Brianna y Vivianne estaban sentadas en una pequeña mesa junto a la ventana de un restaurante moderno, una brisa suave se filtraba por los ventanales abiertos. La conversación entre ambas fluía con la facilidad de dos amigas de toda la vida, pero había un trasfondo tenso en el ambiente, una corriente subterránea de ansiedad que Brianna no podía dejar de sentir.Mientras cortaba un trozo de su ensalada, Brianna sintió una vibración en su bolso. Al sacar el móvil, vio que era una llamada de un número desconocido. Frunció el ceño y, con una mirada rápida hacia Vivianne, que seguía charlando animadamente, contestó con cautela.— ¿Hola? — su voz salió un poco más suave de lo que esperaba.Del otro lado, una voz gruesa y profunda resonó en su oído.— Buenas tardes, Brianna. No sé si me recordarás, pero soy Leandro, el padre de Aleksander. Aquel anciano molesto de los suvenires.Brianna quedó paralizada por un instante. Recordaba vagamente al hombre, su carácter severo y su presencia intimida
La noche había caído sobre la ciudad como una manta oscura, y las luces parpadeantes de los edificios iluminaban las calles vacías. Brianna, con su abrigo ajustado y tacones que resonaban contra el pavimento, caminaba rápidamente hacia el lugar donde había sido citada por el señor Ivanov, un hombre que, según sus escasas interacciones previas, no encajaba en la lista de personas con las que normalmente haría negocios. Su mente estaba llena de dudas, pero también de una aguda curiosidad. ¿Qué querría realmente aquel anciano?Al llegar al elegante restaurante, notó que la fachada de piedra pulida y ventanas altas emitían una luz cálida y acogedora, pero no lograban calmar su creciente ansiedad. Al entrar, se acercó al mostrador y preguntó con cautela:— Tengo una cita con el señor Leandro Ivanov.La recepcionista, sin hacer ninguna pregunta, asintió y señaló hacia una escalera en espiral al fondo del salón.— Por aquí, señorita. Él la espera en el segundo piso.Brianna, ya sintiéndose at
Mientras tanto, en otro punto de la ciudad, Maximiliam estaba sentado en su oficina, con una expresión indescifrable. Se había enterado de la reunión de Brianna con Leandro Ivanov, y aunque el nombre le resultaba familiar, no pudo evitar sentirse intrigado por la razón de esa cita.Decidió tragarse sus quejas por el momento, pero sabía que no podría mantenerse al margen por mucho tiempo. Al final, optó por confrontar a Brianna personalmente, esperando obtener respuestas que aclararan sus dudas.El reloj marcaba casi la medianoche cuando Maximiliam decidió abandonar su oficina. El silencio de los pasillos, apenas roto por el eco de sus pasos, contrastaba con el torbellino de pensamientos que cruzaban su mente. Desde que supo de la reunión entre Brianna y Leandro Ivanov, algo no le había cuadrado. Tenía sospechas, pero nada concreto, y la incertidumbre comenzaba a carcomer su paciencia. No era un hombre que dejara cabos sueltos, y menos cuando se trataba de su esposa.Al llegar a la sal
Brianna subió rápidamente las escaleras del edificio, el eco de sus pasos resonando en el vacío. La ciudad afuera parecía extrañamente silenciosa, pero dentro de su pecho, el corazón latía con fuerza. Cada paso la acercaba a la incertidumbre, a las respuestas que tanto ansiaba. Cuando llegó a la puerta de su departamento, la encontró entreabierta. Al empujarla lentamente, su respiración se detuvo.Allí estaba Maximiliam.El alivio que sintió al verla se mezclaba con una tormenta de emociones. Sus ojos la buscaron con una intensidad que casi la desarmó. Sin decir una palabra, él se acercó rápidamente y la envolvió en sus brazos, su cuerpo rígido con la necesidad de saber que estaba bien. Brianna no pudo moverse. Se quedó inmóvil mientras Maximiliam la apretaba con fuerza contra su pecho, como si tocarla fuese la única forma de asegurarse de que no era un sueño.— ¿Estás bien? — le preguntó, con un susurro grave mientras sus manos, con una urgencia suave pero determinante, tomaban su ro
