Detengo el auto; bajo del coche sosteniendo un ramo de jazmines blancos para ella. Camino hacia su tumba.Me inclino, retiro el ramo de flores viejo y coloco uno nuevo en el jarrón. —Hola, mi princesa, te traje las flores que tanto te gustan —dijo observando su imagen sonriente.Me siento en el pequeño banco de mármol que mandé a construir al lado de su tumba. Usualmente converso con ella por largas horas, es la única que siempre me escucha en silencio, la única que me entiende. —Quiero pedirte perdón, hoy me porté como un patán con una chica. No sé que me ocurre con ella, desde que llegó me perturba su presencia. Siento que la odio, pero a la vez quiero protegerla. Una brisa fresca mece los árboles, eso ocurre casi siempre cuando siento que ella responde a mis palabras.—No te enojes conmigo, sé que hice mal. He hecho tantas cosas mal. Es inevitable, en ese preciso instante, no recordar el maldito accidente que la arrebató de mi lado. Si tan sólo me hubiese negado cuando m
Emilio baja de su coche y se encamina hasta la entrada de la mansión, encontrándose con su chofer, quien al verlo, se aproxima a él.—Sr Emilio, que bueno que llegó. —dice agitado.—¿Qué ocurre Nacho? —pregunta con el entrecejo fruncido.—Es su prometida.—¿Qué ocurre con ella? —Se cayó por las escaleras, señor.—¿Qué dices? ¿Qué le pasó? —pregunta visiblemente angustiado.—No lo sé, el médico está con e-Emilio entra a la mansión dejando al joven con la palabra en la boca. Sube las escaleras dando pasos largos y en breves segundos ya está en el pasillo. Se apresura hasta llegar a su habitación.Justo en ese momento, sale el médico acompañado de Mercedes.—¿Qué ocurrió, Benavides? ¿Cómo está Rebecca?—Ya un poco mejor, acabo de colocarle un analgésico y se ha quedado dormida.—¿Pero está bien?—Por el hematoma en la parte trasera de su cabeza, debió golpearse al caer. Necesito que la lleven para hacerle otros exámenes más profundos. —Yo me ocuparé de ello, Benavides. —
Rebecca despierta de su sueño obligado. Observa que su móvil no está cerca donde suele dejarlo. No recordaba haberlo colocado en ese sitio. Quizás en el golpe en la cabeza aún la tenía confundida y estaba olvidando algunas cosas.Lentamente se incorpora. Siente que todo el cuerpo le duele, los hombros, la espalda, las piernas. Estira el brazo lo más que puede hasta tomar el móvil, abre el chat y nota que no tiene notificaciones en su móvil, cosa poco común. Continúa revisando hasta dar con el chat de su jefe. Él la había estado llamando. Pizca en la última llamada perdida para hablarle. Necesitaba salir de ese lugar cuanto antes. Escucha del otro lado la voz de Enzo Ferrer:—¿Qué es lo que está pasando contigo, Rebecca? No entiendes la magnitud de este asunto. ¿Cómo puedes venir a decirme que no te casarás con Emilio? Tarde o temprano van a follar, joder.—Sr Enzo tuve un accidente —responde parcamente.—¿Qué pasó? ¿Por qué nadie me ha avisado?—Me resbalé y caí por las escaler
—¿A dónde fue? —interroga a Mercedes.—¿Se refiere a la Srta Cervantes? —¡Sí! ¿A quién más? —espeta.—Dijo que regresaba a Madrid. —responde con malicia.Emilio palidece ante aquella inesperada respuesta. —¿A Madrid? —Sí, dijo que iba a ver a su padre. Pero me parece muy raro que sea justo esta semana, señor. Se supone que van a casarse, ¿no? —contesta sembrando la duda en él.Repentinamente la sujeta de ambos brazos—¿Qué quieres decir, Mercedes? ¿Qué también me abandonará como lo hizo Olivia? —pregunta sacudiendo con fuerza a la empleada.—¡No, no señor, Emilio! Yo no quise decir eso. Sólo que se me hace raro su viaje tan repentino. —responde nerviosa al ver la reacción de su patrón. Abruptamente él la suelta y le ordena:—Lárgate y llévate ese desayuno, no tengo hambre. —Como diga, señor. —la mujer recoge la bandeja y sale de la habitación.Emilio va detrás de ella, cierra la puerta azotándola con fuerza a sus espaldas. —¿Qué se cree esa mujer? No permitiré que
