Mientras Elisa y el mayordomo se envuelven en una intensa pasión, Anna y Rodrigo tratan de no ceder ante sus más profundos deseos, a pesar de lo que realmente ambos sienten el uno por el otro, la razón debe prevalecer. Nimio detalle este para quienes aman de verdad. Una vez que terminan de cenar, Rodrigo se levanta de su asiento y se dirige hacia ella para retirarle la silla como todo un elegante y destacado caballero que es. Mas, el simple hecho de que el príncipe se acerque hacia ella, provoca en Anna sensaciones y reacciones corporales intensas como el hecho de sentir dentro de ella una lava ardiente que descienden por la ladera de su vagina al punto de incendiarle las entrañas. Rodrigo, no tan ajeno a esas emociones, se coloca detrás de ella y antes de retirar la silla, coloca las manos en el espaldar de la misma rozando apenas levemente con la punta de sus dedos los hombros desnudos de la pelinegra quien apreta sus labios para impedir que aquel gemido que nace desde
La reina Emma regresó a su dormitorio, algo pensativa y cansada. La coronación del Rey Juan Carlos, la llenaba de satisfacción pero a la vez despertaba en ella, sus sentimientos del pasado. Cuando Emma era apenas una adolescente, trabajaba como criada en el palacio real de Escocia. Rodeada de la opulencia, pero sin tener derecho a ella, admirando a la Reina Margaret y a su esposo el Rey Guillermo. Siempre soñó con casarse con un rey, con emular la elegancia y sostificación de la hermosa mujer cuyos ojos verdes y profundos eran exactamente a los del príncipe Juan Carlos, quien también para ese momento era un joven adolescente al igual que ella. Tanto Emma como Juan Carlos compartían gustos similares por la música, el era un ejecutante prolijo de la lira y ella del piano. Los padres de Emma eran empleados del palacio, y al igual que su hija esperaban que la belleza de la joven de cabello rubio y ojos grises, atraparan a algún príncipe y ella terminara siendo desposada por al
Ante la mirada seductora que hace recordar vivencias de años pasados, el recién coronado Rey Juan Carlos se queda boquiabierto con la imagen desnuda de una voluptuosa Emma. El hombre rubio mentiría si dijera que se ha olvidado de ella, la verdad es que mucho antes de que el destino la llevara a ser una hermosa Reina, este la tenía en sus más profundos anhelos, entonces sin perder tiempo toma el control de la situación. Él no es de los que espera que una dama se encargue, pues a él le gusta dominar y saber que gracias a él la mujer que esté en sus manos toque el cielo. Se asegura de eso cuando está con su esposa en la intimidad, se aseguró de eso con Emma hace años, y también cuando esta se fue y él descargó su rabia sexualmente en otra de sus empleadas. Hoy tampoco será la excepción.Emma tiembla cuando un fuerte y veloz Juan Carlos va hasta ella, también desnudo, toma su cabello, y después de darle una mirada que estalla de deseo prosigue a comerle los labios. ¡Santo Cielo! Este
Juan Carlos voltea hacia la puerta, deseando que no sea quien sospecha; exhala un suspiro de alivio al ver que no se trata de su hijo Hans o de su esposa Madeline. —¡Su majestad! —exclama Jacob, el jardinero del palacio, agitado y rojo por la sorpresa de lo que ven sus ojos, apenado por interrumpir a su amo, este cierra la puerta rápidamente. Una Emma extasiada por haber recibido en su boca todo lo que Juan Carlos tenía para darle, se envuelve en las sabanas, cansada, pero con una pequeña risa traviesa por el momento.Juan Carlos sacude la cabeza y sonríe levemente, le parece increíble que su mayordomo sea tan despistado e inoportuno.—¡Qué quieres, Jacob! —grita desde adentro, mientras ve con una sonrisa amplia a la mujer que brilla de deseo.—¡Disculpe su majestad! —responde este, avergonzado por su intromisión en la habitación real—. ¡Llegó una carta de Inglaterra! ¡Es sobre su padre el Rey Guillermo! ¡Hubo un atrasado en la entrega! ¡El mensajero me dijo que presentó probl
