A la mañana siguiente, decidí visitar a mi madre. Había pasado demasiado tiempo sin verla, y aunque le había enviado dinero para su tratamiento, quería asegurarme de que estuviera bien.Cuando llegué a su casa, la encontré sentada en el sofá, con un libro en la mano y su característico ceño fruncido. Me miró de arriba abajo, como si estuviera evaluando cada una de mis decisiones de vida.—¿Havana? —dijo con tono incrédulo—. Pensé que te habías unido a un culto o algo así.Suspiré y me dejé caer en el sillón frente a ella.—No, mamá, solo he estado… ocupada.Ella entrecerró los ojos.—¿Ocupada en qué exactamente? Porque de repente apareciste con dinero, y no quiero ni imaginarme en qué andas metida.Antes de que pudiera responder, mi hermana menor, Camila, irrumpió en la sala con una sonrisa radiante.—¡Havana! Mamá cree que eres traficante de órganos. Yo le dije que probablemente solo conseguiste un sugar daddy.—¡Camila! —exclamó mi madre con horror.Yo me llevé una mano a la cara.—
—Havana, querida, ¡y yo preocupada pensando que estabas haciendo cosas ilegales para conseguir dinero!Camila, que había estado silenciosa hasta ahora, explotó en carcajadas.—Técnicamente, eso sigue estando en el aire, mamá —comentó con sorna.Rodé los ojos y Vincent sonrió, divertido.—Puedo asegurarle que Havana no hace nada que no quiera hacer —afirmó, lanzándome una mirada cargada de significado.—Ajá, ajá… —mi madre no parecía del todo convencida, pero al menos parecía divertida. Y eso ya era un avance.—Entonces, Vincent, ¿a qué te dedicas? —preguntó de pronto, afilando la mirada.Me tensé. Vincent, en cambio, mantuvo su sonrisa impecable.—Negocios. Inversiones. Cosas aburridas que dudo que le interesen, señora.—¡Oh, no me subestimes! —dijo ella con una carcajada. —Me encanta saber en qué tipo de negocios está metido mi futuro yerno.—¡MAMÁ! —protesté, sintiendo mis mejillas arder.Vincent soltó una carcajada, disfrutando la situación más de lo que debería.—Tendré que invita
La noche en el club prometía ser una de esas que dejan huella. Apenas cruzamos la entrada, Vincent me guió con su mano firme en la parte baja de mi espalda. Era un gesto de control absoluto, posesivo, pero que en mí solo encendía un fuego que no sabía si quería apagar.Las luces del club titilaban con destellos dorados y escarlatas, la música vibraba en el aire y el murmullo de conversaciones se mezclaba con risas y promesas susurradas. Este lugar era un mundo aparte, un rincón de la ciudad donde la realidad se distorsionaba y las reglas se escribían en deseo.—Te ves hermosa esta noche —murmuró Vincent en mi oído, su aliento cálido enviándome un escalofrío delicioso por la columna.—Lo sé —respondí con una sonrisa traviesa, disfrutando del modo en que sus ojos se oscurecieron levemente.—Presumida.—Realista.Se rio bajo, un sonido grave y seductor que me hizo apretar los muslos instintivamente. Vincent tenía ese poder sobre mí, el de convertir incluso el acto más simple en algo eléc
Desperté envuelta en el calor de Vincent. Su brazo rodeaba mi cintura con posesividad, como si temiera que me desvaneciera en la bruma del amanecer. Sentí su respiración contra mi cabello, pausada, tranquila, como si por primera vez en mucho tiempo él pudiera relajarse por completo.Giré lentamente para mirarlo. Aún dormido, su rostro se veía más joven, menos marcado por la dureza del mundo en el que se movía. Con la yema de mis dedos recorrí su mandíbula, su pómulo, memorizando cada detalle como si fuera la primera vez.—Si sigues tocándome así, no podré seguir durmiendo —murmuró con voz ronca sin abrir los ojos.Sonreí, sin retirar la mano. —Tal vez esa es la idea.Un suspiro bajo salió de sus labios antes de que abriera los ojos y me atrapara con esa mirada suya que siempre lograba desarmarme.—¿En qué piensas?—En ti —confesé sin reservas.Sus labios se curvaron en una sonrisa ladeada. —Qué peligroso, Havana.—Lo sé —respondí antes de besarlo, un roce lento y perezoso que se fue i
