Su aliento acarició su espina dorsal cuando él apartó su melena rojiza y la miró desde su posición, todavía desnudo y apoyando el peso de su cuerpo sobre un codo.— Tengo hambre y tú no cenaste nada hoy, pensé que podría preparar algo para los dos. ¿Qué te parece?— Me… me parece bien — lo dijo sin complicarse, sin pensar, y es que así era ella cuando estaba con él, no pensaba con suficiente claridad.El brasileño sonrió orgulloso y se incorporó. Besó su hombre desnudo como mero gesto fugaz y se colocó únicamente el pantalón.— Puedes darte una ducha mientras yo me hago cargo de la cocina — le dijo ya de camino.La pelirroja pasó el trago de su garganta y se puso de pie, nerviosa. Haría lo que le había pedido, quizás así conseguía aclararse un poco.Minutos después, el vapor lo había empañado todo. El agua corría sobre su cuerpo y su piel se erizaba a medida que lo que imaginaba allí con ella. Tocándola y poseyéndola de la única forma que él sabía hacerlo. Su tacto era espectacular, a
Ese delicioso aroma llegó a su nariz cuando alzó la vista. No la había podido sacar de su cabeza ni un solo segundo, tal parecía que evocarla había surtido bastante efecto.La pelirroja sintió esa mirada abrasadora sobre sí; se giró automática.— Buenos días — musitó él, acababa de llegar de las caballerizas. Esa mañana había despertado bien temprano, más de lo que acostumbraba.— Buenos días — respondió ella, siendo jodidamente bella.Después del encuentro que tuvieron la noche anterior, las chispas entre ellos seguían brincando de puro deseo; era algo inevitable. El brasileño no podía concebir el día sin verla y la pelirroja añoraba despertar para también hacerlo.Pasaron el uno al lado del otro. Ella iba a buscar a la niña al salón donde recibía sus clases y él se dirigía a su despacho; sin poder contenerse, miró sus labios. Maldición, se le antojaban muchísimo esa mañana, no, se le antojaban todo el día y eso no era precisamente algo que pudiese controlar, no cuando ella lo eclips
El resto de ese día no volvieron a verse, aunque lo desearan con desespero a cada segundo.Para la tarde, Salomé ya estaba más que lista con un precioso vestidito de verano color limón que resaltaban sus ojos bicolores. La pequeña se miró al espejo más que encantada con la elección, su cabello largo y rubio caía como una cascada de oro y dos trencitas que se entrelazaban en la coronilla de su cabeza con adornos de maripositas que la hacían lucir como sacada de un cuento.De pronto, un par de toquecitos en la puerta la hizo alzar la vista. Caterina asomó la cabeza con una sonrisa y luego ingresó. Estaba perfectamente pulida para la ocasión, un vestido largo con estampados y un peinado semi recogido.— Buenas tardes, muchacha — saludó la mujer, acercándose — venía por mi nieta. Los invitados están llegando a la hacienda y están ansiosos por conocerla.La pelirroja asintió sin problemas.— Ve con tu abuela, cariño — le pidió a la pequeña, quien dudó un par de segundos pero al final termi
Obedeció.Esperó en las caballerizas a Leandro y el buen hombre llegó a su busca con mirada de asombro cuando la vio hablar con ese terco caballo que no permitía que nadie se le acercara ni mucho menos lo tocara.No pudo evitar sonreír al verla, realmente esperaba que el animal le respondiera.— Señorita — llamó su atención de forma cauta, amable. La pelirroja alzó la vista y respingó, casi había olvidado que lo estaba esperando a él allí — Espero Serón haya sido una buena compañía para usted.Sus pestañas aletearon como alas de ángel al escuchar ese nombre.— ¿Serón? — preguntó, gratamente sorprendida.— El patrón así lo bautizó, dijo que ha sido idea de usted.Su corazón marchó a toda máquina. ¿Realmente había hecho eso? Pensó al tiempo que torcía una sonrisa y sus mejillas se hinchaban de rojo.Se despidió del quién de verdad parecía ahora un dócil caballo y se dejó guiar por Leandro hasta la camioneta. Allí se recargó en el asiento y permitió que la brisa fresca la serenara un poc
