En la habitación grande y elegante del palacio Hamilton la tensión aumenta.—¡Debo salir antes de que te vea! —exclama angustiado Juan Carlos. Sabe que sería desastroso que en esa situación su esposa descubra su traición.—Juan Carlos… —lo llama Emma—. ¿Y qué haré yo? —Cubre con las sabanas su busto.—¡Pues vístete! La llevaré lejos, te dará tiempo de irte, ¡vamos! ¡Levántate! —le pide mientras termina de ponerse con rapidez los zapatos.—¡Juan Carlos! —Se escucha la voz de Madeline.Ante aquello el rubio le da una mirada de pena y angustia a la rubia; sale inmediatamente de la habitación, dejando a Emma con el corazón en la garganta, con los recuerdos de su primera vez y ese conocido sentimiento de abandono. Ahora es una mujer adulta, sabe en lo que se ha metido. Nunca más saldrá perdiendo, así que toma sus vestiduras y se apresura a ponérselas. Por un momento piensa en Hernán, y en que este jamás le ha hecho algo como eso; al contrario, ella es quien lo ha echado de la habita
Anna se dirige desconsolada y destrozada por el largo y amplio pasillo de palacio. Las injustas palabras que acababa de decirle su propia hermana, le desgarran de dolor, invadiéndola por completo el desconcierto y la frustración. Ella, quien no ha hecho otra cosa que ocultar sus propios sentimientos hacia el príncipe para no herir a su hermana, que había venido a cuidar de ella con esmero y cariño, ahora era echada sin contemplación de su lado. ¿De que había valido tanto sacrificio? Ocultar que amaba a Rodrigo, resignarse a perderlo y no luchar por su amor. ¿De qué le valía haber puesto por encima de sus propios sentimientos, los de su propia hermana? Todo era injusto. Así lo sentía Anna en su pobre corazón. Bajó las largas escaleras en forma de caracol dispuesta a huir de aquel lugar, repitiendo las mismas acciones de su pequeña hermana. Fue hasta el establo de palacio y le pidió al encargado de las caballerizas, ensillarle uno. Cleotaldo, obedeció sin dudarlo, era la hermana de
Con una sonrisa luminosa en los labios, Anna lo invita a meterse en el agua, extendiendo la mano en un gesto de bienvenida que lo conmueve profundamente.El príncipe Rodrigo no duda ni un instante y se despoja de sus ropajes reales, sumergiéndose con gracia y elegancia en el riachuelo junto a Anna. El agua fresca y cristalina los envuelve en un abrazo suave y acogedor, borrando las fronteras entre ellos y creando un vínculo íntimo y especial que los une en cuerpo y alma.—¡Príncipe Rodrigo! —susurra ella y él se aferra a su cintura. Anna siente su cuerpo cerca del suyo, lo mira fijamente a los ojos, ansiosa de saborear aquellos labios.—¿Por qué has salido de esa manera? Temí lo peor. —contesta él visiblemente agitado.— ¡No sé que habría hecho si te hubiese pasado algo, Anna, tú… —la pelinegra no lo deja continuar, coloca sus dedos para callar en sus suaves y húmedos labios.—No quiero hablar de ello ahora, príncipe. Sólo necesitaba estar sola, huir de lo injusto que es todo esto
El príncipe continúa recorriendo todo su cuerpo, el escote del vestido cae sobre el nacimiento de sus muslos. Se inclina y entonces con sutileza besa su cuello y desciende ahora con sus labios sobre la inmaculada desnudez de Anna. Ella respira agitadamente, no quiere pensar en nada; mas si él se dilata un poco, es porque quizá es la señal de que ella debe huir de aquel lugar antes de que sea demasiado tarde. La pelinegra se debate entre el deber y el querer ser. Debe ser una mujer buena, pero realmente quiere ser lo contrario. Justifica entonces sus acciones con lo ocurrido en la habitación de Elisa, mientras repite mentalmente, “vamos, hazlo”. A diferencia de sus hermanas, la pelinegra tiene un conocimiento teórico sobre el arte de amar, lo ha leído en sus libros de poemas, y sabe que aquello, es parte del acto inminente de entrega en la que su cuerpo y su ser pasarán a tener un nuevo colonizador. Rodrigo en tanto, quiere que Anna lo recuerde a cada instante, por lo que recorre
