Llorado y suplicado

—Debería estar mucho más tranquilo ahora —Leo susurró para sí mismo mientras llamaba suavemente a la puerta de la oficina del rey.

Eran las doce del mediodía y todavía no había habido orden para que Helena fuera liberada de la celda del calabozo. Su conciencia lo estaba devorando. Helena estaba pasando por todo ese sufrimiento por su culpa.

Había logrado silenciar los rumores que se difundían acerca de que Helena se acostaba con otro. Quería que ella abandonara el castillo, no quería que su reputación se arruinara.

—Adelante. —Se escuchó la voz cansada del rey.

Leo exhaló pesadamente y abrió la puerta con un chirrido. Sabía que lo que estaba a punto de hacer iba a poner a al rey Ares al límite, pero tenía que hacerlo de todos modos. Su conciencia no podía soportar ver a Helena sufrir por su culpa.

—Su majestad. —Llamó con su voz más tranquila mientras se acercaba a la mesa de trabajo.

El rey estaba apoyado en el respaldo de su silla, mirando al techo, pareciendo completamente perdido
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