—¿Le suena el nombre de Enzo Ferrer? —amplia su sonrisa y un gesto malévolo responde todas sus dudas e incertidumbre. Indignada por aquella terrible verdad, Yolanda está decidida a enfrentar de una vez por todas a Enzo Ferrer. El abogado quien acaba de terminar su conversación con su nuevo defendido, se dirige hasta el estacionamiento donde aún permanece la mujer, algo perturbada por lo que puede sucederle a su hijo. —¿A dónde se dirige, Yolanda? Si desea puedo llevarla. —No se preocupe abogado. Estoy esperando un taxi, debo ir a la zona norte. —Justo voy hacia esa zona, permítame llevarla. Yolanda recuerda que el abogado trabaja en la misma empresa que Enzo Ferrer, por lo que termina aceptando su ofrecimiento. —Está bien, doctor. —dice y sube al coche— Gracias. —Creo que el caso de su hijo es un poco complicado, no tanto por el delito de posesión ilegal de estupefacientes sino por el historial que tiene. Sin embargo, haré todo lo que esté a mi alcance para sacarlo de
—Buenas tardes, Sr Emilio —saluda Nacho a su jefe y a Rebecca.—Lamento mucho lo de su padre. —Gracias, Nacho. —responde con tristeza, mientras este toma el equipaje de ella y la niña para llevarlo hasta sus habitaciones respectivas. Rebecca se siente un poco descompensada por el trajín de esos tres días que parecían interminables para ella. —Sr Emilio, bienvenido —Mercedes se acerca con amabilidad a su jefe— La mesa será servida en unos minutos. —Gracias, Mercedes. Por favor pídele a Sol que prepare la habitación que era de Emma para Sofía, de ahora en adelante ella ocupará esa recámara.—Pero Sr Emilio, allí están todas las cosas de la niña Emma. —Mercedes creo que hablé muy claro. —espeta.—Como usted diga, señor. En algunos instantes, durante la comida, Rebecca se queda pensativa y sus ojos se llenan de lágrimas. Era evidente que el recuerdo de su padre y su ausencia, le dolían profundamente. Emilio prefiere guardar silencio, dejar que ella viva su duelo, en un par
—¿Tú? —pregunta aterrada.—Veo que aún te emociona verme, Rebecca. —sonríe con sarcasmo.—Vete ahora mismo de mi casa. —dice ella en voz baja. —¿Ocurre algo mi amor? —pregunta Emilio acercándose a ella. —N-no, no. —tartamudea. —Buenas noches Sr Ferrer —saluda estrechando la mano de Emilio. Al trío se suma la doctora, quien de forma muy espontánea bromea:—¿Tienes que pagar entrada? Las risas de Emilio y Ricardo resuenan, mientras Rebecca se aferra al brazo de Emilio. La pelicastaña siente un ligero vahído y luces centelleando frente a sus ojos. —¡Adelante, profesor! —responde Emilio. Ricardo entra a la mansión y ofrece el brazo a su acompañante y ambas parejas se dirigen hasta la sala principal. Emilio se aparta de Rebecca y se acerca al lujoso bar para servir una copa para él y una para ella. Ricardo toma la copa que segundos atrás había dejado sobre la mesa de centro. Emilio con un gesto le pide a Rebecca acercarse, mas ella siente que cada paso que da sus pi
El móvil de Yolanda se revienta con mensajes, la mujer despierta. Tantea con su mano hasta que logra tomarlo. Atiende la llamada que ha estado evitando desde que habló esa tarde con Enzo Ferrer. —Yolanda, por fin me atiende ¿Qué ocurre? —Lo siento abogado, no era mi intención preocuparle. —¿Y bien, dígame? ¿Hizo lo que le pedí? —Sí, lo hice. Pero no estoy dispuesta entregarle esas pruebas. —¿Qué dice? Es nuestra oportunidad de liberar a su hijo y de meter tras las rejas a Enzo. —Sé que no entenderá mis razones, por eso no quise contestar sus llamadas, pero la vida de Fabricio está en juego. ¡No puedo, doctor, no puedo! —solloza. —Por Dios, Yolanda si sigue jugando al gato y al ratón con ese hombre terminará destruida. En algún momento Enzo Ferrer hará lo que le conviene y tenga por seguro que no se detendrá a pensar en usted. —Él le pidió al inspector Carreño que cuidara de Fabricio. Hice un trato con él y prometió no hacerle daño. —¿Podemos vernos ahora?
