Anna regresa a su habitación, está agotada del viaje; por suerte para ella, el mayordomo había logrado despertar en Elisa el deseo de volver a pintar. Desde muy pequeña la pelirrubia tomaba cualquier papel y lápiz y pasaba largas horas dibujando sin parar, a veces hacia caricaturas de su tres hermanas y en ocasiones muy buenos retratos de alguna de ellas; mas cuando Elisa entró a su etapa adolescente, lo dejó de lado. Al verla de nuevo dibujar, Anna no puede evitar emocionarse y llorar de alegría. Mas, si por un lado se sentía tranquila; por otra parte, no dejaba de sentirse desleal con su hermana. Aquel beso de Rodrigo la provoca un intenso estremecimiento, hasta ese momento desconocido para ella.Nunca antes había sentido algo similar, era como si el leve roce de sus labios húmedos le quemara por dentro, el sentirse entre sus brazos y percibir la tibieza que emanaba desde su piel, aquella llamarada que iniciaba en su vagina, subiendo por todo su vientre y su pecho hasta encenderl
La princesa respira con dificultad e intenta calmar los latidos de su corazón. El mayordomo está ahí parado en la puerta, sin moverse después de su petición, y ella no sabe qué está pasando consigo. ¿Por qué tuvo el estúpido impulso de besarlo y devorarlo como nunca lo ha hecho con nadie? Ese hombre puede ser fácilmente su padre, bueno, al menos en edad, pero es algo que ella realmente no ve así. No puede verlo como un padre, como un mayordomo más.Ella ya lo había notado antes, sí, había captado su atención antes de que la salvara. Que el hombre usara ese uniforme siempre de por sí le es bastante tentador. El frac negro que combina tan bien con su piel y ese cabello, el chaleco del mismo color, la camisa blanca de botones tan limpia, el pantalón recto ajustado tan bien a su cuerpo alto y medio robusto, esa corbata negra que ha pensando tomar entre sus finos dedos para acercarlo a ella mientras estaba este dibujando. Ese perfume varonil. El cómo puede ver las venas del hombre resal
Mientras Elisa y el mayordomo se envuelven en una intensa pasión, Anna y Rodrigo tratan de no ceder ante sus más profundos deseos, a pesar de lo que realmente ambos sienten el uno por el otro, la razón debe prevalecer. Nimio detalle este para quienes aman de verdad. Una vez que terminan de cenar, Rodrigo se levanta de su asiento y se dirige hacia ella para retirarle la silla como todo un elegante y destacado caballero que es. Mas, el simple hecho de que el príncipe se acerque hacia ella, provoca en Anna sensaciones y reacciones corporales intensas como el hecho de sentir dentro de ella una lava ardiente que descienden por la ladera de su vagina al punto de incendiarle las entrañas. Rodrigo, no tan ajeno a esas emociones, se coloca detrás de ella y antes de retirar la silla, coloca las manos en el espaldar de la misma rozando apenas levemente con la punta de sus dedos los hombros desnudos de la pelinegra quien apreta sus labios para impedir que aquel gemido que nace desde
La reina Emma regresó a su dormitorio, algo pensativa y cansada. La coronación del Rey Juan Carlos, la llenaba de satisfacción pero a la vez despertaba en ella, sus sentimientos del pasado. Cuando Emma era apenas una adolescente, trabajaba como criada en el palacio real de Escocia. Rodeada de la opulencia, pero sin tener derecho a ella, admirando a la Reina Margaret y a su esposo el Rey Guillermo. Siempre soñó con casarse con un rey, con emular la elegancia y sostificación de la hermosa mujer cuyos ojos verdes y profundos eran exactamente a los del príncipe Juan Carlos, quien también para ese momento era un joven adolescente al igual que ella. Tanto Emma como Juan Carlos compartían gustos similares por la música, el era un ejecutante prolijo de la lira y ella del piano. Los padres de Emma eran empleados del palacio, y al igual que su hija esperaban que la belleza de la joven de cabello rubio y ojos grises, atraparan a algún príncipe y ella terminara siendo desposada por al
