—Es horrible. Las mujeres no deberían tener hijos. ¿Por qué los hombres no nacieron con ese defecto? —comento, después de escuchar todos los detalles de la operación que Asha tendrá cuando llegue el momento. Hago una pausa y añado con una sonrisa irónica—. ¿Y si deciden nacer antes? Tal vez salgan como su tía, rompiendo reglas desde antes de llegar al mundo.—Eso jamás. —Alessio corta mis palabras de inmediato—. No permitiré que sean como tú.—Lo quieras o no, lo llevan en la sangre. —Le devuelvo la sonrisa arrogante que él me lanzó antes—. Hermanito, ¿no has escuchado lo que dice la gente? Lo que no puedes soportar, en tu casa lo has de encontrar.—No digas estupideces —replica, con la mandíbula tensa.—Ale —interviene Asha, recordándole que no estamos solos.—Por favor, chicos, basta de discusiones e insultos —dice mi madre, pero su tono no tiene la firmeza de siempre. Algo la inquieta, la apaga.¿Estará preocupada por mi padre? Aunque apenas se despidió de él, no puedo evitar pregu
Entramos a la novena tienda de ropa, o quizá la décima quinta; ya he perdido la cuenta. No entiendo cómo mi madre y Asha pueden aguantar tanto, caminando y revisando todos estos estúpidos vestidos brillosos y ridículos. No voy a cumplir cinco años, y no es una fiesta infantil, aunque con estos vestidos parece que terminará siendo un circo.—Mira este, Antonella, ¿a poco no es bellísimo? —dice mi madre, sosteniendo un vestido con tanta pedrería que podría cegarte.—Sí que lo es —respondo, esperando que el sarcasmo no haya sido demasiado obvio. —Qué fastidio —murmuro para mí misma.—Dímelo a mí —articula Alan a mi lado, visiblemente agotado. También tiene que soportar esta tortura de ir de compras con dos mujeres obsesionadas con los dichosos vestidos.No me da lástima, al contrario, me da satisfacción de que sufra como yo lo hago.—Al menos tú puedes darte pequeñas escapadas. Yo, en cambio, debo quedarme hasta el final de la tortura —me quejo, dejándome caer en un sofá. Ya no sé si es
—Creo que ya no podré seguirlas por todas esas tiendas que faltan —admite Asha mientras se deja caer en un banco cercano y con una expresión de agotamiento. Me acerco rápidamente y la ayudo a sentarse mejor, rezando en silencio para que sugiera que nos vayamos.—Pensé que sería más fácil encontrarte tu atuendo. Eres muy exigente, Antonella —comenta con un tono de regaño, aunque se ríe al final. —Y luego, tus tallas son tan pequeñas… ni yo media eso antes del embarazo. Ahora soy dos tallas más grandes —añade, haciendo un gesto de horror. Y también me asusto un poco. ¿Es posible que se pueda recuperar las medidas de antes, se puede hacer eso?—Ah, no exageres. ¿Qué importa una talla más o dos? —respondo y hago un gesto con la mano, dejándome caer en el asiento junto a ella.Intento no mostrar mi preocupación por su cambio de tallas, pero noto el espanto en su rostro. Alessio ya me había advertido que Asha estaba sensible, pero temo que se ponga a llorar y terminemos llamando la atenció
Dos malditas horas en esta estúpida tienda. Definitivamente, fue una pésima idea acompañar a mi madre. Lleva más de una hora haciéndome probar cada vestido que elige para mí. Ya perdí la cuenta de cuántas veces he entrado a ese maldito probador.—Madre, ya me quiero ir —suelto un quejido, tirada en el sofá.—Ya acabamos, este es el último. Bueno, ahora solo falta que te decidas por uno. Yo digo que el verde esmeralda, ¿qué te parece?Frunzo la nariz.—¿Por qué tengo que elegir? Agarra el que sea y dile a la zorra del mostrador que lo meta en una de esas ridículamente costosas bolsas con el logo de mierda de la boutique.—Antonella, por favor. No te expreses de esa manera sobre la gente y el lugar —suspira, cansada, y no es por ir y venir entre tiendas, sino por mí. Sí, mamá, te canso rápido. —Solo han sido amables con nosotras.¿Amables? Unos lameculos. La del mostrador solo quiere lamer el culo de mi guardaespaldas, y probablemente otras partes que prefiero no imaginar. Lo sé por las