En la habitación grande y elegante del palacio Hamilton la tensión aumenta.—¡Debo salir antes de que te vea! —exclama angustiado Juan Carlos. Sabe que sería desastroso que en esa situación su esposa descubra su traición.—Juan Carlos… —lo llama Emma—. ¿Y qué haré yo? —Cubre con las sabanas su busto.—¡Pues vístete! La llevaré lejos, te dará tiempo de irte, ¡vamos! ¡Levántate! —le pide mientras termina de ponerse con rapidez los zapatos.—¡Juan Carlos! —Se escucha la voz de Madeline.Ante aquello el rubio le da una mirada de pena y angustia a la rubia; sale inmediatamente de la habitación, dejando a Emma con el corazón en la garganta, con los recuerdos de su primera vez y ese conocido sentimiento de abandono. Ahora es una mujer adulta, sabe en lo que se ha metido. Nunca más saldrá perdiendo, así que toma sus vestiduras y se apresura a ponérselas. Por un momento piensa en Hernán, y en que este jamás le ha hecho algo como eso; al contrario, ella es quien lo ha echado de la habita
Anna se dirige desconsolada y destrozada por el largo y amplio pasillo de palacio. Las injustas palabras que acababa de decirle su propia hermana, le desgarran de dolor, invadiéndola por completo el desconcierto y la frustración. Ella, quien no ha hecho otra cosa que ocultar sus propios sentimientos hacia el príncipe para no herir a su hermana, que había venido a cuidar de ella con esmero y cariño, ahora era echada sin contemplación de su lado. ¿De que había valido tanto sacrificio? Ocultar que amaba a Rodrigo, resignarse a perderlo y no luchar por su amor. ¿De qué le valía haber puesto por encima de sus propios sentimientos, los de su propia hermana? Todo era injusto. Así lo sentía Anna en su pobre corazón. Bajó las largas escaleras en forma de caracol dispuesta a huir de aquel lugar, repitiendo las mismas acciones de su pequeña hermana. Fue hasta el establo de palacio y le pidió al encargado de las caballerizas, ensillarle uno. Cleotaldo, obedeció sin dudarlo, era la hermana de
Con una sonrisa luminosa en los labios, Anna lo invita a meterse en el agua, extendiendo la mano en un gesto de bienvenida que lo conmueve profundamente.El príncipe Rodrigo no duda ni un instante y se despoja de sus ropajes reales, sumergiéndose con gracia y elegancia en el riachuelo junto a Anna. El agua fresca y cristalina los envuelve en un abrazo suave y acogedor, borrando las fronteras entre ellos y creando un vínculo íntimo y especial que los une en cuerpo y alma.—¡Príncipe Rodrigo! —susurra ella y él se aferra a su cintura. Anna siente su cuerpo cerca del suyo, lo mira fijamente a los ojos, ansiosa de saborear aquellos labios.—¿Por qué has salido de esa manera? Temí lo peor. —contesta él visiblemente agitado.— ¡No sé que habría hecho si te hubiese pasado algo, Anna, tú… —la pelinegra no lo deja continuar, coloca sus dedos para callar en sus suaves y húmedos labios.—No quiero hablar de ello ahora, príncipe. Sólo necesitaba estar sola, huir de lo injusto que es todo esto
El príncipe continúa recorriendo todo su cuerpo, el escote del vestido cae sobre el nacimiento de sus muslos. Se inclina y entonces con sutileza besa su cuello y desciende ahora con sus labios sobre la inmaculada desnudez de Anna. Ella respira agitadamente, no quiere pensar en nada; mas si él se dilata un poco, es porque quizá es la señal de que ella debe huir de aquel lugar antes de que sea demasiado tarde. La pelinegra se debate entre el deber y el querer ser. Debe ser una mujer buena, pero realmente quiere ser lo contrario. Justifica entonces sus acciones con lo ocurrido en la habitación de Elisa, mientras repite mentalmente, “vamos, hazlo”. A diferencia de sus hermanas, la pelinegra tiene un conocimiento teórico sobre el arte de amar, lo ha leído en sus libros de poemas, y sabe que aquello, es parte del acto inminente de entrega en la que su cuerpo y su ser pasarán a tener un nuevo colonizador. Rodrigo en tanto, quiere que Anna lo recuerde a cada instante, por lo que recorre