El móvil de Yolanda se revienta con mensajes, la mujer despierta. Tantea con su mano hasta que logra tomarlo. Atiende la llamada que ha estado evitando desde que habló esa tarde con Enzo Ferrer. —Yolanda, por fin me atiende ¿Qué ocurre? —Lo siento abogado, no era mi intención preocuparle. —¿Y bien, dígame? ¿Hizo lo que le pedí? —Sí, lo hice. Pero no estoy dispuesta entregarle esas pruebas. —¿Qué dice? Es nuestra oportunidad de liberar a su hijo y de meter tras las rejas a Enzo. —Sé que no entenderá mis razones, por eso no quise contestar sus llamadas, pero la vida de Fabricio está en juego. ¡No puedo, doctor, no puedo! —solloza. —Por Dios, Yolanda si sigue jugando al gato y al ratón con ese hombre terminará destruida. En algún momento Enzo Ferrer hará lo que le conviene y tenga por seguro que no se detendrá a pensar en usted. —Él le pidió al inspector Carreño que cuidara de Fabricio. Hice un trato con él y prometió no hacerle daño. —¿Podemos vernos ahora?
—¿Ocultar qué, Rebecca? Rebecca queda paralizado al escuchar aquella interrogante. —¿No vas a contestarme? —pregunta en tono irritante. Yolanda se levanta de la cama, se excusa y sale de la habitación, lo mejor era no presenciar aquella conversación de parejas. —Sí, claro. —Se apresura a contestar.— Mi madrina se refería a como me he estado sintiendo. —No entiendo ¿Qué es lo que debes decirme? —Qué no me he sentido bien, que tal vez el medicamento que me envió el Dr Benavides, no está funcionando. —¿Por qué no decírmelo? ¿Cuál es el problema en eso, Rebecca? —Pues justo eso, que te enojarías conmigo. No me tomé la medicina durante estos tres días. Solo eso. Emilio parece ligeramente convencido, con los argumentos de Rebecca. —¿Ya se han ido tus invitados? —interroga. —Sí, acabo de acompañarlos. Por cierto creo que Rosa y el psicólogo se entienden. —dice mientras comienza a desvestirse.— Me dijo que vino a verte-—¿Te dijo algo? —Lo interrumpe ella, visiblemente
Las manos de Emilio dan rienda suelta al deseo de sentir a su amada, Rebecca. Sus dedos ágiles y desinhibidos exploran sus más recónditos espacios; dibuja la ruta que va de su espalda descendiendo con precisión por su cintura hasta llegar a su trasero. El sólo contacto de sus dedos sobre su cuerpo, son suficiente para desplegar por cada centímetro de su piel, todo el fuego contenido dentro de Rebecca. La pelicastaña se entrega al placer y disfrute de aquellas caricias.Emilio sonríe al ver como ella se estremece al contacto de sus dedos colándose por debajo de su albornoz y rozando levemente su sexo. —¡Ah! —gime ella sintiendo como Emilio digita entre sus labios carnosos, el botón de placer, desbloqueando en ella cualquier posibilidad de resistencia mental y accesando a su intimidad. Los dedos fálicos de Emilio se internan dentro de su tibia y húmeda caverna, con movimientos precisos entra y sale de su hendidura provocando un deslave de fluidos vaginales. Cada caricia, cada mov
Emilio le ordena a su chofer, el lugar a donde debe llevarlo. Durante los primeros minutos del recorrido, Nacho se dedica a conducir en silencio, pero sin dejar de pensar en la forma de decirle a su jefe sobre su relación con Sol. —Luego que salgamos del colegio, necesito que me lleves a una floristería, quiero comprar un hermoso arreglo de rosas para Rebecca. —dice con entusiasmo. —Se ve que está muy contento, jefe. —comenta. —Sí, así es. La verdad es que me siento muy bien hoy. Y sabes qué, quiero seguir sintiendo esto. —Jefe, puedo decirle algo sin que se enoje —pregunta con recelo el chico. —Sí, dime Nacho ¿Qué sucede? —pregunta enarcando su ceja izquierda. —Estoy enamorado de Sol y quería pedirle permiso para poder cortejarla —dice sin más y sin tomar aliento. —Bien, me parece que es una chica agradable. —contesta Emilio dejando asombrado a su chofer. —¿Sólo dirá eso? —pregunta, en tono dubitativo. —¿Qué esperas que te diga? Si deseas puedo botarlos a los dos p
