El mismísimo diablo

Helena abrió los ojos de golpe, pero la luz que se asomaba a través de las cortinas de la ventana que venian del balcón casi la cegó, así que tuvo que cerrar sus ojos nuevamente y girar la cara hacia el otro lado.

Cuando volvió a abrir los ojos, fueron recibidos con la vista del hermoso rostro dormido del rey Ares.

Ella sonrió inconscientemente.

Parecía tan pacífico mientras dormía. Tan inocente, uno pensaría que no era capaz de hacer nada malo, pero era el mismísimo diablo.

Helena se recostó de lado para observarlo de cerca. Quería verlo bien sus rajos y memorizarlos porque sabía que tarde o temprano abandonaría ese castillo.

No sabía cómo planeaba Alfa Ace hacer eso, pero confiaba en él.

—¿Mi rostro es tan hermoso? ¿Tuviste que despertarte temprano sólo para verme dormir?

Helena luchó contra el impulso de poner los ojos en blanco. Los ojos del rey se abrieron de golpe y le sonrió.

—Buen día. —Ella lo saludó con calma y trató de alejarse de su proximidad, pero él no la dejó. Envolvió
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