—Señor, disculpe que lo interrumpa —dice Mercedes entrando a mi habitación.Dejo a un lado mi teléfono y me cruzo de brazos.—¿Qué quieres ahora? —Le increpo. —Sigue enojado conmigo, verdad. —Si viniste a eso, puedes marcharte.—No, señor. No vine a eso. —¿Entonces, dime a qué has venido, Mercedes? —pregunto en tono hostil.— Sabes que no me gusta que me molesten cuando estoy en mi habitación.—Lo sé, señor. Venía a informarle que el Dr Benavides, está abajo. Vino a ver a su prometida y dice que necesita hablar con usted.—¿Benavides? —¡Sí, el Dr Benavides quiere verlo? Aunque me parece extraño que haya regresado, le ordeno a Mercedes que lo reciba:—Dígale que en seguida bajo. ¡Ah! Y mientras lo atiendo envía a Sol para que limpie y cambie mis sábanas. —Puedo hacerlo yo, señor. Si lo desea. —Prefiero que lo haga ella. Tú encárgate de prepararme algo de cenar.—Como usted diga, señor. Mercedes sale de la recámara, reviso mi móvil y una sonrisa se dibuja en mi ros
El coche se detuvo frente al edificio donde llevaba varios meses viviendo. Una especie de alegría, pero a la vez melancolía me invade en ese instante. Subo las escaleras directamente hacia mi apartamento. No imagino la sorpresa que se llevará mi madrina y sobre todo mi pequeña Sofi. Tenía un par de meses sin verla, el mismo tiempo que llevaba trabajando en las empresas Ferrer. Con suerte conseguí comprar en el aeropuerto, algunos detalles para obsequiarle a ambas.Abro la puerta sigilosamente para no asustarlas, ya era un poco tarde para visitas. Entro y veo a mi madrina como siempre sentada con su móvil en la mano, leyendo las novelas digitales que tanto le apasionan. Está tan inmersa en su lectura que no nota que entré al apartamento. Dejo la maleta en la entrada y mi bolsa sobre el mesón de la cocina. Me acerco y le cubro los ojos. Ella se sobresalta, pero me inclino, beso su cabeza y le susurro al oído:—Bendición, madrina. La expresión en su rostro, me dice lo feliz que
Despierto con el sonido de mi móvil, lo tomo aún sin abrir del todo los ojos, froto con una mano mi rostro y veo la pantalla titilante del celular.—Es el Sr Ferrer —Me incorporo rápidamente para atender su llamada.—Buen día, Rebecca. Pensé que me hablarías al llegar. —espeta.—Quise hacerlo, señor. Pero llegué un poco cansada del viaje, disculpe.—¿Paso por ti en media hora? —Bien Sr Ferrer, pero quería ir primero a ver a mi padre. ¿Podemos dejarlo para después de mediodía? —Está bien. Ve a la clínica y luego vienes a la empresa. Te estaré esperando para ir a almorzar y conversar. Debemos aclarar ciertos puntos. —¡Sí, sí! Allí estaré, no sé preocupe. Me levanto de la cama aún soñolienta, últimamente me he sentido algo pesarosa y débil. Me dirijo al baño, me doy una ducha y minutos después ya estoy lista para salir. El olor irresistible del café, me atrae. Voy hasta la cocina, mi madrina ya está despierta y con el desayuno preparado.—Buen día, hija. —Bendición madri
—Buen día, Rosalba —saludo a la recepcionista de la empresa, quien me mira con suficiencia.—Buen día, Rebecca. Al fin regresas a tu trabajo. Necesito que limpies mi escritorio —dice pasando su dedo por encima de la superficie plana de madera. —Lo siento, pero ya no trabajo como empleada de mantenimiento. —¿Tan rápido te botaron? —pregunta en tono burlón. Sin aguardar mi respuesta, añade:— ¡Ah! ya sé, vienes por tus prestaciones. —No —respondo con firmeza— vengo a ver al Sr Enzo Ferrer. —¿Tienes cita con él? —No, no la necesito. —Pues no puedes pasar sin su autorización, ya no eres empleada de esta empresa. —dice levantando el teléfono.— Debo comunicarle, tal vez pueda atenderte.—El Sr Ferrer me está esperando. —asevero. —No puedes pasar, no trajiste tu carnet. —insiste. Justo cuando ella me impide pasar, veo al Sr Ferrer saliendo del ascensor. —¡Allí, lo tienes! ¡Pregúntale directamente! —respondo con el mismo sarcasmo con el que ella me habla.La rubia platinad