—De verdad estas preguntándome eso Miguel, ¿por qué? —sentía enojo, mucho enojo. No sabía muy bien si era porque dudara de ella o por su descaro de peguntarle eso cuando él estuvo con alguien más.—Amor, no sé cómo decirte esto… —intentaba decírselo de la mejor manera.—Miguel, dilo. ¿Qué pasa? —preguntó molesta.—Estas embarazada —Renata agrando sus ojos asombrada.—¿Embarazada? Pero… —mágicamente todo lo que había pasado no importaba, sentía que su vida se llenaba de color nuevamente.Otro hijo de Miguel, estaban construyendo una familia. Observó su rostro detenidamente, lo veía muy preocupado y hasta angustiado. Entonces, comprendió todo. Él pensaba que el bebé podía ser de Albert y de manera muy egoísta intento disimular lo que de verdad sentía.—Sí, embarazada. Por eso te desmayaste, necesitan hacerte unas preguntas y una ecografía —mencionaba esperando a que le respondiera la pregunta de hace un momento.—¿Y piensas que este bebé podría ser de Albert? —le preguntaba torturándolo
—No tienes ni que pedírmelo —tomó sus labios desesperado. Cuantas veces soñó con tenerla así nuevamente, con su sabor y olor —. Te necesito —expresó sobre sobre su boca, mientras sus manos le quitaban la bata de baño. —Y yo a ti… —contestó abstraída en sus caricias —pero estas herido. —Esto no va a detenerme pequitas —sonrió con sensualidad. Lamia su cuello como si fuera un helado, su lengua subía despacio desde la clavícula hasta la oreja. Al sentir su sabor toda su piel se erizó y su deseo se elevó a niveles inimaginables. Ella tenía todo lo que buscaba en una mujer. Para Renata la manera en que Miguel la tomaba, el olor de su piel y el sabor de sus labios no podía siquiera describirlo. Es que sabía tan bien… a dulce, a una clase de néctar especial diseñado solo para ella. Sin poder dejar de besarlo le quitaba su camisa. Trato de controlarse para no lastimarlo. Parecía que ninguno de los dos quisiese respirar, pues no separaban sus bocas, estaban tan necesitados el uno del otro
Ahí estaba ella viéndome sería, con esos ojitos llenos de lágrimas que lucha por no derramar. No me gusta que me vea con tristeza y duda. Renata cambio mi vida por completo, alejó mis miedos y curó mi corazón herido. Por qué duda tanto de mi amor, si trato de hacérselo saber todo el tiempo. —Amor —me acercó a ella y toco su mejilla. No puedo estar cerca de ella sin contacto físico. Cosa que me incomodaba con otras mujeres a menos que fuéramos a tener sexo. Como ha cambiado todo eso ella en mí —. Explícame que fotos, porque no miento cuando te digo que no se de qué fotos hablas. —Por favor, Miguel —quita mi mano —. Estabas en el hospital ese día, fue el día que te encontré en el pasillo y tu me llevaste a la oficina y... —comenzó a ponerse nerviosa. —¿Y? —me acercó más a ella. —No hagas eso —trata de apartarme. —¿Qué no haga qué? —me acercó aun más hasta tomarla de la cintura. —¡Esto! —señala mis brazos —Bien sabes el efecto que tienes en mí, me desconcentras y no puedo reclamarte
—¿Todo bien? —Miguel la observó divertido. —Esta es la quinta vez que me preguntas eso desde ayer, pequitas —Renata lo miraba achicando los ojos. —Es que estas extraño, ¿qué me ocultas Miguel? —él comenzó a reírse, su amigo Armando los observaba entretenido mientras acunaba a unos de sus hijos, su esposa Edith le daba un biberón al otro. Tener gemelos no era tarea fácil. En una hora llegaban a México. Iban todos juntos en el Jet —. ¿Por qué ustedes es tan arreglados? A Edith no le gustan mucho los vestido y hasta se ha puesto tacones —Miguel observaba cada gesticulación, amaba sus gestos —. Me ha dicho “quiero comenzar a usarlos más seguido” ¡Por favor! Además, mira a Armando tiene un atuendo semi formal y él usa más ropa casual y tú también —señaló su ropa —. No me digas que hay alguna reunión de trabajo y tenemos que asistir. —Amor, número uno no te oculto nada. No estoy extraño, dame a Violeta —tomaba a su hija dándole muchos besos y ella reía a carcajadas con su papi —. Número d
