Don Antonio.

El camino hacia la Toscana parecía interminable. Cada kilómetro me alejaba más de Dante y de la mansión de los Mancuso, pero me acercaba a mi objetivo. La venganza ardía dentro de mí, alimentada por la traición y el dolor que había soportado durante tanto tiempo.

Mientras conducía, mis pensamientos se arremolinaban. La última conversación con Don Salvatore resonaba en mi mente. Cada palabra, cada revelación, todo se mezclaba en una tormenta de emociones. Él había admitido su único arrepentimiento: haberme salvado. Y eso solo fortalecía mi determinación de acabar con todo lo que él amaba.

Aparqué frente a la mansión de los Contini, en Florencia, sintiendo el peso de la tensión en el aire. Hombres fuertemente armados aparecieron de todos lados, apuntándome con sus armas. Con un suspiro controlado, bajé la ventanilla del coche, mostré la pantalla de bloqueo del celular de Diana y dije con firmeza:

"Soy Catarina Piromalli y he venido a hablar con Don Antonio."

Uno de los asociados de los
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