Desperté envuelta en el calor de Vincent. Su brazo rodeaba mi cintura con posesividad, como si temiera que me desvaneciera en la bruma del amanecer. Sentí su respiración contra mi cabello, pausada, tranquila, como si por primera vez en mucho tiempo él pudiera relajarse por completo.Giré lentamente para mirarlo. Aún dormido, su rostro se veía más joven, menos marcado por la dureza del mundo en el que se movía. Con la yema de mis dedos recorrí su mandíbula, su pómulo, memorizando cada detalle como si fuera la primera vez.—Si sigues tocándome así, no podré seguir durmiendo —murmuró con voz ronca sin abrir los ojos.Sonreí, sin retirar la mano. —Tal vez esa es la idea.Un suspiro bajo salió de sus labios antes de que abriera los ojos y me atrapara con esa mirada suya que siempre lograba desarmarme.—¿En qué piensas?—En ti —confesé sin reservas.Sus labios se curvaron en una sonrisa ladeada. —Qué peligroso, Havana.—Lo sé —respondí antes de besarlo, un roce lento y perezoso que se fue i
Cuando llegamos a la mansión de la madre de Vincent, el aire se sintió denso. No porque fuera incómodo, sino porque era de esos lugares en los que podías oler el dinero en las cortinas y en la vajilla de porcelana. La mujer nos esperaba en la sala, sentada con una copa de vino en la mano, observándome como si intentara descifrar qué demonios hacía yo ahí.—Tú eres Havana —dijo, entrecerrando los ojos.—En efecto —respondí, con la misma energía de una entrevista de trabajo para un puesto que no había solicitado.La madre de Vincent, elegantísima y con un aire de reina, entrelazó los dedos sobre su regazo.—Eres escritora.—Así es.—Interesante —murmuró, y el juicio en su tono era más fuerte que un golpe de martillo de juez.Vincent intervino, apoyando una mano en mi espalda, con una sonrisa que delataba que estaba disfrutando de la situación.—Madre, no la interrogues. Havana es increíble. Y además, sabe más de literatura que cualquier persona que conozco.Eso pareció darle una excusa
El mensaje en el auto de Vincent era imposible de ignorar. "TRAIDOR", escrito con una pintura roja que goteaba de manera dramática sobre el capó negro y reluciente de su Maserati.—Oh, vaya… —murmuré, con una mezcla de horror y admiración—. Al menos tiene buena caligrafía.Vincent, en cambio, no parecía compartir mi apreciación artística. Su mandíbula se tensó y su mirada se oscureció. Dio un paso adelante, pasando los dedos sobre la pintura aún fresca, dejando una mancha carmesí en su piel.—Lo hizo de nuevo —murmuró con una calma que solo indicaba que alguien iba a morir en las próximas horas.Su hermano, Marco, que estaba a nuestro lado con una expresión entre divertida y preocupada, chasqueó la lengua.—Por lo menos esta vez no intentó volarte el coche —comentó, encogiéndose de hombros—. ¿Eso es progreso?Yo, en cambio, estaba procesando la información a mi manera. Miré a Vincent, luego al coche, luego a Marco.—¿Estamos hablando de la misma mujer que me dejó la basura en la puert
Vincent y Havana decidieron que era momento de averiguar más sobre la exnovia problemática. Para ello, Vincent la llevó a una de sus reuniones en un lugar discreto pero lujoso, un edificio que parecía una simple oficina corporativa por fuera, pero que dentro tenía todo el aire de un cuartel general de la mafia.—No vayas a asustarte, pequeña escritora, pero hoy vas a ver cómo trabaja un verdadero mafioso —le dijo Vincent con una sonrisa torcida.Havana sintió un escalofrío de anticipación y miedo. Una cosa era saber que Vincent era peligroso, pero otra era presenciarlo en acción. Sin embargo, su curiosidad la impulsaba a seguir adelante.Entraron en una sala oscura iluminada solo por una luz cenital que daba un ambiente de interrogatorio policial de película. Había una mesa con una laptop y un hombre de traje con cara de pocos amigos revisaba archivos en la pantalla. Otro tipo, con una cicatriz en la ceja y los brazos cruzados, observaba desde la esquina con una postura de matón de pe
