—La señorita Anna está a salvo en casa de unos pueblerinos pero vine a buscarlo para que repare el carruaje, señor, si no llego con él pueden pensar algo malo de mí, señor.—¡Algo malo de ti! —Sacude la cabeza—. ¡Deja a mi hija tranquila y vamos hacia allá!—Sí, sí, como ordene, señor —dice Julián, nervioso por la cara del hombre.Mientras tanto, Teresa se ríe por la situación. Sabe que su padre daría todo porque ellas fueran unas niñas de nuevo, pero eso jamás sucederá.Una vez que Pedro ensilla su cabello y todo lo que necesitará para arreglar el carruaje, él y Julián parten de regreso a donde está accidentado el coche real. El recorrido sólo les dura unos cinco minutos, así que rápido Julián ayuda con nerviosismo a quien pretende sea su suegro, algún día. Las ruedas vuelven a ser instaladas, algunos que otros problemas también se solucionan, y en cuanto ya está perfectamente listo, Pedro le pide que se encargue de llevar a salvo a Anna al palacio. Así es como minutos después la
Emma disfruta de ver a Hernán doblegado ante ella, piensa que sólo le hacía falta un poco de motivación para ser su amante de siempre; mas esta vez, la reina está completamente equivocada, porque su fiel amante se ha enamorado de otra mujer que lo ama sin condiciones, a pesar de ser un simple mayordomo. El hombre se esfuerza con los ojos cerrados en hacer su trabajo, da giros con su lengua, chupa y esta siente cómo poco a poco el calambre se aproxima. No obstante, ella necesita sentirlo, así que levanta el cabello de su rostro, y hace que esta la mire a los ojos.—Entra en mí… —le ordena—. Quiero sentirte. Ven…Hernán conteniendo el nudo en su garganta va hasta la reina, besa su boca intentando encontrar alguna chispa, pero la reina jadea cuando siente el miembro flácido en su abdomen.Esto no puede estar pasando, ¿qué ha ocurrido con su Hernán?—¡Detente! —le grita ella, con el pecho acelerado, indignada, humillada—. Si no puedes responderme como hombre ¡entonces lárgate! ¡Eres
Sencillamente Anna no puede creer lo que acaban de ver sus ojos. Rodrigo y Elisa juntos, desnudos en el mismo lecho. Bastó apenas que ella se ausentase unas pocas horas para que él aprovechase y estuviese con su hermana. El profundo dolor desgarra sus entrañas, y las palabras de amor que recientemente le profesó Rodrigo, se convierten ahora en puñales que la hieren mortalmente. Todo su mundo se viene abajo como un castillo de naipes, tan rápido que no le da tiempo intentar sostenerlo.Ella había vuelto a ese lugar llena de felicidad y como en un acto de magia todo se desvanecía ante sus ojos ¿Qué había hecho para merecer el peor de los castigos? ¿Amar a un hombre prohibido? Ella amaba a Rodrigo antes que Elisa pusiera los ojos en él, ella le entregó lo mejor de sí, su pureza y confianza y ahora él, la engañaba.Se fustiga a sí misma con aquella imagen, estaba equivocada con su príncipe, estuvo equivocada siempre. Si él la hubiese amado como decía, jamás se hubiese casado con Elisa.
