo del brazo al hombre para alejarlo de su departamento. —De ninguna manera, tu dejaste muy en claro hace tres años que no te interesaba saber nada de él o de mí, ahora, dime, ¿Qué es lo quieres? — dijo Isabella tajante. —Ya te lo dije, quiero conocer a mi hijo, y, escucha, se que dije cosas en el pasado que no debía de haber dicho, pero quiero que sepas que ahora soy otro hombre, y he venido hasta aquí para recuperarte a ti y a mi hijo, realmente necesito que estén en vida — dijo Charles con algo de arrepentimiento en su haber, pero la realidad era que no se arrepentía tanto de ha
El manto nocturno había caído sobre Palermo y aquella noche invitaba a Joseph Harrington a la reflexión. El enfrentamiento que había tenido esa tarde con ese remedo de hombre que se había atrevido a insultar a la señora Bianco lo había dejado bastante furioso. Había, por supuesto, mostrado su mejor cara a la hermosa mujer y su adorable hijo y compartido con ellos la cena que les había llevado. La botella de whisky se había terminado, y ahora, caminaba a tomar otra de su colección de licores de lujo. Aquellas imágenes aún no se desvanecían de su mente, ver a esa mujer que tanto deseaba siendo insultada por el hombre que la abandono mientras su pequeño en cualquier momento podía haber escuchado todo aquello, había sido de cierta manera shockeante; le parecía simplemente inaudito. El, siendo un caballero de principios criado para siempre respetar a las mujeres y sus semejantes, no concebía la idea de hablar de manera tan terrible y ofensiva a una dama, en especial, a una tan hermosa y
Las calles de Palermo aquella madrugada estaban vacías, quizás, solo en algún oscuro rincón había algún par de ocasionales amantes que se devoraban el uno al otro con desesperación. Joseph tenia hambre, pero un hambre diferente a todas las demás, tenia hambre de ella, hambre de Isabella Bianco, de sus labios carnosos y perfectos, y de aquellos dulces secretos que tan intima y recelosamente la hermosa mujer guardaba.Las luces de las farolas encendidas, se desfiguraban en formas curiosas y fugaces que se desvanecían tan pronto como aparecían debido a la velocidad a la que Joseph iba conduciendo. Cada pensamiento en esos momentos era dedicado a la encantadora señora Bianco, y siendo nuevamente imprudente e inadecuado, ya iba en camino para volver a encontrarla. Finalmente, y después de un breve momento, se estacionaba frente a la residencia Bianco que se hallaba en aquel humilde complejo de departamentos. Sin esperar a ver si le abrían la puerta y sintiéndose como un muchacho vivaz y
La mañana había llegado después de una extraña noche, Isabella se sentía muy reconfortada entre los poderosos brazos de Joseph donde se había quedado dormida. Despertando por inercia como cada mañana hacia, recordó los eventos que habían tenido lugar la noche anterior cuando el apuesto y amable señor Harrington se había colado por su ventana. Incorporándose un poco, se percató de que ambos se habían quedado dormidos sobre el suelo, sus mejillas se encendieron al recordar los besos y las caricias mustias que se habían dado, y es que, el amable señor Harrington había demostrado ser completamente irresistible, aunque nunca lo creyó tan atrevido como para colarse en su habitación de la manera en que lo había hecho. Sinceramente ni siquiera ella entendía el porqué de aquello, pero, por supuesto, se podría dar a todas las malas interpretaciones del mundo aun cuando no hicieron nada indecente, esperaba sinceramente que ningún vecino se hubiese dado cuenta o podría tener algún problema con s