Para los días siguientes, las chispas revoloteaban sin que alguno de los dos pudiese ser capaz de ocultarlo; Dios, eran tan evidentes, así que mientras ellos permanecían en esa bruma erótica a la que se sumergían, ajenos al resto, en la casa grande todos comenzaban a darse cuenta.La semana siguiente se vieron casi a diario, incluso una vez al día no era suficiente. Se necesitaban a cada segundo, a cada instante, cada vez que se tocaban la carga eléctrica aumentaba y terminaban arrinconados en alguna habitación vacía, no importaba la hora, ni siquiera el peligro, estaban en su propio mundo.Sus encuentros en la cabaña eran una cosa sin igual; ya no se basaba a solo sexo, no, era algo más allá de eso, de lo carnal. Muchas veces se ponían de acuerdo con anterioridad para saltarse la cena y así cocinar algo juntos en medio de risas, coqueteos y roces sutiles. Luego acababan tenidos en el sofá; suplicando por aire; a los pies de la cama; exhaustos después de haber hecho el amor de una for
Una semana después se celebraba el cumpleaños de Indiana en la hacienda. Eran sus diecinueve y todas las muchachas del servicio se juntaron para hacerle un pastel y darle un pequeño detalle en el jardín con la previa autorización del patrón, quien no puso quejas en lo absoluto, al contrario, les dio la tarde libre a todos para que se divirtieran ese día.— ¿Se unirán a la celebración? — la pregunta tomó a la pelirroja tan de sorpresa que no pudo evitar un respingo.Él sonrió bajó el umbral de la puerta, cruzado de brazos. Llevaba varios minutos observando como ella batallaba con el cabello largo y lacio de su hija para que las coletitas se le sostuvieran a lo largo de su cabeza.— Sí, Salomé está ansiosa por el pastel — musitó desde la distancia, sonriendo genuina como solía serlo — ¿Usted irá?— Tengo trabajo, probablemente les acompañé en un rato.Ella asintió y poco después pasó a su lado. El brasileño aprovechó para darle un beso a su sol salvaje y regalarle una mirada penetrante
— Se acabó la fiesta, todos vuelvan a la casa y a sus respectivos labores — pidió al tiempo que sentía una fuerte opresión en el pecho; de esas que cortaban el aliento y estrangulaban. Todos obedecieron en silencio y de forma premeditaba, incluso ella — Tú no, Galilea, sígueme.Le ordenó sin atreverse a mirarla siquiera y un segundo después ella obedecía como una autómata.Tan pronto cerró la puerta detrás de sí, ya era casi imposible respirar. Temblaba e inhalaba sin poder contenerlo. Mientras tanto, él se aferraba a los bordes del escritorio con una fuerza que parecía desorbitante, pero es que si no lo hacía, temía que pudiese venirse abajo en cualquier momento.— Por la expresión de tu rostro, imagino que no tenías ni la menor idea de esta… equivocación — porque sí, eso era lo que debía ser, una absoluta equivocación, no había forma de que fuese de otro modo.Ella se había sometido al proceso de inseminación en el mismo hospital en el que él se había sometido al suyo. Era insólito,
Mientras emprendía su camino de regreso a la casa grande, rogó en su interior para que por favor no fuese demasiado tarde para ella... para ellos.Tan pronto los neumáticos crujieron abruptamente en la explanada, saltó fuera de la camioneta y la tomó en brazos, más angustiado de lo que alguna vez había estado en su vida. Corrió al interior con ese cuerpo laxo que parecía casi sin vida; aunque seguro estaba de que su corazón todavía latía, pues antes se había asegurado de ello.— ¡Leandro, lleva el botiquín de emergencias para picaduras a mi habitación! — ordenó a medida que subía las escaleras con ella. Desconocía el tiempo que había pasado desde la picadura, por lo que debía actuar de madera inmediata — ¡Indiana, Eduarda, síganme!Todos allí obedecieron sin más. Leandro corrió hasta el lugar donde sabía que encontraría el botiquín y las dos jovencitas corrieron tras el patrón para recibir las órdenes pertinentes una vez allí.El brasileño no se detuvo hasta que llegó al cuarto de bañ