—Disculpa —dice ella apartándose de él. —No, no tienes que disculparte, Rebecca. —El tono de su voz es suave y diferente.— Creo que es hora de regresar a casa. —Sí. Emilio se despide de su hermanita, mientras Rebecca se dirige al coche. No quería incomodado, ni interrumpir aquel ritual afectivo que los vinculaba a ambos. Mientras él conduce de regreso, conversan sobre el deseo de Rebecca de iniciar cuanto antes sus estudios de post grado —Voy a conversar con Benavides y él debe saber un poco más sobre ese asunto. —Gracias, Emilio. No sabes cuanto me emociona el hecho de avanzar en mi carrera y que luego pueda ejercerla. Ese sería mi sueño hecho realidad. —Claro, en algún momento podrás encontrar un buen empleo donde puedas hacer lo que realmente te guste. Minutos después, el coche se detiene, ambos descienden del auto, entran a la mansión, risueños. Mercedes sale al encuentro de su jefe para hablar con él. —Sr Emilio, lo estaba esperando. ¿Podemos conversar en privad
Benavides permanece sin saber que responder, hasta que la misma Rebecca le da una solución:—¿Emilio le pidió que viniera a verme? —Sí, sí, justamente vine a verte, Rebecca. —contesta Benavides, titubeante.—Bien, pase adelante. —le cede el paso al médico— pero Emilio, donde está, dijo que iba a verlo. —Sí, así fue. ¿Me regalas un vaso con agua, por favor? —Claro, ya se lo busco.Al ver que Rebecca se interna hacia la cocina, Benavides le envía un mensaje a Emilio, informándole la situación incomoda en la que está. Rápidamente recibe respuesta de éste donde le pide cubrirlo con la chica. Rebecca regresa con la bandeja y el vaso con agua.—Tenga —le ofrece a su médico. Benavides toma el agua con lentitud, mientras se ingenia una respuesta convincente que no lo obligue a mentir.—¿Me preguntaste por Emilio, no? —Rebecca asiente.— Fue a verme y luego dijo que iría al banco a resolver un asunto de un préstamo o algo así. Rebecca se sorprende con la respuesta del médico.
—¿Con quién hablas, Rebecca? —interroga Emilio mientras frota su cabello húmedo con una toalla.—Con, con mi m-madrina. —Ella le responde, nerviosa— Estaba preguntándole por Sofi. —¿Qué tal está ella? ¿Sigue enojada conmigo? —No, no, ya no. —contesta.—¿Te ocurre algo? —pregunta él al ver su rara actitud.—No, nada. Sólo tengo hambre. —Bien, iré a decirle a Mercedes que nos suba algo para cenar. —Sí, ve. Emilio sale la habitación, ella deja la laptop a un lado y se recuesta. Aún sentía el corazón latirle con rapidez luego del pequeño susto que acababa de llevarse. Por poco él la sorprende hablando con Borjas.Por primera vez, había tenido que mentirle a Emilio. Aquella sensación de no ser sincera le resultaba incómoda, pues a pesar de que sabía que no estaba haciendo algo indebido, también conocía el carácter agresivo de éste cuando se sentía engañado e inseguro. Minutos después Emilio regresa a la habitación. Se recuesta al lado de ella, pero se ocupa en revisar su m
Emilio despierta muy temprano, va hasta el gimnasio privado, ubicado en una de las habitaciones de la planta baja. Necesitaba ejercitarse y liberar toda la tensión que lleva a sus espaldas: la empresa, su intento de matrimonio fallido y sus traumas.Realiza algunos ejercicios de calentamiento previo. Luego se coloca las vendas, enrollando en sus manos una a una. Se acerca al saco de box, lanza algunos golpes leves con sus puños, después da unas cuantas patadas un poco más fuertes acelerando su pulso y sus latidos. Mientras entrena, revive los momentos de pasión que ha vivido con Rebecca esos días. Ella ha logrado despertar en él su masculinidad pero también sus celos. La mirada de desconcierto de Rebecca no sale de su mente, durante parte de la noche se sintió tentado a estar con ella, a poseerla. Pero su orgullo y su ego estaban tomando cuenta de sus acciones. Para una hombre como él, resulta difícil aceptar que alguien más pueda manejar sus emociones como si se tratase de una m