Maximiliam permanecía junto a Brianna, su mirada se clavaba en el suelo mientras el peso de las decisiones pasadas caía sobre él como una sombra constante. A pesar del dolor que sabía le había causado, su amor por ella era innegable. La miraba intentando comprender el abismo que se había formado entre ambos, y aunque cada vez que trataba de acercarse, sentía que solo la alejaba más, no podía resignarse a perderla. En ese momento, todo lo que deseaba era que lo entendiera, que supiera cuánto había luchado por protegerla, incluso cuando la había hecho sufrir.— Brianna… — susurró con voz ronca, mientras alargaba la mano para tocar su hombro. Ella no se movió, no lo miró.Antes de que pudiera decir algo más, los gritos de una voz familiar resonaron desde el pasillo.— ¡Maximiliam! — La voz de Paula cortaba el aire, cada palabra cargada de una teatralidad que hacía que su sangre hirviera.Maximiliam cerró los ojos con frustración. Sabía lo que vendría. No tenía fuerzas para otro enfrentam
Brianna estaba sentada en el sillón de su departamento, sus dedos trazando círculos lentos en su propio vientre mientras intentaba calmarse. La tensión de los últimos días, las peleas, las traiciones, todo pesaba sobre ella como una carga insoportable. El silencio del apartamento se sentía opresivo, como si las paredes mismas susurraran sobre todo lo que había perdido. Se había acostumbrado a luchar, a contener sus emociones, a ser fuerte. Pero ahora, sentada en la oscuridad de su hogar, la fortaleza que había construido se tambaleaba.De repente, un golpe fuerte en la puerta interrumpió sus pensamientos. Brianna frunció el ceño, desconcertada. No esperaba a nadie, y rara vez tenía visitas no anunciadas. Vivianne no estaba en ese momento, por lo que no estaba segura de nada. Se levantó con cautela, su corazón acelerándose levemente. Al acercarse a la puerta, una sensación de incomodidad se instaló en su pecho. Tomó aire y la abrió.Para su sorpresa, allí estaba Cristina, su madrastra,
El sol de la tarde iluminaba el amplio y moderno despacho de Brianna, pero su luz cálida no lograba penetrar la oscuridad emocional que ella sentía. Sentada en su escritorio, estaba profundamente concentrada en los planos y diseños de interiores de un nuevo hotel en Colombia, uno de sus proyectos más ambiciosos hasta la fecha. Las líneas de su boceto eran precisas y su mente, entrenada para el detalle, se mantenía enfocada, a pesar del malestar que aún latía en su pecho desde el encuentro con Cristina, su madrastra, días atrás.Aun así, el ambiente en la oficina era tenso, denso como el humo de un incendio que amenaza con desatarse.El suave sonido de la puerta abriéndose la sacó momentáneamente de su concentración. Brianna no necesitó levantar la cabeza para saber quién había entrado. Sabía que era Cristhian, su asistente y mejor amigo. Pero al no escuchar ningún saludo o comentario sarcástico, algo que él solía hacer para aliviar la tensión en los días difíciles, decidió mirar.Allí
La mansión Casanova se alzaba majestuosa frente a Brianna mientras caminaba con pasos firmes por el sendero de piedra que conducía al jardín. Los árboles centenarios parecían vigilarla desde su altura, pero nada en ese lugar le importaba. El viento soplaba con fuerza, pero no era nada comparado con la tormenta que estaba a punto de desatarse dentro de ella. Su mente repetía las mismas palabras una y otra vez, como un eco implacable.¿Cómo pudiste saberlo y no hacer nada?Con la carpeta apretada entre sus manos, no se molestó en anunciar su llegada. Se dirigió directamente hacia el jardín, donde había visto a su madre, Grecia, sentada entre las flores. Sabía que Ángelo, el patriarca de la familia, también estaba cerca. Pero no le importaba quién la viera, quién se interpusiera. Hoy, todo tenía que salir a la luz.Al cruzar el umbral del jardín, sus ojos encontraron a Grecia, quien se levantó lentamente al verla aproximarse. En su rostro, una mezcla de sorpresa y felicidad. Brianna sinti