Muestro una sonrisa con todos mis dientes, obviamente fingida. La mujer solo me mira con los ojos muy abiertos, su rostro enrojecido; no sé si de coraje o vergüenza. Seguro que en este momento desearía que la tierra la tragara, lo cual me haría un favor.—¿Vas a quedarte ahí parada como una estúpida, mirándome sin cobrar el maldito vestido? —insisto, ya que no se ha movido, parece que ni siquiera respira.A mi lado, escucho un carraspeo. Parece que mi “perrito faldero” también se siente incómodo.—Antonella —dice Alan, pronunciando mi nombre con un tono que, por supuesto, no me agrada en absoluto.—¿Qué? —respondo un poco alto, pero sin gritar para que mi madre no me escuche. —Recuerda tu lugar, anciano —le advierto, sin apartar la mirada de la empleada del mostrador. —¿Vas a seguir mirándome con esa expresión de espanto o te moverás a hacer tu trabajo?La mujer parpadea varias veces y finalmente comienza a teclear en la pantalla frente a ella, pasando el código de barras del vestido
Llegó mi siguiente día de tortura. Hoy es mi cumpleaños número dieciocho y la dichosa fiesta que mi madre organizó, con la ayuda de Asha, está a punto de comenzar.Una parte de mí se siente contenta porque muchas personas que no he visto en más de un mes están por llegar. Pero aún estoy sentada frente al tocador, con varias personas moviéndose detrás de mí, maquillándome y peinándome como si estuviera siendo preparada para algún tipo de ritual. Solo ellos se estresan por cosas insignificantes como estas.—¿Qué te parece este tono? —pregunta el hombre que me está maquillando los ojos. Al parecer, es muy amigo de mi tía Mika, y mi madre lo llamó para que trajera a su equipo de belleza y me transformaran en toda una princesa.A veces pienso que mi madre todavía cree en Santa Claus.—No me gusta —respondo—. Quiero uno más oscuro.—Antonella, es mejor un púrpura claro; tu vestido ya es oscuro —me recuerda mi madre, como si no lo supiera ya.—No importa. Si fuera por mí, me vestiría y maqui
Miro con resignación el vestido que, aunque bonito, preferiría no llevar en absoluto. Las fiestas no son lo mío, pero aquí estoy, siendo la estrella del show en una que ni siquiera pedí. Sin embargo, no puedo evitar reírme de lo irónico que resulta todo: yo, la que se siente más cómoda en vaqueros y camisetas, ahora en un vestido digno de una alfombra roja.—Vas a estar increíble —dice Asha, dándome una palmadita en la espalda mientras me arregla el último mechón de cabello.—Si por “increíble” te refieres a “fuera de lugar”, entonces sí, lo estaré —respondo, con una sonrisa de medio lado.Stefano se acerca por detrás, esta vez sin hacer bromas pesadas, pero con su habitual sonrisa burlona.—Te ves como una princesa… aunque una princesa medio rebelde que estaría mejor con botas de combate. —Lo miro de reojo y sonrío.—Oye, ¿por qué me conoces tan bien? —bromeo—. Me pondría las botas ahora mismo si no fuera porque mamá me asesinaría.—Es que es muy fácil conocerte —replica él—. Eres co
Después de hartarme de tanto pastel, felicitaciones y abrazos, decido que ya he soportado suficiente por una noche o al menos hasta que mi madre lo decida. Entre la multitud, logro escabullirme sin que nadie me note y, antes de irme, le arrebato una botella de whisky a un camarero que anda ofreciendo tragos. Con una mano sujetando la falda de mi vestido y la otra firmemente agarrando el cuello de la botella, empujo la puerta francesa con el hombro y salgo al jardín.Camino hacia la fuente alta en el centro, me quito los tacones con una patada y me dejo caer al suelo, me acomodo para sentarme con las piernas enredadas y apoyo la espalda en el borde de la fuente. Intento abrir la botella con la boca, pero estos corchos siempre dan problemas.De repente, percibo una sombra en la oscuridad, una figura alta se acerca. Rápidamente, llevo mi mano por abajo de mi falda y me pongo en alerta, lista para sacar la daga que traigo conmigo—sí, siempre preparada—, pero cuando la luz de la luna ilumin