Pasé de ser la amante a ser la esposa
Pasé de ser la amante a ser la esposa
Por: Pepe
Capítulo 1
Soy modelo. Claro, del tipo que ya imaginaras que no modela en pasarelas ni es muy convencional...

En nuestro negocio, cada uno tiene un patrocinador detrás, pasando de uno a otro. Yo, por supuesto, no soy la excepción.

Mi patrocinador se llama Tiago Rivera.

Si hago cuentas, ya ha pasado casi un año desde la primera vez que lo vi. Faltan menos de dos semanas para que termine nuestro contrato.

Según las reglas no escritas del medio, este sería el momento de hablar sobre renovar o separarnos en buenos términos. Después de todo, en este trabajo vivimos de nuestra juventud, y no es fácil encontrar un buen patrocinador. Si no renovamos, tendré que apresurarme a buscarme pues al siguiente.

Siendo honesta, estoy bastante satisfecha con Tiago como patrocinador. Si quisiera renovar conmigo, lo celebraría con gran entusiasmo. Lamentablemente, basándome en lo que conozco de Tiago, es poco probable.

Él es bastante codiciado. Cuando un hombre alcanza cierto nivel de riqueza y poder, naturalmente atrae a un sinfín de nuevas personas dispuestas a todo.

Por más que me esfuerce al máximo, el cuerpo humano tiene sus límites. Después de un año juntos, ya lo hemos probado de todo. Tiago ha perdido la emoción por mí.

La villa a mitad de la montaña, con casi quinientos metros cuadrados, es donde Tiago me ha permitido vivir. Todas sus amantes han vivido aquí; ni siquiera sé en qué número voy yo.

Cuando pienso que en dos semanas tendré que despedirme de esta gran casa, me invade la melancolía.

Cerca de la medianoche, el ama de llaves me despertó. Dijo que Tiago había llegado.

Naturalmente, tenía que atenderlo. Este trabajo no es tan fácil como parece. No se trata solo de cerrar los ojos y acostarse. Además de tener tacto y saber complacer, también se necesita algo de suerte.

Si terminas con un mal patrocinador, no solo pierdes dinero, sino que también tu reputación y hasta salud puede arruinarse para siempre.

Llevo tres años en este negocio, y he visto a varias "colegas" que, por excederse en sus prácticas sexuales, ahora tienen que usar pañales de por vida.

Yo he tenido suerte. Tiago, aparte de su gusto por experimentar en la cama, no tiene otros defectos, fetiches raros, ni se sobrepasa en lo que desea intentar, y pues es bastante generoso en el dinero que me da.

Bajé apresuradamente las escaleras, envuelta en una bata. Tiago ya estaba recostado en el sofá, con los ojos entrecerrados y oliendo a alcohol.

El ama de llaves trajo agua con miel. La tomé y se la ofrecí cariñosamente a Tiago, susurrando con voz suave:

—Señor Rivera, ¿quiere usted beber un poco?

Su apellido es River, pero tiene la peculiaridad de no gustarle que lo llamen señor River.

Yo tuve la suerte de ser ignorante; antes ni siquiera sabía que existía el tal apellido River, y por accidente caí en gracia a Tiago.

Según él, muchas personas lo llaman señor River al conocerlo, y en esos momentos solo quiere darles en la cara.

Tiago bebió un par de sorbos a regañadientes, frunciendo el ceño. Rápidamente retiré la taza.

El olor a alcohol y perfume que emanaba de él me mareaba, pero mantuve la compostura mientras lo ayudaba a desvestirse. Luego calenté agua y lo limpié minuciosamente.

Tiago aún estaba consciente e incluso cooperaba levantando la cabeza y los brazos.

—Lina, ¿cuánto tiempo llevas conmigo?

—Señor Rivera, ya casi vamos para un año —le respondí.

Tiago asintió:

—Entonces el contrato está por terminar.

Mi corazón dio un vuelco. ¿Estaría hablando del contrato? Si no renovaba, me preguntaba cuánto me daría de indemnización. Tiago es generoso; si me daba suficiente dinero, podría dejar este trabajo de una vez por todas.

Lamentablemente, después de esa pregunta no dijo nada más. Me quedé sentada esperando, pero solo escuché su respiración al quedarse dormido.

Al día siguiente, una amiga me invitó al salón de belleza.

Antes de los dieciocho años, nunca hubiera imaginado que frecuentaría tanto ese tipo de lugares.

En este negocio hay mucha competencia. Aunque se gana bien, los gastos son enormes.

Constantemente aparecen nuevas chicas, y cuando la edad deja de ser una ventaja, la técnica y el cuidado personal se vuelven cruciales para triunfar en este negocio.

Los tratamientos de belleza, arreglo de uñas, cejas, pies, etc.… Cuestan miles de dólares al mes, a veces se pasan en precio.

La última vez compré un paquete que me costó cinco mil dólares. Me dolió el alma al pagar con la tarjeta.

Pero el resultado valió la pena. Esa noche, Tiago no pudo resistirse, algo poco común en él. Ese hombre tiene una resistencia asombrosa; yo usaba todos mis trucos, pero generalmente se contenía hasta el final.

Mi amiga me preguntó sobre mis planes futuros. Recientemente había conocido a un patrocinador de la ciudad, bastante bueno, y me ofreció llevarme a la próxima reunión si me interesaba.

Rechacé su oferta repetidamente. Aunque era poco probable que Tiago renovara conmigo, aún estábamos bajo contrato. Buscar otro patrocinador a sus espaldas sería un suicidio.

—Me pregunto quién será la afortunada que se convierta en la próxima de Tiago —dijo mi amiga con un tono de envidia.

—Pues no lo sé —respondí secamente.

A Tiago no le gusta que adivinen sus intenciones, pero en nuestro trabajo, intuir los deseos ajenos es un instinto.

Durante este año con Tiago, he visto a muchas personas que le han sido ofrecidas, tanto hombres como mujeres.

Para gente como él, en realidad no importa mucho; mientras los hagan felices, el dinero no es problema.

Al principio, mostró cierto entusiasmo por mí, pero con el tiempo se volvió más indiferente. Supongo que la novedad se desvaneció y se dio cuenta de que no soy nada extraordinario.

El próximo año, quién sabe con quién estará jugando.

A mitad del tratamiento de belleza, recibí una llamada de Tiago. Me dio una dirección y me pidió que fuera de inmediato.

Era un club privado y muy exclusivo. Tenía el presentimiento de lo que sería, y al llegar, descubrí que eran clientes de Tiago que venían del extranjero.

Mi presencia allí tenía un propósito: complacer a dichos clientes de una manera especial.

Este era mi fuerte, y lo hacía muy bien.

Bebí copa tras copa, soltando cumplidos y comentarios agradables. El ambiente se volvió muy animado.

Uno de los clientes, frente a Tiago, me pasó su tarjeta de presentación.

Expresó que yo le gustaba mucho.

Miré discretamente a Tiago, tratando de descifrar su reacción.

Lamentablemente, nunca he podido leer la cara de póker de Tiago.

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