★ Nicolás
—¿No has recibido ninguna noticia sobre Andrea, verdad? —pregunté con ansiedad al investigador a cargo de localizar a mi prometida, apretando los puños con fuerza. —Lamento informarle que aún no hemos obtenido ningún indicio sobre el paradero de la señorita Collins. Sin embargo, hemos descubierto que se reunió con su padre hace unos días —respondió el investigador con voz monótona, ajustando los lentes sobre su nariz. Lo observé con desprecio, conteniendo mi impaciencia mientras seguía hablando de trivialidades irrelevantes sobre Andrea, con gestos exagerados. Me preguntaba cómo alguien podía estar tan inmerso en asuntos que no me interesaban en absoluto. Después de unos minutos, finalmente se retiró y entró Gerald, mi asistente personal, con su habitual expresión amable. —Hemos hecho lo que pediste, Evans —anunció con una sonrisa, manteniendo la cabeza inclinada en señal de sumisión. Su manía de usar mi apellido junto con el término «joven» siempre me había irritado profundamente. ¿No entendía mi superioridad? —Si vuelves a llamarme joven Evans, te aseguro que este abrecartas atravesará tu cráneo —lo interrumpí, lanzándole el abrecartas con desprecio y gesto de desdén. Mi intento fallido solo dejó un agujero en la pared, rozando apenas su cabeza. —Lo siento, señor Nick —balbuceó, evitando mi mirada. —La deuda del señor Rubalcaba ha sido cobrada, tal como solicitaste. Lo hemos eliminado. Sus palabras me llenaron de satisfacción. Por fin me había librado de él y su molesta deuda. —¿Y quién se hará cargo de la deuda de ese hombre? —pregunté, notando un atisbo de ansiedad en mi voz, con los ojos entrecerrados en una expresión de intriga. Gerald se puso de pie y me siguió mientras salíamos de mi opulenta empresa, con paso apresurado y una mirada nerviosa. Subimos a mi automóvil y él se acomodó en el asiento del copiloto, con la carpeta entre sus manos. Encendí el motor y comencé a conducir con imprudencia, despreciando las normas de tránsito y arrollando todos los autos que se atrevían a interponerse en mi camino. La velocidad era mi mayor adicción y sabía que la ley no podía detenerme. Después de todo, en esta vida, todo se puede conseguir con dinero. Nos dirigimos hacia otro de mis negocios, uno de los casinos más grandes y lujosos de la ciudad. No solo lo dirigía, sino que lo había fundado yo mismo. Aquel lugar era un festín para los sentidos, donde se respiraba el aroma a éxito y riqueza. Las mujeres hermosas y las apuestas legales e ilegales llenaban cada rincón del casino, creando una atmósfera de euforia y deseo. Bajé al sótano, donde se llevaban a cabo las peleas clandestinas y las apuestas más arriesgadas. Allí, dos hombres se enfrentaban en una lucha encarnizada para demostrar quién era el mejor. Gerald me entregó una carpeta con información sobre la familia Rubalcaba. —La deuda será saldada por su hija, Eva Rubalcaba. Me encargué de intimidarla, pero ahora tenemos un problema —me informó con frialdad, añadiendo un matiz de intriga al asunto. Gerald abrió la carpeta y me mostró las primeras páginas, llenas de información aburrida acerca de esa familia disfuncional. Un abuelo paralítico, una esposa despreciable y una hija insignificante que apenas había superado la mayoría de edad. —Mátalos a todos. No voy a esperar a que una niñita me pague millones de dólares que ni siquiera un adicto a las apuestas pudo pagar. Necesito que lo hagas —ordené con arrogancia y superioridad, dejando claro mi desprecio por la vida de los demás. Gerald bajó la mirada y susurró: —Sí, señor. Una cosa más: el hombre que se hace pasar por oficial, el encargado de escoltar a la joven al prado, quiere más dinero. Si no se lo damos, amenaza con hablar con las altas esferas. Una oleada de ira recorrió mi cuerpo. ¿Acaso no se suponía que ya le había pagado lo suficiente? La traición me irritaba más que cualquier otra cosa. Pero sabía cómo lidiar con los traidores. —La pelea es decepcionante. Necesito encontrar peleadores más talentosos. Esto se vuelve tedioso —mascullé con desprecio, notando la falta de emoción en el combate. Gerald intervino rápidamente para tratar de solucionar el problema: —Sí, pero quiere más dinero. Está encerrado aquí abajo. Una sonrisa siniestra se dibujó en mi rostro. —Sube a ese hombre a la arena de peleas. Me ocuparé de entregarle su pago personalmente —anuncié con malicia, anticipando el placer de enfrentarme cara a cara con aquel que osaba desafiarme. Gerald asintió con sumisión y se retiró para cumplir con mi encargo. Después de todo, nadie se atreve a desobedecerme. Soy el dueño de este mundo y todos están a mi merced. Unos minutos después, ingresó el imponente oficial Lewis a la arena de pelea. Su corpulenta figura contrastaba con mi apariencia elegante. Me despojé de mi