Hernán le explica a Elisa cómo podría mejorar su técnica para que las pinceladas no sean tan gruesas, mientras sostiene su mano con delicadeza para trazar juntos un círculo que termina por completar las ruedas del carruaje real plasmado.La rubia ha estado sintiendo todo el calor en su cuerpo, y al ver que Hernán actúa tan normal después de lo ocurrido ayer, la inquieta aún más. Ella siente cómo el hombre mayor suelta su mano y el vacío se extiende desde su mano hasta su pecho al no tener el contacto tan cálido. Ella quisiera no tener que alejarse nunca de lo que solo eso le hace sentir.—Hernán… —musita con cautela.Elisa estuvo analizando la situación toda la noche, casi no pudo dormir. No dejaba de soñar con Hernán entrando a su habitación, acostándose a su lado, abrazándola, y sintiendo su aliento en el cuello y la dureza de su masculinidad en su espalda baja, sí, como si ella supiera lo que es sentir eso. ¿Podría hacerlo? Cada vez que en sueños este hombre tocaba su abdomen ba
—¿Qué… haces? —cuestiona la chica, miedosa de que su sueño se acabe, pero el hombre se acerca con rapidez de nuevo para besarla e ir a la puerta.La rubia exhala su preocupación cuando ve que el hombre solo se asegura de cerrar muy bien la puerta por dentro.El regreso lento de este a la cama hace que Elisa se desespere mientras no para de verlo. En cuanto lo tiene a su lado de pie se dispone a accionar. Y así es como quita con evidente nerviosismo el pantalón y los calzones del hombre, sorprendiéndose con la masculinidad viril de éste. Jadea al tocarlo, y Hernán aleja sus manos de allí. Él realmente quiere que esto sea especial.Con cautela este recuesta a la muchacha, quita su vestido y jadea al tener su cuerpo hermoso expuesto ante él. La chica cubre como instinto su parte intima, y él la admira, con deseo. El hombre termina de quitar su ropa de trabajo, la deja a un lado y se une a la cama; acomoda su cuerpo para besar su abdomen, haciendo que ella aparte sus manos y le dé acce
El corazón de Elisa quiere salir de su pecho por el simple hecho de pensar que podría ser el príncipe Rodrigo quien toca la puerta. Sin embargo, respira con calma cuando su amante da vuelta a la manilla y María, su hija, entra.—¡Padre! ¡Es hora de la cena! —le avisa María, pero al ver su cara pálida y extraña observa de inmediato a Elisa. Algo retumba en la hija del mayordomo, porque el rostro de la rubia se encuentra rojo y parece fingir su tranquilidad, pues se ve demasiado tensa.—¡Está bien, María! De inmediato bajo —le responde este, sin poder ver los ojos de su hija.María observa su actitud tan extraña, y alza la ceja. Ella conoce tan bien a su padre que no se atrevería a pensar que ocurre algo entre este y Elisa, de no ser porque las puertas nunca se traban, al menos que alguien lo haga desde dentro, y tenían algunos segundos intentando abrir pero no podía.—¿Quiere cenar, su majestad? —cuestiona a la princesa pasándole por un lado a su padre.La rubia traga hondo el nerviosi
Mientras la rubia tiene una batalla interna, Anna se acerca para abrazarla. Ambas se abrazan como hace mucho no lo hacían, mientras las lágrimas salen de sus ojos. Aquí es donde la mayor limpia la cara de Elisa, y besa su frente.—No tengo nada que perdonarte, Elisa… Pronto vas a estar de pie, hermana mía. Ya lo verás, y podrás hacer todo lo que desees —le dice, aunque todo aquello signifique algo negativo para su relación con Rodrigo. Lo que más quiere es ver a su hermana bien.La rubia le asiente. Eso es lo que desea, pues quiere hacer tantas cosas. Y entre ellas su corazón le arroja el pensamiento de cabalgar y correr hasta encontrarse en los brazos del hombre que la ha hecho una mujer de verdad.Esa noche Anna va a su habitación después de decirle a María que no tiene apetito. Le encantaría bajar a cenar con Rodrigo, pero la conversación con su hermana le ha hecho sentir injusta, así que vuelve a darse una ducha, recorriendo cada centímetro de su piel; recordando las manos del prí