—¡Quiero que te quedes un rato más, mi amor! —Le pide la rubia a su amante ocasional. —Tengo que ir al consultorio —contesta él, mientras termina de ponerse los pantalones.— Falte toda la mañana en la universidad, no puedo darme el lujo de faltar también al consultorio, tengo una paciente que atender. —¡Qué aburrido eres! —dice la mujer poniéndose de pie y acercándose a él para seducirlo nuevamente. —No me vas a convencer, Rosa. Ya te dije que no me gusta jugar con mis pacientes. —Bien, como quieras. —responde haciendo pucheros como una niña mal criada. —Esta noche vendré a verte, así que deja de poner carita de niña, estas muy grande para hacer escenas ridículas. —¿Me has dicho ridícula? —pregunta con enojo, mientras él astuta hombre intenta confundirla con sus palabras. —Ves como te pones y solo por una broma. —La rodea con su brazos y comienza a besarla. A la insegura mujer le basta sentir los besos de su amante para relajarse y pasar por alto las palabras que en al
—¿Yolanda? —pregunta sorprendida al ver a la mujer a quien años atrás le ocultó la verdad.—Creo que está confundida —responde nerviosa sintiéndose descubierta.—¿Madrina llegó, Rebecca? La pequeña de cabello dorado y rostro inocente, se asoma en la puerta. —Ve a la sala, Sofía. La niña se encoge de hombros y se retira obedeciendo a su madrina. —¿Es ella, verdad?—Doctora, por favor, váyase antes de que Rebecca regrese. —Tenemos que hablar, Yolanda. Tiene que decirme la verdad de lo que ocurrió esa tarde. —Está bien, pero no en este momento. Rebecca no sabe nada de esto. —¿Cuándo podemos vernos? —Le parece mañana en la mañana, anote mi número. Rosa saca el móvil de su bolsa y se apresura a anotar la información. Mientras Yolanda le dicta los dígitos de su número, un coche se detiene. Rebecca baja del taxi y se aproxima a la entrada, rápidamente reconoce a la doctora. —¿Rosa? —pregunta con curiosidad ante una Yolanda cuyos nervios parecen delatarla. —Hola Reb
—¿Lograste averiguar lo que te pedí? —Enzo interroga con firmeza a su asistente. —Sí, señor. No fue fácil pero con ayuda de uno de los pasantes, logré descubrir quien es nuestro, o mejor dicho, nuestra socia. —¿Es una mujer? —pregunta con asombro. —Sí, la Dra Rosa Park. —¿Qué? —Enzo se levanta de su silla.— ¿Estás seguro? —espeta incrédulo de aquella información.—Completamente señor. Como le dije, el pasante tuvo que hackear el banco de datos interno de la empresa para poder descubrir quien compró las acciones. —Bien, muy buen trabajo, Mendoza. Ahora déjame solo. —Con permiso, jefe. El asistente sale de la oficina, mientras Enzo se sirve un trago de whisky para pasar el trago amargo de saber que la nueva socia, es nada más y nada menos que la ex mujer del senador y su antigua amante. —Pensaste que no te descubriría, zorra —masculla. Camina de un lado a otro, ideando alguna solución para resolver aquel pequeño problema. Toma asiento, se reclina en el sillón, mient
Durante la cena, Emilio da la noticia, sobre el inicio de Sofía en la escuela. La primera en emocionarse, es la pequeña, quien hasta ahora no había ingresado en un colegio. —¿Voy a ir a la escuela y tener muchos amiguitos? —pregunta con una sonrisa que rebosa desde adentro.—Sí, así es, preciosa. Vas a conocer algunos niños de tu edad con los que podrás compartir —contesta Emilio. Hasta ese entonces, Sofía solo había compartido con personas adultas, lo cual había forjado en ella, un carácter bastante maduro para su corta edad. Eso, y tener que vivir situaciones algo fuertes como el rechazo de su padre o haber sido víctima de un secuestro condicionaban su comportamiento; haciendo de ella, una niña introvertida ante otra personas que no fuesen de su entorno familiar o muy cercano. —¿Y cuando comienza? —pregunta Rebecca. —Mañana mismo. —¿Tan pronto? Pero tengo que comprarle las cosas que necesitará, el uniforme, los cuadernos, zapatos.—No te preocupes, mi amor. Ya todo está