saco con paciencia, mostrando mi impecable camisa desabotonada. La dejé colgada entre las cuerdas del ring, mientras ascendía con seguridad hacia la plataforma del combate. El ruido ensordecedor de la multitud creaba una atmósfera vibrante y expectante. Observé a Lewis, quien me dedicó una sonrisa altanera antes de lanzar su primer golpe. Sin esfuerzo, esquivé su desesperado intento de alcanzar mi rostro. Con arrogancia, mostré mi puño cerrado y lo estrellé contra su mandíbula, haciendo que cayera de espaldas al suelo. —¿Tan débiles hacen a los policías hoy en día? —burlé mientras me reía a carcajadas, alimentando mi ego narcisista. Mi satisfacción creció al escuchar sus gemidos de dolor. —Hice lo que me pediste, quiero que me paguen como es debido o todo el mundo se va a enterar de qué clase de persona eres, ¡un criminal! —proclamó con aire despiadado. El poder de mi posición en el submundo criminal me permitía amenazar a cualquiera sin temor a represalias. Siguiendo mi impulso destructivo, llevé al oficial contra las cuerdas del ring y apoyé su cabeza con fuerza descendente sobre ellas. El hombre luchaba desesperadamente por respirar, su rostro estaba contraído de angustia. Sin pensarlo dos veces, bajé aún más su cabeza con violencia, hasta que finalmente me soltó. Era la señal inequívoca de su muerte. Una muerte rápida y sin sentido alguno, tan aburrida que incluso a mí, un ser despiadado, me resultaba inaguantable la tediosa falta de desafío. Descendí del ring con paso decidido y me dirigí al último piso del lujoso casino donde se encontraba mi oficina. Desde allí, disfrutaba de una vista panorámica del lugar, un recordatorio constante de mi poder y dominio sobre el mundo criminal en el que me desenvolvía. Mientras observaba impasible el escenario a mi alrededor, mis ojos escudriñaron cada rincón en busca de algo que captara mi atención. Fue entonces que divisé una figura intrigante que me resultó familiar. —¡Andrea! —pronuncié su nombre, dejando escapar un susurro cargado de emoción y curiosidad. La idea de encontrarla y de enfrentarla despertó un torbellino que apenas podía contener. Salí corriendo de mi oficina, decidido a descubrir qué papel jugaba ella en este juego que parecía desafiar mi control. Sin embargo, por más que buscaba incansablemente, la figura de esa m*****a mujer se esfumaba ante mis ojos, como una sombra esquiva que se burlaba de mis intentos por atraparla. Desesperado, revisé incluso las grabaciones de las cámaras de vigilancia, pero solo obtuve la frustrante certeza de que mi mente jugaba maliciosamente conmigo, alimentando mi paranoia y delirios de grandeza. Regresé a mi oficina, frustrado y confundido. Mi cabeza era un hervidero de pensamientos que rebotaban sin cesar en mi mente, cada uno de ellos una punzada de duda y obsesión. Las palabras del investigador resonaban en mis oídos, recordándome que Andrea había cruzado su camino con el de mi padre. Aquella revelación me atormentaba, despertando la necesidad de confrontar personalmente al idiota irresponsable que era mi progenitor. Después de un intenso debate interno, finalmente tomé la decisión de emprender un viaje a la búsqueda del hombre que, por diez largos años, había evitado confrontar. Sería una demostración más de mi poder y dominio, una oportunidad para recordarle al mundo y a mí mismo quién era el verdadero dueño de todo.A la mañana siguiente, partí rumbo a Nueva York, hogar de la distinguida familia Evans, una familia que siempre había fascinado mi imaginación.Al fin llegué a mi destino y me encaminé hacia la imponente mansión de los Evans, donde había compartido muchos años de mi vida. Al contemplar desde afuera el majestuoso patio frontal, rememoré los días de juegos con mis hermanas y mi intratable prima, Grace Anderson. Me acerqué con cautela a la puerta principal y lo primero que divisé fue a mi madre reposando en el porche, deleitándose con los cálidos rayos del sol. Con los ojos cerrados, parecía sumida en sus pensamientos mientras me aproximaba en silencio y la observaba detenidamente. Un suspiro escapó de sus labios cuando me percibió.—Solo tu padre me observa con tal devoción, pero me alegra que mi hijo pródigo haya regresado a casa —pronunció, sin abrir los ojos.—¿Cómo supiste que era yo? —inquirí, acercándome mientras ella extendía su mano para acariciar mi mejilla.—Una vez fui cieg