Ante la mirada seductora que hace recordar vivencias de años pasados, el recién coronado Rey Juan Carlos se queda boquiabierto con la imagen desnuda de una voluptuosa Emma. El hombre rubio mentiría si dijera que se ha olvidado de ella, la verdad es que mucho antes de que el destino la llevara a ser una hermosa Reina, este la tenía en sus más profundos anhelos, entonces sin perder tiempo toma el control de la situación. Él no es de los que espera que una dama se encargue, pues a él le gusta dominar y saber que gracias a él la mujer que esté en sus manos toque el cielo. Se asegura de eso cuando está con su esposa en la intimidad, se aseguró de eso con Emma hace años, y también cuando esta se fue y él descargó su rabia sexualmente en otra de sus empleadas. Hoy tampoco será la excepción.Emma tiembla cuando un fuerte y veloz Juan Carlos va hasta ella, también desnudo, toma su cabello, y después de darle una mirada que estalla de deseo prosigue a comerle los labios. ¡Santo Cielo! Este
Juan Carlos voltea hacia la puerta, deseando que no sea quien sospecha; exhala un suspiro de alivio al ver que no se trata de su hijo Hans o de su esposa Madeline. —¡Su majestad! —exclama Jacob, el jardinero del palacio, agitado y rojo por la sorpresa de lo que ven sus ojos, apenado por interrumpir a su amo, este cierra la puerta rápidamente. Una Emma extasiada por haber recibido en su boca todo lo que Juan Carlos tenía para darle, se envuelve en las sabanas, cansada, pero con una pequeña risa traviesa por el momento.Juan Carlos sacude la cabeza y sonríe levemente, le parece increíble que su mayordomo sea tan despistado e inoportuno.—¡Qué quieres, Jacob! —grita desde adentro, mientras ve con una sonrisa amplia a la mujer que brilla de deseo.—¡Disculpe su majestad! —responde este, avergonzado por su intromisión en la habitación real—. ¡Llegó una carta de Inglaterra! ¡Es sobre su padre el Rey Guillermo! ¡Hubo un atrasado en la entrega! ¡El mensajero me dijo que presentó probl
En la habitación grande y elegante del palacio Hamilton la tensión aumenta.—¡Debo salir antes de que te vea! —exclama angustiado Juan Carlos. Sabe que sería desastroso que en esa situación su esposa descubra su traición.—Juan Carlos… —lo llama Emma—. ¿Y qué haré yo? —Cubre con las sabanas su busto.—¡Pues vístete! La llevaré lejos, te dará tiempo de irte, ¡vamos! ¡Levántate! —le pide mientras termina de ponerse con rapidez los zapatos.—¡Juan Carlos! —Se escucha la voz de Madeline.Ante aquello el rubio le da una mirada de pena y angustia a la rubia; sale inmediatamente de la habitación, dejando a Emma con el corazón en la garganta, con los recuerdos de su primera vez y ese conocido sentimiento de abandono. Ahora es una mujer adulta, sabe en lo que se ha metido. Nunca más saldrá perdiendo, así que toma sus vestiduras y se apresura a ponérselas. Por un momento piensa en Hernán, y en que este jamás le ha hecho algo como eso; al contrario, ella es quien lo ha echado de la habita
Anna se dirige desconsolada y destrozada por el largo y amplio pasillo de palacio. Las injustas palabras que acababa de decirle su propia hermana, le desgarran de dolor, invadiéndola por completo el desconcierto y la frustración. Ella, quien no ha hecho otra cosa que ocultar sus propios sentimientos hacia el príncipe para no herir a su hermana, que había venido a cuidar de ella con esmero y cariño, ahora era echada sin contemplación de su lado. ¿De que había valido tanto sacrificio? Ocultar que amaba a Rodrigo, resignarse a perderlo y no luchar por su amor. ¿De qué le valía haber puesto por encima de sus propios sentimientos, los de su propia hermana? Todo era injusto. Así lo sentía Anna en su pobre corazón. Bajó las largas escaleras en forma de caracol dispuesta a huir de aquel lugar, repitiendo las mismas acciones de su pequeña hermana. Fue hasta el establo de palacio y le pidió al encargado de las caballerizas, ensillarle uno. Cleotaldo, obedeció sin dudarlo, era la hermana de