El ambiente en aquella oficina se sentía tenso, tan denso y tan incomodo que podría cortarse como una rebanada de pastel. Joseph miraba a Charles con evidente desprecio, así como este lo miraba a el con un deje de burla a cambio. Ambos sabían porque era que estaban allí, aquella razón tenia nombre y era Isabella.—Señor Smith, debe de saber que estoy saliendo con la señora Bianco y que mis intenciones hacia ella son serias, se bien sobre el pasado de ustedes, y como le deje ya en claro en una ocasión, no lo deseo cerca de Isabella, ella es una dama, una buena mujer que merecer ser tratada con respeto, y de ninguna manera voy a tolerar que un bruto barbaján como lo es usted, vuelva a incomodarla o irrespetarla de algún modo, así que, le pido que se marche ahora mismo de mi hotel, de lo contrario, llamare a las autoridades para que lo saquen por la fuerza, en Stella Inc., nos reservamos el derecho de admisión — dijo Joseph con evidente molestia.Charles se burló. — Por supuesto, me iré
Esa hermosa mañana se sentía especial. El sol bañaba con su luz dorada los jardines de la mansión Harrington y Isabella miraba a su pequeño hijo juguetear en ellos con aquella felicidad única de la infancia. Joseph había ordenado que se les sirviera el desayuno en el jardín y aquel momento se antojaba como intimo y de ensueño.La noche había sido larga, lo que Charles había hecho fue tan bajo y mezquino que naturalmente no podía haber habido una buena intención detrás. Isabella se preguntaba una y otra vez las razones que tuviera el hombre para hacer lo que había hecho, después de todo, por supuesto que resultaba extraño que en todo ese tiempo el no se hubiere preocupado por ella o Ferdinand y lo hiciera en ese momento.Eran ya casi tres años los que Ferdinand tenia de vida, y en ningún momento Charles Smith tuvo la cortesía de preguntar por él, ni siquiera sabía que era un niño pues desde que la abandono y ella se fue, nunca se intereso en comunicarse para saber si ella necesitaba al
El sudor resbalaba de su frente mientras levantaba aquellas pesas y enfocaba su vista hacia la nada. Todos sus pensamientos iban dirigidos hacia el mismo asunto: Isabella y Ferdinand, quienes no habían regresado a su departamento la noche anterior y, además, el mismo se encontraba fuertemente custodiado por algunos hombres que seguramente habían sido enviados por Joseph Harrington.El tiempo seguía pasando veloz, tan veloz como un guepardo persiguiendo a su presa y el aun no lograba avance alguno con respecto a su hijo. Esa tarde hablaría con un abogado para forzar a las cosas a darse; no podía darse el lujo de perder demasiado tiempo antes de que su padre perdiera la cabeza. Él tenía acceso solo a una parte de esa cuantiosa herencia, sin embargo, en su proyecto de vida mas grande necesitaba mucho mas de lo que se le permitía obtener de aquello.Se había arrepentido enormemente de haber abandonado a Isabella, pues no solo era lo que ella y Ferdinand podrían asegurarle, la soledad mism
Las cosas parecían estar en aparente calma. Aquellos días habían sido soleados y felices, los cielos azules y tardes calurosas habían pasado con cierta tranquilidad a pesar de tener la amenaza de Charles Smith encima.Isabella atendía a los clientes como era ya lo habitual mientras Ferdinand se hallaba en la guardería jugando con los demás niños que resguardaban allí mientras sus padres estaban trabajando. Ya no era un secreto que ella y el amable señor Harrington estaban saliendo, y contrario a lo que había imaginado en un comienzo, todos parecían estar contentos con aquella noticia.Sin embargo, a pesar de que todo aparentemente marchaba de viento en popa, Isabella aún se sentía tremendamente intranquila por la incertidumbre de no conocer cual sería y cuando sería el siguiente paso de Andrea con respecto a Ferdinand; sabia que aquel hombre no se quedaría con los brazos cruzados y que aquella calma era algo meramente pasajero, debía de estar preparada para cuando el hombre comenzara
