Visita hogareña

A la mañana siguiente, decidí visitar a mi madre. Había pasado demasiado tiempo sin verla, y aunque le había enviado dinero para su tratamiento, quería asegurarme de que estuviera bien.

Cuando llegué a su casa, la encontré sentada en el sofá, con un libro en la mano y su característico ceño fruncido. Me miró de arriba abajo, como si estuviera evaluando cada una de mis decisiones de vida.

—¿Havana? —dijo con tono incrédulo—. Pensé que te habías unido a un culto o algo así.

Suspiré y me dejé caer en el sillón frente a ella.

—No, mamá, solo he estado… ocupada.

Ella entrecerró los ojos.

—¿Ocupada en qué exactamente? Porque de repente apareciste con dinero, y no quiero ni imaginarme en qué andas metida.

Antes de que pudiera responder, mi hermana menor, Camila, irrumpió en la sala con una sonrisa radiante.

—¡Havana! Mamá cree que eres traficante de órganos. Yo le dije que probablemente solo conseguiste un sugar daddy.

—¡Camila! —exclamó mi madre con horror.

Yo me llevé una mano a la cara.

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