Luego que Antuam se retira de la habitación, Anna se quiebra por completo, nuevamente el dolor y la pena la invaden. Su dolor no parece menguar y darle alivio; por el contrario, cada segundo que pasa y en su mente revive aquella imagen, siente un enorme vacío en el centro de su pecho como si le hubiesen despojado de su corazón. Jamás pensó que amar doliera tanto. Se refugia en su almohada y llora desconsoladamente, tenía que tomar una decisión y esa decisión era volver a su casa, con sus padres, ya no tenía nada que hacer en ese lugar como se lo dijo la cruel reina. Realmente la odiaba y la pelicastaña no logra entender sus razones. Se levanta de la cama, busca en el guardarropas su vieja maleta y comienza a empacar sus pertenencias. Cada pieza que dobla y guarda le trae algún recuerdo con el príncipe, las enaguas que llevaba la tarde en el riachuelo, la ropa íntima de esa primera vez, el vestido del baile real, el hermoso traje que vistió en la cena. Las lágrimas se deslizan sobr
Mientras tanto, en el Palacio Real todos están entusiasmados con los preparativos de la fiesta de bienvenida de la Reina, todos excepto el príncipe, quien acaba de enterarse por medio de César que Anna ha vuelto con sus padres. Aunque desea ir por ella, aunque quiere ir a buscarla, no se atreve, no puede desobedecer a su madre.Anna trata de no pensar en él, se ocupa en apoyar como siempre a su madre en la recolección del trigo y en los quehaceres de la casa. Mas, todo resulta en vano pues no hay un segundo en que no recuerde al príncipe Rodrigo y sus ojos entristezcan de inmediato. Dolores sospecha lo que le ocurre a su hija, la conoce lo suficientemente bien para entender por lo que está pasando, mas sabe que es lo mejor. Ya era algo excesivo el riesgo que corrían estando su hija, en el palacio…Al día siguiente, el cochero de palacio llega al modesto hogar de los Moguer con la invitación para la gran celebración. Martina y Teresa brincan de felicidad, volverán al castillo y amb
Emma desde su trono observa cada movimiento en la pista. Puede ver lo feliz que luce Elisa, lo frustrado que está su hijo, y la mirada llena de rabia en Anna. Aquella mirada le eriza la piel, cuando la muchacha voltea hacia ella, y la reina no puede más que rodar la vista en desacuerdo por su presencia. Entonces se concentra en ver a la distancia todos los obsequios que los invitados le han traído. Y al no ver nada interesante su vista va de nuevo hacia los invitados; es en este momento cuando se consigue con el rostro tenso de Pedro Moguer. Sus miradas no se van de la otra y Emma no entiende qué sucede, pero agradece que la música de inicio por fin acabe, todos aplauden y se alistan de inmediato para continuar con el baile real.Antuam se apresura en ir hasta Anna para invitarla a ser su pareja. La pelinegra con una sonrisa no tarda en aceptar, y las miradas de Rodrigo y María se clavan en ellos, arden en celos. El príncipe exhala su frustración, sintiendo cómo quiere deshacerse d
Esto eleva el alma de Hernán, borra de su mente sus desgracias, y lo llevan a besar con dulzura los labios de su amada.—Mi corazón es tuyo, princesa, como jamás lo ha sido de nadie… —le responde, y en medio de otro beso y una última embestida, ambos reciben el clímax de forma arrolladora.Mientras que Elisa y Hernán disfrutan de sus cuerpos abrazados al otro tras una entrega ansiosa, en medio de la sala y el baile, Dolores invita a Pedro a bailar.—¡No, mujer! Ya estoy viejo para esto —le expresa.—¡Pero no estás viejo para ir a mi cama todas las noches como un adolescente urgido! ¿Verdad? —le reprocha ésta.Ante semejante manipulación, a Pedro no le queda otra opción que dejarse envolver por el deseo de su esposa. Y entre la música alegre, y los invitados comiendo, se transportan con el baile a los viejos tiempos.Al ver esto, Teresa quien come bizcocho, toma la mano de su hermana Martina, deseosa de poder ver una vez más al hombre que está cautivando
A las afueras del palacio minutos después de besos que no han parado más que en risas, Teresa siente una repentina presión en su pecho, así que se gira para darse cuenta de lo evidente.—¡Martina! —la llama.La mujer corre hacia el jardín y al no verla, Julián se apresura a ayudarla a buscar, pero el jardín es demasiado grande y lleva a muchas partes. Con ojos llorosos y la desesperación en su pecho, Teresa levanta su vestido para subir el escalón que la llevará a la entrada del palacio para buscar a su hermana dentro.—¡Teresa! —exclama Martina agitada, tomada de la mano del soldado ruborizado.La mayor de las Moguer corre para abrazar a su hermana y cuando la evalúa, se sorprende por su rostro sudado, su pecho agitado y ese rastro de paja en su cabello castaño.—¡Martina! —exclama sin creerlo mientras sacude su cabello, y le da una mirada de asombro a César.Entonces el soldado sonríe apenado y deja un beso delicado en la mano de la castaña, con la pr