— Yo…no se si quiero esto — dijo Isabella sin dejar de mirar a los ojos de tormenta de Joseph.— Si lo quieres, me deseas, casi tanto como yo te deseo a ti, eres una mujer, no una niña, deja tu timidez de lado y acepta que me deseas, siente mi piel y dime a los ojos que no sientes nada, si lo haces, entonces me iré para nunca más vernos, no lo aceptare de otra manera — dijo Joseph mirando directamente a los ojos de Isabella y tomando la mano de su musa para forzarla a tocar los músculos de su poderoso pecho.Isabella se estremeció ante aquel repentino contacto, los músculos de Joseph, un por debajo de aquella elegante camisa fina, se sentían duros, poderosos, sintiendo su mano sosteniendo la suya, pudo saber que su piel era cálida y se sentía suave, un escalofrió lograba recorrerla de pies a cabeza, liberando mil sensaciones distintas a la vez, y, por primera vez, quiso saberlo, averiguar lo que se sentiría tener el enorme cuerpo de Joseph sobre el de ella, saber que se sentiría tener
Amor, un sentimiento profundo, el origen de todos los demás que existen. Amor, aquello a lo que todos aspiran alcanzar algún día y que todos sentimos en algún momento dado de nuestras vidas. Amor era lo que Joseph Harrington estaba sintiendo en aquellos momentos dentro de la intimidad de su oficina.Aquella mujer, aquellos besos, aquellas caricias…Isabella Bianco era una mujer hermosa, una que comenzaba a desear como un loco. Habían llegado juntos nuevamente, y el, como ella, habían notado las miradas de todos en el lugar; estaba convencido de que los rumores comenzarían al poco tiempo, aunque realmente aquello no le preocupaba.Había declarado sus afectos a la hermosa madre soltera, y mantenía la esperanza de que ella le diera un sí. Isabella era una verdadera dama, no importaba lo que hubiese dicho aquel imberbe desalmado de su ex pareja, ella era una dama en toda extensión de la palabra.¿Qué estaría pensando ella en esos momentos? Quería averiguarlo, saber a ciencia cierte que era
—Dime algo, ¿Estas saliendo con el señor Harrington? — Miriam le preguntaba a Isabella por aquellos rumores que se habían estado esparciendo como línea en polvorín y que no tardaban en estallar en un chisme aun mayor.Isabella suspiro, el cotilleo de chismosos aún no había parado, llevaba todo el día respondiendo a aquella pregunta.—No…solo digamos que nos estamos conociendo — añadió solo para su amiga.Miriam sonrió. — No me malinterpretes, creo que el señor Harrington es un hombre encantador y muy respetuoso, pero tambien solitario y en ocasiones demasiado triste, creo que merece una segunda oportunidad en el amor, ya lo sabes, todos lo merecemos — terminó de decir.Isabella sonrió. — Tienes razón, es un buen hombre…el mejor que he conocido jamás, el es tan…atento, tan noble y tan bueno, como si su corazón estuviese hecho de oro, me hace sentir tan viva…tan especial…no se ni como describirlo, pero somos tan diferentes que no creo que algo entre los dos funcione en realidad — admiti
Isabella se coloreaba los labios de rojo, se miraba en el espejo de los baños para empleados mientras se acomodaba aquel elegante uniforme. Su hora de almuerzo había terminado y en solo un rato más terminaría su turno. Había estado pensando en las palabras de su amiga, y realmente, no sabia si estaba lista para tener una nueva relación. Meditando en aquello, pudo ver algo que sobresalía cuando regresaba al mostrador de la entrada, sonriendo, pudo ver un precioso ramo de orquídeas rojas y blancas, así como rosas de esos mismos colores. Hacía años que había leído el lenguaje de las flores, y sabia lo que simbolizaban: amor, deseo, pasión y pureza. Acomodándose en su lugar, tomo la nota que venia escrita en aquel ramo. “Permíteme mi musa llevarte a mi castillo, permíteme llevarlos a ti y tu encantador hijo a conocer el lugar en donde vivo, al terminar tu turno pasaré por ti. Humildemente te lo ruega tu más ferviente admirador J. H.” Isabella sonrió, nuevamente se sentía como en las n