Los gemidos entrecortados y los suspiros exacerbados, se dejaban sentir en la oscuridad de aquella enorme habitación. Las sensaciones que despertaban a la mas dormida libido, le hacían experimentar a Isabella un momento único como eran todos los que pasaba al lado de su Joseph Harrington.Aquella noche no quería recordar nada, no quería saber nada, tan solo deseaba perderse en la intimidad de aquella habitación cerrada en la que se estaba ocultando del mundo al menos por ese instante. El cuerpo de Joseph se apretaba sobre el suyo, desnudos ambos y disfrutando del otro en aquel acto de intimidad que era solo de ellos dos.Joseph se sentía vivo sintiendo la estreches del cuerpo de Isabella. Besaba sus labios con verdadera ansiedad mientras sentía como cada parte de el mismo respondía a las caricias de ella. Aquel era más que solo un momento de intimidad, aquel acto no era puramente carnal, iba más allá de solo eso. Sintiendo como su propia alma parecía unirse a la de Isabella,
La soledad es el peor sentimiento que cualquier ser humano o criatura puede experimentar, aquella sensación de abandono que trae consigo la perdida del deseo de pelear, sumergen a las personas en un privado infierno personal del que realmente pocos logran salir.Aquella mañana Joseph Harrington escuchaba las risas infantiles del pequeño Ferdinand mientras corría de un lado a otro por prácticamente todos los interminables corredores de su enorme mansión que durante demasiado tiempo fue triste y solitaria, aquella risa inocente parecía expulsar de aquel lugar que fue su propia prisión, aquella oscuridad y soledad que durante lo que pareció una eternidad mantuvo a su hogar congelado en el tiempo.Mirando jugar al encantador hijo de su querida Isabella, no pudo evitar recordar al amado hijo para siempre perdido. Aquellas paredes que encerraban tantas y tantas memorias de tiempos que fueron dichosos, nuevamente recibían en sus ecos solitarios las risitas de un niño. Su pequeño Tristán habí
—Esperamos que vuelva pronto —Esa mañana Isabella atendía a los huéspedes del hotel con la misma tranquilidad y amabilidad que hacia siempre, sin embargo, por dentro sentía morir de la angustia. Ese día seria la primera audiencia sobre el reclamo de paternidad, tenia que llevar a Ferdinand a realizar la prueba de ADN que Andrea había solicitado.El sol brillaba en lo alto y con su luz dorada bañaba los inmensos jardines de aquel hermoso y lujoso hotel, pero ese día la joven madre soltera no sentía el animo de admirarlos, tan solo deseaba que las horas pasaran tan rápidamente como fuera posible para que la noche cayera y todo terminara, al menos por hoy. Sus nervios la estaban carcomiendo, sus ansias le provocaban malestares en el estómago, y toda ella estaba hecha un manojo de nervios.—¿Estás segura de que te encuentras bien? Te miras pálida, deberías descansar un momento, yo puedo cubrirte mientras tanto — decía Miriam mirando como Isabella lucía descompuesta.Suspirando, Isabella
—Entonces, procedemos a tomar la muestra de ADN —Isabella sentía sus nervios casi dominándola por completo al ver como aquellos hombres se acercaban hasta su pequeño Ferdinand para tomar aquella muestra que básicamente la habían forzado a entregar para comprobar que Charles era el padre de su hijo. —Auch, ¡Mami! Eso me dolió — lloro el pequeño Ferdinand al sentir aquel pinchazo. Isabella apretó fuerte a su hijo contra su pecho para consolarlo, sin embargo, ella era quien realmente necesitaba el consuelo, después de todo, aquello tan solo significaba el comienzo de una batalla que Charles haría lo que fuera por ganarla. Aun no comprendía la razón de todo aquello; el hombre jamás se intereso en saber nada de su hijo hasta aquellos precisos momentos en que nada tenia sentido para ella. Toda aquella situación la estaba alterando más allá de lo soportable, pero sabia que tenia que mantenerse serena a pesar de todo. Joseph miraba a Isabella mientras consolaba al pequeño Ferdinand. Aquel