Los ojos enojados se separaron de la joven que ofrecía una mano simbólica. Un pecho cubierto por unos brazos cruzados y una boca que no ofreció ninguna respuesta completaban el papel de un chico joven cansado que ya había escuchado todo eso antes.Y la joven terapeuta, ansiosa de poner su recién obtenido título en buen uso, sufrió por el rechazo de su simbólica rama de olivo. Poco después, sus eran iguales a los de la juventud ante ella: vacíos, aburridos… sin esperanza.El recuerdo estaba fresco en su mente mientras Edmond salía de la habitación. Él no dijo ni una palabra más hasta que se dejó caer en la silla junto a Belinda.—Esto es una mierda,— dijo.Belinda miró inmediatamente preocupada. —¿Por qué? ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Anthony?——Ella quería hablar con él sin mí. ¿Qué clase de mierda es esa? ¿Qué es lo que le está diciendo que no quiere que yo lo oiga?——Creo que el objetivo es permitirle decir cosas que quizás necesite decir, pero que no dirá porque él no quiere que las
Pero ella no preguntó nada. Su boca, en lugar de vocalizar palabras, estaba siendo utilizada para conectar con él físicamente. Besó su bíceps. Después su codo. Su pecho. El poco de piel expuesta en su vientre, debido a su brazo levantado. Su ombligo.Y mientras sus labios rendían homenaje a su piel, la mano de Belinda lentamente le acarició el muslo. Arriba… abajo… arriba… abajo…Cuando su mano se deslizó hacia adentro, hacia la ingle, Edmond se tensó, pero no dijo nada. Su cuerpo estaba atentamente calentándose bajo la trayectoria de su mano, pero su mente estaba rígida por la idea de lo que estaba por venir. Seguro estaba malentendido el gesto. En cualquier momento, Belinda le besaría fugazmente, se sentaría y luego le pediría que le contara todo lo que había pasado. En cualquier momento iba a hablar y estaría de acuerdo con él en que Leisel era un farsante rastrera a la que deberían prohibirle practicar de inmediato. Los dos estarían de acuerdo en que la terapia era el último lugar
Belinda y Camille se sentaron en la pequeña mesa de la cocina de Belinda, hablando mientras tomaban una taza de café a media tarde. Anthony había terminado rápidamente su merienda anticipando poder ir a pintar en el libro de colorear que había comprado en la tienda de la guardería con cinco ‘centavos positivos’ de su cuenta de comportamiento.—¿Qué es un centavo positivo?— Preguntó Camille cuando Anthony excitado le contó sobre dicha transacción.—Es de mi cuenta,— explicó Anthony. —Los consigo por terminar los trabajos de mesa y estar en fila en silencio.—Camille rió. —¿También tenéis ‘monedas de cinco centavos para traviesos’ y ‘monedas de diez centavos para el aburrimiento?,—Anthony la observó por un momento, como si estuviese hablando una lengua que él no entendía, antes de mirar a Belinda para que se lo tradujera.—Intentamos centrarnos más en el refuerzo positivo en la guardería,— le dijo Belinda. —Y nos limitamos a los centavos en mi clase. No soy economista.—Belinda miró a
Aunque no se quejó, Belinda se dio cuenta de que estaba incómodo pasando la jornada de trabajo con Ernest, y luego la noche cenando con Camille. Después de la segunda noche, Edmond estuvo bastante callado y, a continuación, tan pronto como Camille se marchó de vuelta a su apartamento, desahogó sus sentimientos al respecto.—No le voy contar ni una mierda sobre Ernest, así que espero que no pregunte,— dijo.—No lo hará,— dijo Belinda, aunque no estaba convencida de ello. —Pero por si acaso, creo que deberíamos planear simplemente no decir nada relacionado con ellos. Tampoco debes decirle a Ernest cosas que ella diga.—La expresión en la cara de Edmond reveló que quizás ya era tarde para tal pacto.—Edmond, ¿No lo hiciste… verdad?— preguntó Belinda.—A Ernest le da igual,— declaró Edmond, contestando la pregunta de forma indirecta. —Se alegra de que se mude. Así no tendrá que cruzarse con su impertinente culo en la gasolinera nunca más.——¿Eso dijo?— Belinda estaba decepcionada. Aunque
