Una eternidad

Alfa Ace estaba trbajando en un inventario de la munición de la torre cuando recibe una llamada en su cristal transmisor.

—Es extraño —reflexiona mientras mira el cristal y trata de repasar mentalmente todos los contactos que conocía para ver de dónde viene. Los hombres lobo nunca consiguen contactos desconocidos como ese; prácticamente conocen a todo el mundo a su alrededor.

El beta Nicolás se acerca a él y echa un vistazo a la pantalla.

—¿Eh? ¿No es ese tu runa personal? ¿El que solo le das a tus seres más confiables y que guardas como un dragón con un huevo?

Pone los ojos en blanco.

—No lo cuido, soy cauteloso. ¿No eres tú el que solía molestarme por tener un sentido de autoconservación digno de un alfa?

—Bueno, me alegro mucho de que me aceptes tan bien.

Ace decide ignorar su descaro y presiona la runa.

—Con el alfa Ace —responde, y, en lugar de decir «hola», dice—: ¿Quién es?

—¿Ace? —Una voz femenina familiar proviene del otro lado, y él se levanta de golpe—. Soy Soraya. Perdón.
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