Bárbara aún no había aparecido ante William, sabía que todavía estaría molesto por lo de las fotografías y, estaba segura, que Kathryn le había contado de su conversación en la gala del Museo. Le demostró a Kath que estaba aquí, que estaba dispuesta y lista para una contienda. El problema era que no le sería tan fácil desencajar a su rival; era fuerte y estaba a la altura. El siguiente paso, después de un tanteo inicial, era reconocer el territorio en el que Kathryn se movía. Se manejaban de esa manera cuando comenzaban una misión: un acercamiento cauteloso, un reconocimiento del área, algo de investigación y paciencia. Tenía una perspectiva ya del piso donde Kathryn vivía, también averiguó que era una herencia de Josh Withehouse y que estaba “limpio”. Sus movimientos financieros también eran impolutos, no había nada sobre ella en ningún registro de malas prácticas comerciales, no evadía impuestos; tenía solo otra propiedad a su nombre en las afueras de la ciudad, pero estaba segura
Bárbara no había podido lograr su cometido; intentó utilizar a William como talón de Aquiles para asustar a Kathryn y que por fin lo dejara. Pero le salió todo al revés, no contaba con que Kath era de las mujeres que ponían el pecho a las situaciones difíciles, si alguien la necesitaba ella haría todo lo que tuviera a su alcance para ayudarlo. Todavía más si ese alguien era William y lo que le había propuesto generó otra discusión entre ellos. Kathryn quería llevárselo a su piso, sacarlo de la parroquia que lo conectaba con Peter y esconderlo allí; además el Padre Michael quedaría afuera de todo el problema. William se negaba, eso significaba ponerla a ella en la peor de las situaciones; pero estaba dispuesta a hacer de escudo para él y Michael; estaba dispuesta a ceder a tener un grupo de personas que la resguardaran y a instalar sistemas de seguridad por todos lados. Todavía no sabía que ya tenía uno en su casa. Hasta amenazó con dejarlo y él con irse si seguía intentando ponerse
Al otro lado del mundo James Riker estaba disfrutando de los frutos de su “trabajo” en un casino clandestino, apostando a lo grande y rodeado de sus matones. Llevaba mucho tiempo en el negocio y ahora que se había expandido a otros rubros estaba nadando en dinero; mismo que usaba para comprar a todo el que quisiera. Su red era cada vez más grande y movía una cantidad de mercancía impresionante, tanto que sus laboratorios se extendían por más de 7 países y se distribuía de allí a toda Europa. No llevaba el perfil bajo que se esperaría de uno de los criminales más buscados, gozaba de impunidad y de la protección política de muchos de sus “socios”. Uno de sus matones se acercó a decirle algo y él se levantó de la mesa donde estaba jugando. El lugar casi le pertenecía así que se movía libremente por donde quisiera. En el piso de arriba estaban las mesas privadas, reservadas solo para los amigos y los “inversores”. Alguien quería hablar con él, uno de los miembros de su banda; un hombre r
James Riker no siempre se había llamado así; su verdadera identidad estaba perdida hacía muchísimos años: Robert James Scott. Nació en una familia pobre con una madre nula y un padre violento y alcohólico y durante mucho tiempo tuvo que presenciar el abuso de su padre hacia su madre y, eventualmente, hacia él mismo. La violencia fue convirtiéndolo de a poco en un muchacho agresivo y temido por sus compañeros de escuela. Era el matón y el acosador del lugar. Un día, de la nada, llegó una nueva alumna a la escuela; una más de montón. En ese entonces tenía 18 años y las niñas de su edad no le atraían, eran todas insulsas a sus ojos. Pero por algún motivo, la niña nueva era víctima de algunos de sus compañeros de clase que se reían y burlaban de ella porque era una huérfana. La primera vez que lo oyó sintió envidia, ella no tenía que lidiar con una familia como la suya. No le importaba quien acosaba a quien, sólo que a él no lo molestaran, la vida ajena no era de su interés. La había vis
