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Belinda intentó no pensar en la acción ilegal que había cometido haciéndose pasar por una figura de la ley. Pero su fechoría no dejaba de escurrirse entre sus pensamientos. Le atormento todo el fin de semana y el lunes amaneció con los raros rayos del sol.

—Voy a ir al infierno, — le susurró a su reflejo mientras se preparaba para ir a trabajar.

Pero cuando vio a Anthony entrar en la clase más tarde esa mañana, sintió justificado lo que había hecho.

Y mucho más cuando revisó su buzón de voz después de comer:

—Belinda, soy Edmond. Tengo que pedirte un favor enorme. Acabo de recibir una llamada de la compañía eléctrica y necesitan que vaya después del trabajo para solucionar unas cosas. Es imposible que me dé tiempo a recoger a Anthony e ir a la otra punta de la ciudad antes de que cierren. ¿Sería posible que le llevaras a tu casa contigo y que yo le recoja allí? Se que es raro que te lo pida, pero como te he dicho, lo tengo que solucionar. ¿Me puedes llamar y decirme si puedes o no? —

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