—¿Ocultar qué, Rebecca? Rebecca queda paralizado al escuchar aquella interrogante. —¿No vas a contestarme? —pregunta en tono irritante. Yolanda se levanta de la cama, se excusa y sale de la habitación, lo mejor era no presenciar aquella conversación de parejas. —Sí, claro. —Se apresura a contestar.— Mi madrina se refería a como me he estado sintiendo. —No entiendo ¿Qué es lo que debes decirme? —Qué no me he sentido bien, que tal vez el medicamento que me envió el Dr Benavides, no está funcionando. —¿Por qué no decírmelo? ¿Cuál es el problema en eso, Rebecca? —Pues justo eso, que te enojarías conmigo. No me tomé la medicina durante estos tres días. Solo eso. Emilio parece ligeramente convencido, con los argumentos de Rebecca. —¿Ya se han ido tus invitados? —interroga. —Sí, acabo de acompañarlos. Por cierto creo que Rosa y el psicólogo se entienden. —dice mientras comienza a desvestirse.— Me dijo que vino a verte-—¿Te dijo algo? —Lo interrumpe ella, visiblemente
Las manos de Emilio dan rienda suelta al deseo de sentir a su amada, Rebecca. Sus dedos ágiles y desinhibidos exploran sus más recónditos espacios; dibuja la ruta que va de su espalda descendiendo con precisión por su cintura hasta llegar a su trasero. El sólo contacto de sus dedos sobre su cuerpo, son suficiente para desplegar por cada centímetro de su piel, todo el fuego contenido dentro de Rebecca. La pelicastaña se entrega al placer y disfrute de aquellas caricias.Emilio sonríe al ver como ella se estremece al contacto de sus dedos colándose por debajo de su albornoz y rozando levemente su sexo. —¡Ah! —gime ella sintiendo como Emilio digita entre sus labios carnosos, el botón de placer, desbloqueando en ella cualquier posibilidad de resistencia mental y accesando a su intimidad. Los dedos fálicos de Emilio se internan dentro de su tibia y húmeda caverna, con movimientos precisos entra y sale de su hendidura provocando un deslave de fluidos vaginales. Cada caricia, cada mov
Emilio le ordena a su chofer, el lugar a donde debe llevarlo. Durante los primeros minutos del recorrido, Nacho se dedica a conducir en silencio, pero sin dejar de pensar en la forma de decirle a su jefe sobre su relación con Sol. —Luego que salgamos del colegio, necesito que me lleves a una floristería, quiero comprar un hermoso arreglo de rosas para Rebecca. —dice con entusiasmo. —Se ve que está muy contento, jefe. —comenta. —Sí, así es. La verdad es que me siento muy bien hoy. Y sabes qué, quiero seguir sintiendo esto. —Jefe, puedo decirle algo sin que se enoje —pregunta con recelo el chico. —Sí, dime Nacho ¿Qué sucede? —pregunta enarcando su ceja izquierda. —Estoy enamorado de Sol y quería pedirle permiso para poder cortejarla —dice sin más y sin tomar aliento. —Bien, me parece que es una chica agradable. —contesta Emilio dejando asombrado a su chofer. —¿Sólo dirá eso? —pregunta, en tono dubitativo. —¿Qué esperas que te diga? Si deseas puedo botarlos a los dos p
—¡Quiero que te quedes un rato más, mi amor! —Le pide la rubia a su amante ocasional. —Tengo que ir al consultorio —contesta él, mientras termina de ponerse los pantalones.— Falte toda la mañana en la universidad, no puedo darme el lujo de faltar también al consultorio, tengo una paciente que atender. —¡Qué aburrido eres! —dice la mujer poniéndose de pie y acercándose a él para seducirlo nuevamente. —No me vas a convencer, Rosa. Ya te dije que no me gusta jugar con mis pacientes. —Bien, como quieras. —responde haciendo pucheros como una niña mal criada. —Esta noche vendré a verte, así que deja de poner carita de niña, estas muy grande para hacer escenas ridículas. —¿Me has dicho ridícula? —pregunta con enojo, mientras él astuta hombre intenta confundirla con sus palabras. —Ves como te pones y solo por una broma. —La rodea con su brazos y comienza a besarla. A la insegura mujer le basta sentir los besos de su amante para relajarse y pasar por alto las palabras que en al