El reloj marcaba las dos de la madrugada cuando cerré mi laptop por décima vez esa noche. La pantalla en blanco parecía un espejo de mi mente: vacía, estancada, incapaz de hilvanar siquiera un párrafo coherente. Había prometido entregar mi nueva novela a la editorial hacía semanas, pero la inspiración seguía siendo una amante esquiva, siempre a punto de aparecer pero nunca lo suficientemente tangible como para quedarse.Mi apartamento, ubicado en un piso 27, era mi refugio. Diseño minimalista, ventanales de piso a techo que ofrecían una vista panorámica de la ciudad. Las luces danzantes de los rascacielos y el ruido sordo del tráfico lejano componían una sinfonía que había aprendido a amar. Pero esa noche, ni siquiera la energía vibrante de la metrópoli lograba calmar la frustración que hervía en mi interior.“Necesito algo… diferente”, murmuré mientras me levantaba del escritorio. Caminé descalza hasta la cocina y me serví una copa de vino blanco, esperando que el líquido frío pudier
El sonido de mis propios latidos retumbaba en mis oídos mientras el hombre en el escenario dejaba que el silencio lo envolviera. Sus movimientos eran deliberados, calculados, como si supiera exactamente el efecto que causaba en la sala. Y vaya si lo sabía. Cada mirada estaba clavada en él, incluidas las mías.“Bienvenidos al Club de Medianoche,” dijo con voz profunda y aterciopelada, que se deslizó por mi espina como una caricia invisible. “Aquí, no existen límites. Solo posibilidades.”Su mirada regresó a mí, tan directa que me sentí desnuda bajo su escrutinio. Quise sostenerle la mirada, desafiarle incluso, pero algo en sus ojos —oscuros y peligrosos como un bosque de noche— me desarmó. Me revolví ligeramente en el sofá, consciente de que mi vestido, ajustado y atrevido, no dejaba mucho a la imaginación. Pero, en lugar de sentirme vulnerable, hubo una chispa de poder en la forma en que su atención se quedaba en mí.“Esta noche,” continuó, “será especial. Algunos encontrarán respuest
Le pedí que me dijera su nombre... definitivamente lo hizo. Con su voz profunda y misteriosa me dijo que se llama Vincent.La tensión en la habitación era tan densa que casi podía tocarla. Vincent —porque ahora sabía su nombre— me observaba con una calma que rozaba lo insolente, como si disfrutara de mi desconcierto. Su figura recostada en el sofá proyectaba una seguridad que resultaba irritante y fascinante a partes iguales.“Vincent,” repetí, probando su nombre en mis labios como si fuera un acertijo. “Bonito nombre. Aunque no explica por qué estoy aquí.”Una sonrisa ligera se dibujó en su rostro. “No todo debe explicarse de inmediato. La curiosidad es mucho más emocionante, ¿no crees?”“No cuando soy yo quien está en la oscuridad,” le respondí, cruzando los brazos en un gesto defensivo. Mi voz sonaba más firme de lo que me sentía. “Me invitaste aquí por una razón. Y no creo que sea solo para compartir una copa de licor.”“Eres perspicaz,” admitió, inclinándose ligeramente hacia ade
La puerta del club se cerró detrás de mí con un suave clic, y el sonido de los tacones de mis zapatos resonó en el mármol blanco que cubría el suelo. Había algo en el aire, una electricidad sutil que recorría mi cuerpo, un cosquilleo que no podía ignorar. Pero lo que realmente me dejó sin aliento fue el lugar en el que estaba. El lujo desbordante me rodeaba como un abrazo cálido y peligroso, el tipo de lujo que no se ve todos los días. Las paredes de cristal reflejaban las luces suaves que iluminaban la sala, y cada rincón parecía haber sido diseñado para ser admirado y deseado.Me sentí pequeña, casi ridícula, como si fuera una mota de polvo en medio de un universo de opulencia. Mi vestido negro, aunque elegante, parecía insignificante comparado con las riquezas que se exhibían a mi alrededor. Los muebles de terciopelo, los candelabros de cristal que colgaban desde el techo como si fueran estrellas, las mesas de mármol que brillaban con una luz propia… todo me dejaba sin palabras. No