—¿Rebecca Cervantes? —escucho aquella voz a mi espalda, intento disimular que no es a mí, a quien se refiere. La recepcionista me mira y mira al hombre que se aproxima. —Por favor, puede apurarse —Le pido casi en suplica. —¿Le ocurre algo? —pregunta al ver mis nervios.Siento su mano en mi hombro y mi nombre otra vez resuena en su ronca voz:—¿Rebecca? Volteo lentamente para enfrentarme a él y a aquel pasado que creí había desaparecido por completo de mi vida.—Profesor García, ¿cómo está? —Muy bien, ¿y tú, qué haces en Alicante? —pregunta con visible interés, mirándome de arriba hasta abajo, provocando que mi piel se erice y los recuerdos de aquellos momentos intensos e intimidantes, divaguen en mi mente.—Vivo aquí, recién me casé. —contesto con firmeza poniendo aquel argumento como un límite entre él y yo. —¿Te casaste? —el gesto sonriente en su rostro desaparece de inmediato. —¡Sí, así es! —¿Me aceptas un café? —propone.—Lo siento, estoy ocupada en este momen
—Sube, yo te llevo. —el hombre se ofrece.Rebecca exhala un suspiro de alivio; nuevamente él había aparecido para rescatarla del peligro, era su salvador. Ella asiente y sin dudarlo, sube al coche. —¡Hola! —lo saluda en un tono amable, aunque por dentro brincaba felicidad al verlo. —¿Qué haces por aquí? —Le pregunta él, sorprendido. Y es que para Borjas aquel encuentro casual, era una especie de señal del destino. Desde que rescató a Rebecca de manos de aquellos maleantes, no dejaba de pensar en ella.La pelicastaña no salía de su mente ni un segundo. —Vine a inscribirme en la UA para hacer una maestría. ¿Y tú, que haces por aquí? —interroga.—Pasaba sólo por casualidad. ¿Y qué tal te fue? Rebecca titubea antes se contestar:—¿Bien? Creo. —responde, dubitativa.—¿Por qué lo dices de ese modo? Pareciera que no te ha ido muy bien. —Es que sí, vine a inscribirme y lo hice, eso significa que me fue bien ¿no?—Pero… —incita él a que ella le diga lo que sucede.—Nada, sólo
Yolanda, oye la voz en la sala del pequeño apartamento, se acerca cuidadosamente para escuchar la conversación de Ignacio. Desde que llegaron hace a Madrid, ella ha notado algunos comportamientos poco habituales en él, como: el de recibir llamadas constantemente, el tener dinero siempre a mano o el esconderse para atender las llamadas misteriosas y el más raro de todos, el de no discutir con ella como antes lo hacía.Este último, en especial, era el más difícil de entender para ella. Llevaban veintitrés años conociéndose y odiándose mutuamente, y durante todo ese tiempo, nunca hubo entre ellos una buena relación. Siendo Yolanda la mejor amiga de Marta, muchas veces le aconsejó que debía abandonar a aquel hombre; sólo que en ese entonces, su amiga estaba cegada por el amor.Yolanda escucha atenta aquella conversación esperando descubrir lo que Ignacio oculta.—¿Tienes todo preparado? —pregunta con insistencia; luego hace una pausa breve y responde— Bien, tú sólo dime cuando y yo
Llego a la mansión, Emilio aún no ha regresado. Eso lo sé porque su coche no está afuera. Entro y subo directo hacia nuestra habitación, me quito los zapatos, me siento en la cama y masajeo mis pies, mientras busco el móvil para llamar a mi madrina. Es ella, a la única que puedo contarle lo que me ocurrió esta mañana. Aguardo unos segundos hasta que finalmente oigo su voz. —Bendición, madrina. —Hola, hija. Dios te bendiga. ¿Cómo estás? ¿Cómo va todo por allá?—No muy bien madrina —hago una breve pausa antes de soltarle aquella noticia— Ricardo García, está en Alicante. —¿Te ha visto? —pregunta con preocupación.—Sí, madrina. —afirmó con pesar— La verdad es que tengo muchas cosas que contarte, y es que me ha pasado de todo en estos días. Inicio mi relato contándole sobre el ataque que recibí de los maleantes y como Borjas me rescató esa mañana; luego sobre la fuerte discusión que tuve con Emilio; después le digo sobre mi nuevo proyecto en la universidad –que hasta ahora era