Después de su obvio don para la vacilación, Edmond se inclinó y besó a Belinda en la boca. Si él no la hubiese distraído deteniéndose antes de besarla de nuevo, se lo hubiese dicho. Pero cuando sus manos empezaron a recorrer todo su torso, sus piernas y su culo, ese segundo de vacilación fue olvidado.Preocupada por una mayor separación, la conducta distante Edmond causó que Belinda le deseara aún más. De repente, un simple beso era como agua para una garganta seca, el aire para un nadador a punto de ahogarse. Tal vez él sintió su necesidad, o tal vez incluso se sentía de la misma manera, lo que explicaría la manera insistente en que después la llevó a su regazo.—¿Quieres ir arriba?,—preguntó él, con la respiración entrecortada anticipando lo que se avecinaba.A pesar de que le había oído, Belinda no contestó por miedo a romper el trance momentáneo que había permitido a Edmond deshacerse de su desánimo y responderla exactamente de la forma que ella necesitaba. En su lugar, ella tiró
Edmond le oyó de casualidad. Se había despertado en mitad de la noche, con un pensamiento errante molestando a su conciencia. Había ido al baño para tomar un sorbo de agua y había escuchado gemidos procedentes de otro lado del pasillo. Lentamente, Edmond lo cruzó hacia la habitación de Anthony, hasta que estuvo parado en la puerta de su hijo. La luz estaba encendida, como siempre, lo que permitió a Edmond ver con claridad a su hijo inmerso en una pesadilla.—…Mamá… ¡Aquí! ¡No, estoy aquí!— Anthony comenzó a agitarse y moverse de forma salvaje en la cama.Edmond se quedó helado por un momento, preguntándose si las mismas reglas sobre el sonambulismo se aplicaban a las pesadillas. ¿Se suponía que no debía despertar a Anthony?Su primer pensamiento fue llamar a Belinda y preguntarle, pero eran casi las tres de la mañana, y seguramente a ella no le haría mucha gracia que la despertara cuando tenía que ir a trabajar seis horas más tarde.Edmond tendría que hacerlo esta vez por su cuenta.—
—¡Es mío! ¡Lo necesito!— chilló.—No lo necesitas.——¡Si que lo necesito! Tengo que llevárselo a Santa para que sepa qué vestido conseguirle a la Abuela—.—Anthony…— Edmond suspiró. Iba a ser la tercera vez en una semana que tendría que recordarle a Anthony que su abuela estaba en el cielo con su madre. Y, francamente, estaba cansado de ver morir la luz de los ojos de su hijo cada vez que lo recordaba. Esta mañana, Edmond simplemente no era capaz. —Ve a buscar tu mochila. Vas a llegar tarde al colegio—.Edmond mantuvo la mano sobre la foto y Anthony entendió la indirecta de que no podría tratar de cogerla al pasar de camino a las escaleras hasta su habitación para recoger su material escolar.Veinte minutos más tarde, mientras iban de camino a la escuela primaria, Edmond deseó que el día fuese una distracción suficiente para Anthony para mantener su mente y conducta bajo control.Pero cuando Edmond regresó a la escuela seis horas más tarde, la expresión del rostro de Belinda le dijo q
—¿Sabes qué? Me olvidé por completo que le dijiste a Anthony que decoraríamos el árbol esta noche después del festival de Navidad. Así que, sí, voy a organizarme para ir a tu casa después de recoger algunas cosas de la mía y luego iremos al espectáculo juntos. Podemos decorar antes de irnos,— reconsideró Belinda. Edmond asintió de acuerdo. Puso su brazo alrededor de la cintura de Belinda y le dio un ligero apretón antes de besarla suavemente enla mejilla. A pesar de que ninguno de ellos reconoció su acto desinteresado, ambos sabían lo que estaba haciendo sin declararlo. —Gracias, cariño,— susurró Edmond. De camino a casa desde el colegio, Edmond consideró si debía o no decirle algo a Anthony sobre cómo había actuado en el colegio. Es cierto que Belinda había manejado la situación y a Anthony ya le habían castigado. Pero Anthony realmente debía entender que Edmond tampoco quería que él actuara de esa manera. No sólo tenía que comportarse en la escuela, no había dos tipos de tipos de