Apenas habían transcurrido algunas horas y Emilio ya empezaba a extrañar a Rebecca. Su presencia en aquella mansión era notoria. Ella era como un rayo de luz en medio de tanta oscuridad.A pesar de que le inquietaba la idea de que ella estuviera cerca de su hermano, también le preocupaba saber que ella pudiera estar enferma. Estuvo tentado a llamarla. Pero entonces tendría que explicarle que tomó su número telefónico en el momento que estuvo revisando su móvil aquella tarde y eso, no lo dejaría muy bien parado frente a ella.—¿Por qué demonios, no llama? Por lo menos podría avisar que ya está en Madrid. Me parece desconsiderado de su parte que no lo haga —espeta.— ¡Mercedes! —llama a su empleada, quien acaba de retirarse de la habitación y subirle el almuerzo.—Dígame señor. —responde abriendo la puerta con rapidez. —¿La Srta Cervantes no ha llamado? —No señor. —responde con hostilidad. —Necesito que la llames. El médico quiere chequearla lo antes posible.—Pero señor, yo…
—Madrina, por qué tardaste en salir, mi jefe quería conocerte. —Estaba arreglándome cuando llegaste, Rebecca. —responde, visiblemente nerviosa, frotando sus manos una con la otra.—¿Qué te ocurre? ¿Estás pálida? —Nada, Rebecca. —se sienta en el sofá— Ven, siéntate y dime cómo te fue, cómo está tu padre. Rebecca se sienta al lado de su madrina aunque le sorprende su rara actitud.—Bueno cuando llegué estaba con la doctora. Ella lo estaba revisando, y dice que está recuperándose muy bien. —Me alegro por ti. —Madrina qué fue lo que ocurrió la noche en que mi madre se fue de la casa. —pregunta con suspicacia. —¿A qué viene tu pregunta, hija?—Es que hoy estuve hablando con papá, tocamos el tema sobre lo que ocurrió esa noche y en algunos momentos sentí que se contradecía. ¿Qué fue lo que pasó entre ellos y por qué a mi padre tampoco le agradas?—Finalmente te das cuenta de que Ignacio no es tan santo como siempre has pensado, Rebecca.—Cuéntame qué ocurrió, tú estabas all
Amanece y despierto menos cansada que el día anterior. Me levanto de la cama, arreglo un poco las sábanas y voy al baño para asearme. A diferencia del día anterior, mi madrina aún duerme, cosa que no es común en ella. Recuerdo que estuvo en mi habitación. Debió ser quien me quitó los zapatos y arropó. Voy hasta la habitación y ambas están dormidas. Mi Sofi, se ve tan tierna. Pienso en el llamado de atención que le hice ayer y me arrepiento de haberlo hecho. Sin embargo, era necesario, debía enseñarle a tener un poco de respeto hacia mi jefe aún cuando él no le agrade.¿Quién lo habrá llamado para que terminase yéndose tan rápido? Me pregunto. Durante los meses que estuve en la empresa, nunca vi a una mujer con él. Por lo visto, es bastante críptico en sus relaciones. Pero si de algo estoy segura es de que debe tener a alguien a su lado. Siendo tan guapo e inteligente, no creo que esté solo. Me dirijo a la cocina para preparar el desayuno y mientras lo hago, revivo la mañana e
Mientras Rebecca iba por su padre, Yolanda se ocupa de cerrar bien la puerta del apartamento. Aquel auto parado durante gran parte de la noche, seguía provocando en ella angustia.Las amenazas que recibió en aquel entonces, fueron suficientes para ella. El poder que poseía el magnate multimillonario era evidente. —Vamos a la habitación, Sofía. Y si escuchas el timbre por favor no salgas.—¿Por qué madrina? —dijo la niña, quien se había acostumbrado a escuchar a su hermana llamándola de esa forma.—Porque no es bueno abrirle la puerta a los extraños. —¿El jefe de Rebe, es un extraño? —pregunta abriendo sus ojos, llenos de asombro. —Sí, él también lo es. —Pero Rebecca me regañó ayer, dice que debo ser amable con él. —Amable, no confiada, ¿entiendes? —La niña asiente con su cabeza. Yolanda se encierra en la habitación con la pequeña y mientras Sofía juega con su nueva muñeca, la mujer se abstrae en sus recuerdos.Siete años atrás… —¿Estás embarazada de ese hombre, Marta