—¡Es mi hijo y no voy a desconectarlo! —Grita, el gobernador. Su esposa y demás hijos lloran en silencio. Ya han perdido todas las esperanzas. —Ningún doctor quiere operarlo. ¿Lo tendrás en ese estado para siempre? Esa no es vida papá. —Le dice su hijo mayor. —Lo resolveré. Pero no lo voy a desconectar. —Asegura y sale de la habitación. Con manos temblorosas coge su móvil y llama al número de la única persona en el mundo que puede ayudarlo. —Aló, ¡buen día! —Contesta Miguel a punto de subirse a su coche. Le pidió a Armando que lo acompañara a hacer una diligencia. Aun no le ha contado lo de la carta porque quiere hacerlo fuera de su casa para que Renata no se entere. Su prometida ya ha pasado por mucho y le preocupa el embarazo. —Doctor Miguel habla el gobernador. —Miguel se detiene quedando la puerta del auto abierta. —Se que mi llamada te extraña. —He estado intentado localizarlo señor gobernador. —Ingresa al coche. Va de pasajero y Armando conduce. Antes de que arranque le da
Ya con sus heridas curadas, Miguel, llega al lugar donde lo ha citado el gobernador. El sitio parece sacado de una película de zombis donde deben de resguardarse del ataque de esas criaturas. Es una fortaleza. Miguel esta atónito por la cantidad de seguridad que tiene y de todo lo que han construido alrededor para evitar el ingreso a esta hacienda. Pasa dos retenes de guardias de seguridad antes de poder ingresar.—¡Bienvenido, doctor Miguel! —El gobernador lo recibe. —¿Qué le sucedió? —Reacciona al verlo herido.—Tuve un pequeño percance. Nada grave. —Menciona sin importancia y pasan a la sala principal.El lugar es todo lujo. No escatimaron en dinero. Muebles, sillas, lámparas y chimenea hacen del lugar un paisaje de revista. Miguel sigue al gobernador que no se detiene hasta llegar a lo que parece ser su oficina.—Adelante, tome asiento. —Le indica. —Esta hacienda la herede desde que tenía 20 años cuando mi padre falleció. Desde ese entonces he venido remodelándola. Mi padre tenía
La fría noche es una premonición del desastre que estar por ocurrir. Renata siente la garganta seca mientras camina hacía la motocicleta que ya la espera. Sus latidos retumban por todo su cuerpo. Se cierra hasta el tope su chamarra y se abraza así misma. El hombre que está a un lado de la moto esperándola tiene el casco puesto imposibilitando verle el rostro.—Debo de revisarla antes. —Anuncia y sin esperar el permiso de Renata comienza a revisarla. Al comprobar que no trae nada que pueda ser peligroso sube a la moto. —Suba. —Le ordena. Renata obedece.Avanzan unos cinco kilómetros y luego se detienen a lo que parece ser un pequeño parque público. La visibilidad es poca ya que las luces de los faroles son tenues. Como es de esperarse no hay absolutamente nadie. Son casi las tres de la mañana. El Hombre se detiene en medio del parque.—Bájese. —Ordena.Renata baja y el hombre arranca nuevamente, dejándola sola. Nerviosa como nunca mira hacia todos lados, pero el silencio es perturbador
Las luces blancas iluminan el quirófano donde Miguel demuestra con soltura sus habilidades. Canta mientras sus manos tocan muchos tejidos y nervios que al mínimo error podrían acabar con la vida del joven que le han confiado. —“They will not force us. —Canta fuerte. —They will stop degrading us. They will not control us. We will be victorious. (So come on) …” —Se detiene, alza las manos, retrocede unos pasos y hace movimientos de baile. Todos ríen. —Cada vez que haces eso me haces viajar en el tiempo. Retrocedo a cuando estábamos de internos. —Dice, Armando, asistiéndolo. —Llevamos ocho horas de pie. Mi cuerpo exige movimiento. —Vuelve a colocarse para continuar. De repente los latidos bajan. Todos se paralizan durante unos segundos, pero él analiza rápidamente la situación mientras los demás esperan una indicación suya. Toma el bisturí y hace una incisión. —Lo tengo. Succión, por favor. —Pide y Armando obedece. Lo latidos se regulan poco a poco. El ser un médico es olvidarse de sí