VINCENTMe quedé mirando la puerta por la que Havana se fue como si fuera a reabrirse sola y devolverme la dignidad que acababa de perder.Spoiler: no lo hizo.En vez de eso, me serví otro whisky, me senté en mi sillón favorito del salón de los miembros fundadores del club —un lugar que huele a cuero caro, secretos y decisiones cuestionables— y me pregunté cómo demonios terminé en esta situación. Otra vez.Porque, claro, uno pensaría que después de una relación desastrosa con una mujer como Juliette, uno aprendería algo. Spoiler número dos: tampoco lo hice.Juliette era fuego. Havana, en cambio, era… tormenta eléctrica. Belleza salvaje, energía caótica, palabras que cortaban más que las miradas. Me encantaba. Me aterraba. Me tenía completamente jodido.Y lo peor era que estaba empezando a importarme más de lo que mi historial emocional podía manejar. Porque no era solo deseo —aunque Dios, eso abundaba—. Era cómo me miraba cuando pensaba que no la estaba observando. Era la forma en que
Lunes. Otra vez. Y no un lunes cualquiera. Era uno de esos lunes que sabías que iban a apestar desde el primer segundo en que abrías los ojos y sentías que hasta la luz del sol tenía ganas de pelear contigo.La primera señal de que el universo estaba en mi contra fue cuando derramé café sobre el manuscrito que estaba editando. La segunda, cuando abrí el correo y vi el asunto:“Sobre tu novela: URGENTE”—lo cual, en lenguaje editorial, suele significar: “Hola, estamos a punto de arruinarte el día”.Respiré hondo y abrí el correo.Querida Havana,Hemos leído los primeros capítulos que nos entregaste.Nos preocupa un poco la dirección del contenido: es... demasiado íntimo.¿Podemos tener una llamada para hablar sobre los límites entre ficción y realidad?PD: El personaje de “V” es increíblemente realista. ¿Inspiración personal?Inspiración personal. Ja. Qué linda forma de decir “¿te estás acostando con tu personaje o qué?”. Me pasé la mano por la cara, hundida en mi sofá, con el gato dor
Desde que mamá empeoró, la casa olía más a eucalipto y menos a café. Y eso, para mí, era la señal de que el apocalipsis emocional estaba a la vuelta de la esquina.Había pasado semanas intentando equilibrar mi vida secreta como escritora de romance mafioso con toques de bondage emocional, y mi otra vida, la de hija ejemplar que lleva sopita y facturas médicas. Spoiler: estaba fracasando en ambas.Pero el universo, que tiene el mismo humor cruel que una ex que te ve feliz, decidió que era momento de un segundo cruce de mundos. Porque mamá, muy señora ella, había pedido que Vincent volviera. Sí, porque la primera vez no fue suficiente, claro. “Quiero volver a ver al patrocinador de tus crisis existenciales”, dijo.Y ahí estaba yo. Tres días después. Con Vincent a mi lado. En la sala de mamá. Otra vez.El aire era espeso. La tensión, palpable. Mamá, sentada en su butaca de enferma profesional, con su mantita de cuadros, sus ojos brillantes y su peinado perfecto, como si no estuviera con
Esa noche, el ambiente en el club parecía más cargado que de costumbre. Me sentía un poco fuera de lugar, pero sabía que no podía faltar. Vincent me había invitado nuevamente, y aunque mi mente estaba llena de preguntas, mi cuerpo ya no podía ignorar esa conexión palpable que teníamos. La tensión entre nosotros, mezclada con las inquietudes sobre mi libro y la situación de mi madre, era la receta perfecta para una noche llena de complicaciones.Cuando llegué, Vincent no estaba en su rincón habitual. En lugar de eso, me recibió en una zona más privada, como si quisiera alejarme de las miradas curiosas del resto del club. Lo primero que noté fue la seriedad en su rostro, una expresión que rara vez veía en él. Me quedé quieta, sin saber si debía pr
La puerta del apartamento se cerró con un suave clic y la mujer del servicio de limpieza apareció en el umbral, con su bata de trabajo y una sonrisa radiante, como si fuera el momento más común del día. Su presencia era como un respiro, una figura de normalidad, y yo, con el consolador vibrando en mi mano, me sentí completamente fuera de lugar.—¡Oh, perdón! —dije rápidamente, guardando el juguete lo mejor que pude, aunque la caja dorada con el nombre de Vincent grabado seguía visible y era, sin duda, el centro de atención de toda la habitación—. Estoy... estoy organizando algo. Ya sabes, una... especie de... de experimento.La mujer me miró fijamente, una ceja levantada, pero, afortunadamente, no hizo más preguntas. A vece
Todavía sentía los temblores en los muslos cuando me senté frente a la laptop con una manta encima, el pelo alborotado y las mejillas sonrojadas como si hubiese corrido un maratón. Pero no había corrido. No, señora. Solo había sido... poseída a control remoto por el hombre más loco, arrogante, sexy y ridículamente meticuloso del universo.Y ahora, entre jadeos todavía medio presentes y un corazón acelerado, tenía una sola idea: escribir.Porque si algo hacía Vincent —además de robarme la ropa interior emocionalmente— era inspirarme. Y después de ese regalito con su nombre grabado (en oro, porque claro, él no conoce la humildad), tenía combustible suficiente par
Vincent odiaba los hospitales. No por los doctores ni por las batas, sino por el silencio. Ese silencio constante que parecía cargar con cada suspiro de las personas que esperaban noticias que podían cambiarles la vida. Ese día fue puntual, vestido de forma “normal” (es decir: traje a medida, sin corbata, pero con reloj que costaba más que un carro mediano).Llegó con una bolsa de comida saludable para la madre de Havana —su manera de decir “me importas, pero aún no sé si puedo abrazarte sin que me derrumbes emocionalmente”— y otra para la hermana de Havana.La hermana, Ava, lo recibió con una ceja arqueada y los brazos cruzados. Vincent reconocía esa mirada: la misma que le daba Havana cuando quería saber si estaba mintiendo.—¿Vincent, no? —preguntó Ava, aún con tono neutra
El reloj marcaba las dos de la madrugada cuando cerré mi laptop por décima vez esa noche, con la misma frustración con la que alguien cierra una puerta tras discutir con su ex. La pantalla en blanco parecía burlarse de mí. "Vamos, Havana, eres una escritora. Escribe", me dije. Pero mi cerebro, ese ingrato, había decidido tomarse unas vacaciones sin avisarme.Mi apartamento en el piso 27 era mi templo minimalista: muebles elegantes, ventanales gigantes y una vista espectacular de la ciudad, lo que significaba que podía contemplar el éxito ajeno mientras me revolcaba en mi propio bloqueo creativo. Decidí que tal vez un poco de vino solucionaría mi problema (porque, claro, el alcohol siempre ha sido un excelente consejero… o eso me decía cada vez que enviaba mensajes vergonzosos a mi ex a las tres de la mañana).Justo cuando estaba a punto de resignarme a otra noche improductiva, noté algo fuera de lugar: un sobre negro descansando frente a mi puerta. Primero pensé que era propaganda de a