Luego de recoger mi equipaje, me despido de mi padre. —Por favor cuídate, papá. —Por supuesto que lo haré hija. No pienso perderme tu boda. —dice sonriendo.—Le pediré al Sr Ferrer que se ocupe de tu boleto y el de mi madrina. —¿También tendré que viajar con ella? —gruñe.—¡Padre! Te pido que trates de no hacer enojar a mi madrina. Demasiado hace con cuidar de ti. ¿Vale? —No la necesito, puedo valerme solo. —espeta.—¡No lo dudo! Pero necesitas que alguien esté pendiente de tus medicamentos y tu dieta. —Está bien, Rebecca. Haré lo que me pides. Por lo menos no tendré que ver a esa mocosa. —dice refiriéndose a la pequeña Sofi.Frunzo el entrecejo con enojo, aunque deseaba decirle mil cosas a mi padre, prefiero tragármelas y que mi hermanita no tenga que presenciar ese tipo de situaciones. Me dirijo a la sala donde mi madrina aguarda junto a Sofía.—Gracias por cuidar de mi padre, Madrina. —digo sosteniendo sus manos entre las mías, me inclino y beso su frente. —Hag
En tanto, en su lujosa mansión, Enzo Ferrer se reúne con su chofer. —Sr Ferrer, acabo de dejar a la Srta Rebecca y a su hermana en el aeropuerto. —Muy bien Jorge, retírese. El hombre obedece. Enzo toma asiento mientras su guardaespaldas le sirve un trago de licor. —¿Qué piensa hacer ahora, jefe? —pregunta el pelirrubio de mirada aguileña, entregándole el vaso de cristal. Enzo campanea el vaso y luego bebe un buen trago de licor escocés.—Por el momento es poco lo que puedo hacer. Por lo menos, no antes de que se lleve a cabo la boda. Una vez que Emilio se haya casado, será más fácil para mí manipular a Rebecca, y ya luego me ocuparé de esa mujer y de la niña.—Por lo que sé, ella y el padre de la chica están solos. Si desea puedo hacerles una pequeña visita.—Eso sería muy evidente, Román. Por ahora quiero que tanto ella como Emilio confíen en mí, ciegamente. No me conviene por ahora que él sepa quien es ella, ni mucho menos como la contacté.—Pues, al parecer la puebl
Aguardo unos segundos antes de tocar la puerta, respiro profundamente y doy un golpe suave y otro un poco más fuerte. Como si estuviese esperando, rápidamente contesta:—Adelante. El tono de su voz es menos severo que de costumbre. Abro la puerta sigilosamente, intentando calmar mis latidos cardíacos que comienzan a hacerse más fuertes ante su presencia. Él está sentado en su silla, con las manos reposando sobre el escritorio y la punta de sus dedos pegados unos con otros. Conozco esa posición en el lenguaje corporal, usualmente es usada como una señal de autoridad y seguridad en sí mismo.—Buenas noches —me quedo parada en la entrada de la biblioteca. —Cierra la puerta por favor. Entre junto ligeramente la puerta. —Cierra bien por favor, nadie debe escuchar lo que debemos conversar. Asiento, aseguro la puerta y doy dos pasos adelante. —Siéntate Rebecca. Obedezco como una buena niña que recibe ordenes de su padre. Él no aparta la vista de cada uno de mis movimientos
Emilio sube detrás de Rebecca para ir hasta su habitación. Al igual que ella, se sentía más leve; se había liberado del peso de la culpa.Entra a su habitación, se quita el albornoz de seda azul, se recuesta en su cama, cruza ambos brazos debajo de su cabeza y revive aquel momento en que besó los labios de la pelicastaña. Ella era innegablemente hermosa, pero sobre todo humilde, en eso le llevaba ventaja a las muchas mujeres que conoció años atrás, incluyendo a Olivia. De pronto, surge en él, la necesidad de verla unos segundos más. Toma su móvil para enviarle un mensaje y ofrecerse para acompañarla a la ciudad para su consulta médica. Envía el mensaje, aguarda su respuesta, pero ella no contesta. Se levanta de la cama en un solo y ágil movimiento para dirigirse hasta su habitación. Sale hasta el pasillo oscuro y ve una silueta. Un extraño escalofrío recorre su piel, se acerca a ella, pestaña un par de veces pensando que todo es producto de su imaginación. Pero al verla de cerc