Él aceptó

En ese momenton ambos olvidan el candelabro destrozado, las galletas de avena con cristales incrustados, el castillo, la manada y el personal. Olvidan todo, excepto ellos mismos, porque en ese instante son los únicos que importan.

Allí en esa habitación, calentados por la chimenea encendida, rodeados de su maravilloso aroma, que parece tan intenso, son el mundo mismo. Sus almas cantan para los demás y bailan al son de su canción.

Se besan y besan, sin querer parar. Siempre es así con él. Sus labios se deslizan sobre los suyos, lánguidos y cálidos, igualmente suaves y firmes. Es un besador tan apasionado que no puede evitar suspirar en su boca. Sus manos agarran su cintura, y Soraya se maravilla de cómo se sienten tan bien. Deja que sus propios brazos rodeen su cuello y los usa para ponerse de puntillas para poder sentirlo más.

—Sé que aún no estás seguro, así que, por favor, no te sientas presionado…

—No tengo dudas al respecto, Soraya —responde Ace—. Eres mi compañera. Eres mi otra m
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