Sus dedos juguetones, se deslizan entre sus muslos, Emilio no aparta la vista de su sexo, quiere ver con claridad el grosor de sus labios rosados; con astucia los separa y mira sus pliegues que como pétalos de rosas se abren dejando ver su cartílago rosado. Coloca su dedo y frota el clítoris que en apenas segundos, se tensa y endurece tanto como su propia polla. Emilio se deleita al sentir como su vagina se contrae y se expande palpitante, ansiosa de sentir su polla dentro.Al ser acariciada y estimulada por Emilio, la estrecha hendidura de Rebecca comienza a emanar fluidos provocando en la pelicastaña el deseo incontrolable de moverse suave y cadenciosamente, dilatando el placer que le producen aquellas caricias.Emilio ve como ella reacciona ante sus caricias y como disfruta aquel instante, por lo que detiene sus movimientos y aparta su mano. Rebecca apreta sus muslos, un tanto desconcertada, mientras siente como su vagina se empapa y el agua de la regadera comienza a salir nu
Rebecca atenta al peligro que se cierne a su alrededor, siente un escalofrío recorrerle por la espalda. Reconoce aquellas miradas amenazantes y malintencionadas e instintivamente, sabe que está en peligro.Antes de que pueda reaccionar, ambos chicos se abalanzaron hacia ella con intenciones de someterla, el miedo se apodera de su corazón. Mientras uno de ellos, la inmoviliza sujetándola desde atrás por ambos brazos, el otro comienza a tocarla de forma lasciva. Rebecca grita desesperada, nadie podrá escuchar su pedido de ayuda en un lugar tan solitario y distante. —¡No me hagan daño, por favor! —ruega la pelicastaña. —Relájate preciosa, así disfrutarás de una rica polla.Cuando Rebecca ve que aquel chico comienza a bajar su cremallera y frotar su polla, lanza un grito desgarrador y pierde el conocimiento.Inesperadamente, apareció un ciclista, quien al ver a la chica en peligro, se dispone a enfrentar al par de maleantes. —¡Ehhh! Suéltenla hijos de puta. A pesar de la pr
Rebecca le sonríe y Borjas revisa en su coala, saca una tarjeta de presentación y se la regala. —Si vuelves a necesitar al ciclista enmascarado, no dudes en llamarme. —bromea él. —Espero no necesitarte en ese caso. —contesta ella en el mismo estilo jocoso. —PD: es una excusa para que lo hagas en cualquier momento. —¡Vale! Te cuidas. Rebecca se dirige a la entrada sonriendo. La puerta se abre y Emilio la recibe con una mirada fría y las facciones del rostro contraídas. —¡Vaya! Tienes un nuevo amante —esgrime. —¡Qué no me faltes el respeto, joder! —reclama. Él la toma del brazo y la sacude con fuerza. —Aquí él único que debe exigir respeto soy yo. Soy tu esposo. —dice clavando su mirada en su mano— ¿Dónde está el maldito anillo? Rebecca se sorprende al ver que no lo lleva puesto. —Debieron robármelo cuando salí a buscarte. Que dos chavales me han atacado y el hombre que aseguras es mi amante, me ha rescatado. —¿Piensas que voy a creerte? —Pues enton
—Disculpa —dice ella apartándose de él. —No, no tienes que disculparte, Rebecca. —El tono de su voz es suave y diferente.— Creo que es hora de regresar a casa. —Sí. Emilio se despide de su hermanita, mientras Rebecca se dirige al coche. No quería incomodado, ni interrumpir aquel ritual afectivo que los vinculaba a ambos. Mientras él conduce de regreso, conversan sobre el deseo de Rebecca de iniciar cuanto antes sus estudios de post grado —Voy a conversar con Benavides y él debe saber un poco más sobre ese asunto. —Gracias, Emilio. No sabes cuanto me emociona el hecho de avanzar en mi carrera y que luego pueda ejercerla. Ese sería mi sueño hecho realidad. —Claro, en algún momento podrás encontrar un buen empleo donde puedas hacer lo que realmente te guste. Minutos después, el coche se detiene, ambos descienden del auto, entran a la mansión, risueños. Mercedes sale al encuentro de su jefe para hablar con él. —Sr Emilio, lo estaba esperando. ¿Podemos conversar en privad
Benavides permanece sin saber que responder, hasta que la misma Rebecca le da una solución:—¿Emilio le pidió que viniera a verme? —Sí, sí, justamente vine a verte, Rebecca. —contesta Benavides, titubeante.—Bien, pase adelante. —le cede el paso al médico— pero Emilio, donde está, dijo que iba a verlo. —Sí, así fue. ¿Me regalas un vaso con agua, por favor? —Claro, ya se lo busco.Al ver que Rebecca se interna hacia la cocina, Benavides le envía un mensaje a Emilio, informándole la situación incomoda en la que está. Rápidamente recibe respuesta de éste donde le pide cubrirlo con la chica. Rebecca regresa con la bandeja y el vaso con agua.—Tenga —le ofrece a su médico. Benavides toma el agua con lentitud, mientras se ingenia una respuesta convincente que no lo obligue a mentir.—¿Me preguntaste por Emilio, no? —Rebecca asiente.— Fue a verme y luego dijo que iría al banco a resolver un asunto de un préstamo o algo así. Rebecca se sorprende con la respuesta del médico.
