Una vez más

Helena no podía creer lo que sus oídos acababan de escuchar.

—¡No! No puedes hacer esto. ¡Dile la verdad!

—Helena. ¡Relájate!

—No me digas que... ¡Gisele! —Helena regañó el nombre de Gisele. Más lágrimas escaparon de sus ojos.

—¡Lo lamento! —Gisele susurró y se escapó.

Helena miró al rey Ares, quien la miraba como si hubiera perdido la cabeza.

—Necesitas descansar. —Él la tomó de los brazos.

—No —ella gimió—. No necesito descansar. Necesito que se revele la verdad. No estoy mintiendo. ¡Intentó envenenarme! —señaló a Tatiana que todavía estaba llorando seriamente.

—Deja de intentar hacerme acusaciones infundadas. ¡Nunca tendría la intención de hacer algo así!

—Tatiana, ve a tu habitación —el rey Ares instruyó y Tatiana estaba más que dispuesto a irse, giró sobre sus talones y corrió hacia la escalera—. Vienes conmigo —tomó a Helena en sus brazos y la llevó a su habitación.

Cuando la acostó en la cama, ella estaba débil por todos los gritos, llantos y peleas.

—No estoy mintiendo. Intent
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