—Entonces, hazme el amor aunque sea esta la última vez que nos vemos, Emilio. Por favor. —¡No! No lo haré. —¿Ya no me deseas? —termina de quitarse el albornoz y se acerca a Emilio. —Por favor Olivia, debo irme. La pelirrubia se retrae, aún tenía un par de cartas que jugar tampoco quería parecer una mujer sin dignidad frente a él. —Vete, por favor. Lárgate de una vez. —dice entre los dientes. Emilio aplana sus labios, aquel final entre ellos resultaba mucho peor que cuando ella lo abandonó, él la estaba rechazando. —Adiós, Olivia. —Adiós, Emilio. No me llames, no vuelvas a llamarme porque no iré a tu rescate nunca más.Ella abre la puerta Emilio sale, y siente el portazo detrás de su espalda. Escucha los gritos de su ex, Olivia había vuelto a ser la misma de antes. Emilio sube a su coche y conduce hasta la mansión, ansioso de ver a Rebecca. Baja de su auto, sube las escaleras directo hacia la habitación de huéspedes. Al acercarse escucha una conversación un tanto pe
—Quiero que todos ellos se marchen, todos excepto ella. De Rebecca Cervantes me ocuparé yo —espeta.—Bien, Emilio, yo me ocuparé de ello. Pero no puedes permitir que la herencia vaya a caer en manos de una bastarda. ¿Me lo prometes?Emilio lo mira con dejadez y sale de la habitación de su hermano sin darle una respuesta afirmativa. —¡Imbécil! —masculla Enzo. En tanto, en su habitación Rebecca comienza a recoger lo poco que queda de sus pertenencias. Por suerte para ella, aún la maleta que había preparado con sus cosas para mudarse al otro dormitorio, estaba allí, sin desempacar. Aunque finalmente quedaría libre de aquel compromiso, no podía negar que le entristecía que todo entre ellos terminara de ese modo. Era claro que Emilio ya no deseaba tenerla a su lado, el fin había llegado. La puerta se abre, Yolanda entra y junto a ella, la pequeña Sofía. —¿Rebecca, tenemos que irnos? —pregunta con un dejo de tristeza la niña. —Sí, mi amor, debemos irnos; yo regresaré con uste
—Esa será mi venganza, tú serás quien me implore, quien me ruegue que te bese, que te toque, que te haga mía. —Eso no va a pasar, te lo juro. Nunca te suplicaré ni mendigaré amor. —Ya lo veremos, Rebecca. —dice con severidad y me suelta.Sus palabras son tan firmes que no puedo evitar sentir miedo. Estoy tan desconcertada y enojada conmigo misma que me apresuro a salir de su habitación apresuradamente. Me debato entre dos emociones antípodas, por un lado sentía miedo a que me hiciera daño, pero por otro lado, una parte de mí, parecía excitarse ante la idea de que me tomara a la fuerza. De lo que sí estaba segura era de que nunca le suplicaría a él, ni a ningún hombre por sexo. Eso pensé en un primer momento, sin saber cuan equivocada estaba.Él me ve salir sin detenerme. Realmente era otro hombre, uno más oscuro y frío que el primero. Entro a mi habitación ansiosa, camino de un lado a otro, pienso en cómo decirle a Sofía que no podré irme con ella. ¿Y mi madrina, se veía tan f
Voy hasta la cocina por una vaso con agua, sentía una profunda tristeza sólo al recordar el rostro de Sofía perdiéndose ante mis ojos. —Mercedes, por favor, me da un vaso con agua. —Estoy ocupada, no ve. Si desea puede servírselo usted misma, además por órdenes del Sr Emilio, no estoy obligada a atenderla. Sol se adelanta, justo cuando me dispongo a servirme el agua. —Yo puedo hacerlo, Sra Rebecca. —Gracias, Sol. —Le contesto.—Voy a extrañar a la pequeña Sofía, esa niña es un amor. —murmura.Trago en seco para no quebrarme ante la vista de Mercedes. No quiero darle el gusto de verme llorar.—Ella también estoy segura que te extrañará, Sol. —Tomó el vaso con agua en un solo sorbo.— Gracias. —digo y salgo de la cocina.Subo las escaleras rumbo a la habitación de Emilio, la que a partir de ahora también me tocará compartir con él. Toco un par de veces la puerta antes de entrar, pero él no responde. Abro decidida a enfrentar lo que sea que tengo que enfrentar. Entro a la