—¿Con quién hablas, Rebecca? —interroga Emilio mientras frota su cabello húmedo con una toalla.—Con, con mi m-madrina. —Ella le responde, nerviosa— Estaba preguntándole por Sofi. —¿Qué tal está ella? ¿Sigue enojada conmigo? —No, no, ya no. —contesta.—¿Te ocurre algo? —pregunta él al ver su rara actitud.—No, nada. Sólo tengo hambre. —Bien, iré a decirle a Mercedes que nos suba algo para cenar. —Sí, ve. Emilio sale la habitación, ella deja la laptop a un lado y se recuesta. Aún sentía el corazón latirle con rapidez luego del pequeño susto que acababa de llevarse. Por poco él la sorprende hablando con Borjas.Por primera vez, había tenido que mentirle a Emilio. Aquella sensación de no ser sincera le resultaba incómoda, pues a pesar de que sabía que no estaba haciendo algo indebido, también conocía el carácter agresivo de éste cuando se sentía engañado e inseguro. Minutos después Emilio regresa a la habitación. Se recuesta al lado de ella, pero se ocupa en revisar su m
Emilio despierta muy temprano, va hasta el gimnasio privado, ubicado en una de las habitaciones de la planta baja. Necesitaba ejercitarse y liberar toda la tensión que lleva a sus espaldas: la empresa, su intento de matrimonio fallido y sus traumas.Realiza algunos ejercicios de calentamiento previo. Luego se coloca las vendas, enrollando en sus manos una a una. Se acerca al saco de box, lanza algunos golpes leves con sus puños, después da unas cuantas patadas un poco más fuertes acelerando su pulso y sus latidos. Mientras entrena, revive los momentos de pasión que ha vivido con Rebecca esos días. Ella ha logrado despertar en él su masculinidad pero también sus celos. La mirada de desconcierto de Rebecca no sale de su mente, durante parte de la noche se sintió tentado a estar con ella, a poseerla. Pero su orgullo y su ego estaban tomando cuenta de sus acciones. Para una hombre como él, resulta difícil aceptar que alguien más pueda manejar sus emociones como si se tratase de una m
—¿Rebecca Cervantes? —escucho aquella voz a mi espalda, intento disimular que no es a mí, a quien se refiere. La recepcionista me mira y mira al hombre que se aproxima. —Por favor, puede apurarse —Le pido casi en suplica. —¿Le ocurre algo? —pregunta al ver mis nervios.Siento su mano en mi hombro y mi nombre otra vez resuena en su ronca voz:—¿Rebecca? Volteo lentamente para enfrentarme a él y a aquel pasado que creí había desaparecido por completo de mi vida.—Profesor García, ¿cómo está? —Muy bien, ¿y tú, qué haces en Alicante? —pregunta con visible interés, mirándome de arriba hasta abajo, provocando que mi piel se erice y los recuerdos de aquellos momentos intensos e intimidantes, divaguen en mi mente.—Vivo aquí, recién me casé. —contesto con firmeza poniendo aquel argumento como un límite entre él y yo. —¿Te casaste? —el gesto sonriente en su rostro desaparece de inmediato. —¡Sí, así es! —¿Me aceptas un café? —propone.—Lo siento, estoy ocupada en este momen