Cuando llegamos a la mansión de la madre de Vincent, el aire se sintió denso. No porque fuera incómodo, sino porque era de esos lugares en los que podías oler el dinero en las cortinas y en la vajilla de porcelana. La mujer nos esperaba en la sala, sentada con una copa de vino en la mano, observándome como si intentara descifrar qué demonios hacía yo ahí.—Tú eres Havana —dijo, entrecerrando los ojos.—En efecto —respondí, con la misma energía de una entrevista de trabajo para un puesto que no había solicitado.La madre de Vincent, elegantísima y con un aire de reina, entrelazó los dedos sobre su regazo.—Eres escritora.—Así es.—Interesante —murmuró, y el juicio en su tono era más fuerte que un golpe de martillo de juez.Vincent intervino, apoyando una mano en mi espalda, con una sonrisa que delataba que estaba disfrutando de la situación.—Madre, no la interrogues. Havana es increíble. Y además, sabe más de literatura que cualquier persona que conozco.Eso pareció darle una excusa
El mensaje en el auto de Vincent era imposible de ignorar. "TRAIDOR", escrito con una pintura roja que goteaba de manera dramática sobre el capó negro y reluciente de su Maserati.—Oh, vaya… —murmuré, con una mezcla de horror y admiración—. Al menos tiene buena caligrafía.Vincent, en cambio, no parecía compartir mi apreciación artística. Su mandíbula se tensó y su mirada se oscureció. Dio un paso adelante, pasando los dedos sobre la pintura aún fresca, dejando una mancha carmesí en su piel.—Lo hizo de nuevo —murmuró con una calma que solo indicaba que alguien iba a morir en las próximas horas.Su hermano, Marco, que estaba a nuestro lado con una expresión entre divertida y preocupada, chasqueó la lengua.—Por lo menos esta vez no intentó volarte el coche —comentó, encogiéndose de hombros—. ¿Eso es progreso?Yo, en cambio, estaba procesando la información a mi manera. Miré a Vincent, luego al coche, luego a Marco.—¿Estamos hablando de la misma mujer que me dejó la basura en la puert
Vincent y Havana decidieron que era momento de averiguar más sobre la exnovia problemática. Para ello, Vincent la llevó a una de sus reuniones en un lugar discreto pero lujoso, un edificio que parecía una simple oficina corporativa por fuera, pero que dentro tenía todo el aire de un cuartel general de la mafia.—No vayas a asustarte, pequeña escritora, pero hoy vas a ver cómo trabaja un verdadero mafioso —le dijo Vincent con una sonrisa torcida.Havana sintió un escalofrío de anticipación y miedo. Una cosa era saber que Vincent era peligroso, pero otra era presenciarlo en acción. Sin embargo, su curiosidad la impulsaba a seguir adelante.Entraron en una sala oscura iluminada solo por una luz cenital que daba un ambiente de interrogatorio policial de película. Había una mesa con una laptop y un hombre de traje con cara de pocos amigos revisaba archivos en la pantalla. Otro tipo, con una cicatriz en la ceja y los brazos cruzados, observaba desde la esquina con una postura de matón de pe
El reloj marcaba las dos de la madrugada cuando cerré mi laptop por décima vez esa noche. La pantalla en blanco parecía un espejo de mi mente: vacía, estancada, incapaz de hilvanar siquiera un párrafo coherente. Había prometido entregar mi nueva novela a la editorial hacía semanas, pero la inspiración seguía siendo una amante esquiva, siempre a punto de aparecer pero nunca lo suficientemente tangible como para quedarse.Mi apartamento, ubicado en un piso 27, era mi refugio. Diseño minimalista, ventanales de piso a techo que ofrecían una vista panorámica de la ciudad. Las luces danzantes de los rascacielos y el ruido sordo del tráfico lejano componían una sinfonía que había aprendido a amar. Pero esa noche, ni siquiera la energía vibrante de la metrópoli lograba calmar la frustración que hervía en mi interior.“Necesito algo… diferente”, murmuré mientras me levantaba del escritorio. Caminé descalza hasta la cocina y me serví una copa de vino blanco, esperando que el líquido frío pudier