Sus dedos juguetones, se deslizan entre sus muslos, Emilio no aparta la vista de su sexo, quiere ver con claridad el grosor de sus labios rosados; con astucia los separa y mira sus pliegues que como pétalos de rosas se abren dejando ver su cartílago rosado. Coloca su dedo y frota el clítoris que en apenas segundos, se tensa y endurece tanto como su propia polla. Emilio se deleita al sentir como su vagina se contrae y se expande palpitante, ansiosa de sentir su polla dentro.Al ser acariciada y estimulada por Emilio, la estrecha hendidura de Rebecca comienza a emanar fluidos provocando en la pelicastaña el deseo incontrolable de moverse suave y cadenciosamente, dilatando el placer que le producen aquellas caricias.Emilio ve como ella reacciona ante sus caricias y como disfruta aquel instante, por lo que detiene sus movimientos y aparta su mano. Rebecca apreta sus muslos, un tanto desconcertada, mientras siente como su vagina se empapa y el agua de la regadera comienza a salir nu
Rebecca atenta al peligro que se cierne a su alrededor, siente un escalofrío recorrerle por la espalda. Reconoce aquellas miradas amenazantes y malintencionadas e instintivamente, sabe que está en peligro.Antes de que pueda reaccionar, ambos chicos se abalanzaron hacia ella con intenciones de someterla, el miedo se apodera de su corazón. Mientras uno de ellos, la inmoviliza sujetándola desde atrás por ambos brazos, el otro comienza a tocarla de forma lasciva. Rebecca grita desesperada, nadie podrá escuchar su pedido de ayuda en un lugar tan solitario y distante. —¡No me hagan daño, por favor! —ruega la pelicastaña. —Relájate preciosa, así disfrutarás de una rica polla.Cuando Rebecca ve que aquel chico comienza a bajar su cremallera y frotar su polla, lanza un grito desgarrador y pierde el conocimiento.Inesperadamente, apareció un ciclista, quien al ver a la chica en peligro, se dispone a enfrentar al par de maleantes. —¡Ehhh! Suéltenla hijos de puta. A pesar de la pr
Rebecca le sonríe y Borjas revisa en su coala, saca una tarjeta de presentación y se la regala. —Si vuelves a necesitar al ciclista enmascarado, no dudes en llamarme. —bromea él. —Espero no necesitarte en ese caso. —contesta ella en el mismo estilo jocoso. —PD: es una excusa para que lo hagas en cualquier momento. —¡Vale! Te cuidas. Rebecca se dirige a la entrada sonriendo. La puerta se abre y Emilio la recibe con una mirada fría y las facciones del rostro contraídas. —¡Vaya! Tienes un nuevo amante —esgrime. —¡Qué no me faltes el respeto, joder! —reclama. Él la toma del brazo y la sacude con fuerza. —Aquí él único que debe exigir respeto soy yo. Soy tu esposo. —dice clavando su mirada en su mano— ¿Dónde está el maldito anillo? Rebecca se sorprende al ver que no lo lleva puesto. —Debieron robármelo cuando salí a buscarte. Que dos chavales me han atacado y el hombre que aseguras es mi amante, me ha rescatado. —¿Piensas que voy a creerte? —Pues enton
—Disculpa —dice ella apartándose de él. —No, no tienes que disculparte, Rebecca. —El tono de su voz es suave y diferente.— Creo que es hora de regresar a casa. —Sí. Emilio se despide de su hermanita, mientras Rebecca se dirige al coche. No quería incomodado, ni interrumpir aquel ritual afectivo que los vinculaba a ambos. Mientras él conduce de regreso, conversan sobre el deseo de Rebecca de iniciar cuanto antes sus estudios de post grado —Voy a conversar con Benavides y él debe saber un poco más sobre ese asunto. —Gracias, Emilio. No sabes cuanto me emociona el hecho de avanzar en mi carrera y que luego pueda ejercerla. Ese sería mi sueño hecho realidad. —Claro, en algún momento podrás encontrar un buen empleo donde puedas hacer lo que realmente te guste. Minutos después, el coche se detiene, ambos descienden del auto, entran a la mansión, risueños. Mercedes sale al encuentro de su jefe para hablar con él. —Sr Emilio, lo estaba esperando. ¿Podemos conversar en privad