- Lo que dices no tiene ningún sentido, William ¿en qué estás pensando? – - Solo estoy preocupado por ti, es solo por unas semanas, así me quedaré tranquilo de que estarás a salvo. Sabes que regresaré – - No, no lo sé. Quizá solo desaparezcas sin decime – - Eso nunca sucederá, Kath. No me iré a ningún lado sin avisarte. Pero debes entender lo que siento, me voy a volver loco. Bárbara tiene razón en muchas cosas, si ella llegó hasta la parroquia buscando a Peter, es probable que él lo haga también. Si eso sucede estarás en peligro, sin mencionar al Padre Michael – - No quiero que te vayas – William iba a desarmarse si no se mantenía firme. - Solo me quedaré fuera de la ciudad unas semanas, podré monitorear todo mucho mejor desde lejos y cuando me asegure de que no hay nadie detrás nuestro, regresaré – William quería moverse por unos días a las afuera de la ciudad, a una pequeña capilla en el medio de la nada. Tenía disponible un lugar seguro desde donde podría vigilar la ciudad,
Paul se sintió aliviado con el correr de los días al ver que William no andaba cerca. No se animó a preguntarle nada a Kathryn porque sabía que ella se pondría a la defensiva. Tal vez, el sacerdote, se cansó de su juego y había decidido marcharse, era fácil notar la cara de tristeza de Kathy, o habían discutido y finalmente se separaron. Cómo sea, era un buen augurio que ya no la rondara; con suerte nunca regresaría y la dejaría en paz. Kathryn se ocupaba solo de su trabajo, buscaba más cosas para hacer además de sus tareas habituales y así ocupar su mente. William la llamaba con cierta regularidad para hablar con ella un rato y decirle que estaba bien, que no se preocupara; pero eso era todo lo que Kath hacía. Para distraerse salía más durante la semana, quedarse en su casa solo la ponía más nerviosa, porque se quedaba sola con sus pensamientos. Esa noche decidió ir al teatro ¿Por qué no? No recordaba cuando había sido la última vez que asistió a un espectáculo, Paul no estaba disp
Finalmente encontraron un pequeño bar no muy lejos del teatro. Tomaron una mesa un poco alejada de la multitud y se sentaron a charlar. Kathryn se sentía de nuevo de 16 años y Robert estaba muy contento. Por un momento se olvidó de quien era en realidad; hacía mucho tiempo que no podía disfrutar de una charla con una amiga, él no tenía amigos. Los únicos que lo rodeaban a diario eran sus matones, lo único que veía a diario era la violencia que se originaba de sus actividades; ni siquiera podía decir con precisión cual fue la última sonrisa sincera que recibió de una mujer. - ¿Te estas quedando en la ciudad? - - Si, por un tiempo estaré aquí. Tengo ganas de hacer algunos negocios por la zona – - Entonces podremos vernos seguido – - Esa es la idea, Kath. Vine exclusivamente a verte, pero ya que me quedaré voy a aprovechar para poner algo de dinero. De esa manera tendré excusas para regresar – - Me alegra mucho verte. Aquella vez no pude despedirme de ti – - Si, lo siento. Fue un m
William estaba desesperado por volver y Kathryn por que lo hiciera; cuando la llamó para decirle que al otro día regresaría su humor cambió radicalmente. A pesar de que había estado unos días en compañía de Robert, lo extrañaba terriblemente. Todo eso de tener que irse por las dudas le pareció inútil e innecesario, pero entendía que William necesitaba sentirse seguro y tranquilo. Y si regresaba con ella eso quería decir que no había encontrado nada por lo que tener que preocuparse, se quedaría más tiempo. En la parroquia también lo esperaban ansiosos; el Padre Michael se había acostumbrado a su presencia allí y ver a Kath con ese humor y esa cara de tristeza tampoco le gustaba nada. No tenía bien en claro en qué términos llevaba su relación, dado que ella nunca se acercó para decirle que se había enamorado o que William era el hombre de su vida. Solo conjeturaba que se gustaban o al menos se querían bastante. Lamentaba que tuvieran que vivir de esa manera, siempre al filo del precipi