Al terminar el delicioso desayuno en casa, me dirigí hacia la universidad ansiosa por encontrarme con mi mejor amiga, Ivy. Las calles estaban tranquilas y el sol brillaba con una calidez que me llenaba de energía.Con paso rápido y entusiasmado, llegué a la entrada y ahí estaba, esperándome con una sonrisa radiante. Corrí hacia ella y nos abrazamos con gran ánimo, como si no nos hubiéramos visto en mucho tiempo. El aroma de su perfume floral me envolvió, dándome una sensación de confort.—Eva, te extrañamos ayer. Qué mal que no hayas podido acompañarnos, te echamos mucho de menos —dijo Ivy, con su voz llena de cariño.—Lo siento, ayer... —me quedé en silencio, las palabras se atragantaban en mi garganta. Ayer había sido el día en que presencié la muerte de mi padre a través de esa terrible pesadilla.Me sentía nerviosa e inestable. Notando mi incomodidad, Ivy me miró fijamente con preocupación.—Eva, ¿te pasa algo? Pareces diferente, ¿qué te ocurre? —preguntó con voz suave.Con un sus
—Hola —logré pronunciar, tratando de no parecer tan estúpida como seguramente creía que era en ese momento.Mi asesor extendió su mano hacia mí, y noté cómo su gesto era elegante y seguro. Sin embargo, no pude evitar sentir cierta tensión en el aire mientras nuestras manos se encontraban en un breve apretón.La maestra decidió retirarse, dejándonos solos para ponernos al día.Mi asesor y yo permanecimos allí, aún con nuestras manos entrelazadas. Incómoda con la situación, finalmente rompí el contacto y pedí cortésmente que me soltara.—Debería disculparme por casi atropellar a mi pupila —comentó con un tono algo burlón.Intenté restar importancia a aquel incidente, diciendo que no era necesario disculparse, pero él solo sonrió con más confianza. Había algo en él que me hacía sentir intimidada.—Claro que tengo que hacerlo, ¿te parece si te invito a comer como forma de disculpa? —propuso de repente.Me tomó por sorpresa, pero algo en su mirada me hizo decir sí sin pensarlo demasiado.D
—Junm —el misterioso hombre se recargó en su silla con una pose de superioridad, sin dejar de fijar sus ojos en mí. Su mirada intensa me resultaba intimidante, creando un aire de incomodidad que me llevó a bajar la cabeza, evitando que su penetrante mirada siguiera perforándome. La tensión llenó el ambiente mientras comenzamos a comer en un incómodo silencio, hasta que finalmente decidí romperlo.—La joven con la que llegó esta mañana cuando casi nos atropella a mi amiga y a mí, ¿es ella su novia? —pregunté con curiosidad. No podía evitar notar lo hermosa que era y cómo ambos lucían como una pareja sacada de una revista.—No, ella es mi prima, se llama Grace Anderson. Algo así como la jefa del jefe de tu director —respondió con una voz profunda y enigmática. Su tono dejaba entrever una conexión más allá de lo profesional.—Ah... —respondí, sintiendo una mezcla de alivio y decepción al descubrir que no estaban juntos. Aunque, debo admitir, me intrigaba conocer más sobre su relación.
Al llegar a la pollería, el señor Patrick me recibió con una sonrisa cálida y amistosa. La calidez de nuestra pequeña comunidad se manifestó a través de su regaño.—¿Por qué sales sola de casa? La próxima vez, llama para hacer tu pedido y yo lo llevaré personalmente. Nos cuidamos los unos a los otros en este vecindario.Un estruendoso ruido resonó en las afueras del restaurante, captando la atención de todos los presentes. Curiosos, nos asomamos y pudimos constatar que un automóvil había chocado contra una toma de agua en la calle, desencadenando una impresionante fuga de agua.—De nuevo, estos jóvenes de hoy en día manejan imprudentemente bajo la influencia del alcohol —comentó don Patrick mientras tomaba su teléfono para llamar a las autoridades.Decidí que era hora de regresar a casa, dejando el dinero correspondiente por el pollo sobre la barra. Caminé en dirección a mi hogar, pero opté por tomar una calle aledaña, aunque me generaba más temor que la principal. Si la calle princi
★Nicolás —Joven Nick, varios inversionistas lo esperan en Nebraska —comentó Gerald con una voz ligeramente temblorosa mientras me leía el informe de esta mañana. Su rostro reflejaba cierta preocupación.—Cancela la reunión, no estoy de humor para viajar hoy. Prefiero que las negociaciones se hagan aquí. No saldré de viaje en los próximos meses; tengo otros planes en mente —respondí con una mirada fría y decidida, sin apartar la vista de los informes que tenía entre mis manos.Necesitaba encontrar a Andrea; esa maldita mujer debía pagar por haberme abandonado.—Sí, joven. ¿Aún desea que nos deshagamos de la familia Rubalcaba? —preguntó Gerald.—No te preocupes, me encargaré personalmente de eso. Despide a la secretaria; es ineficiente y no puedo permitir errores en este momento. ¿Y qué novedades tienes sobre Andrea? —pregunté sin levantar la mirada, con mi voz revelando la rabia que sentía. No estaba de humor para nada más.—Aún no hemos sabido nada de su paradero. Parece como si
Cuando llegué a la biblioteca, encontré a José leyendo Harry Potter y a Ivy inmersa en un libro de misterio de Stephen King. Me acerqué a ellos y me senté en medio, sintiéndome feliz de tener su compañía.—Mis amores, conseguí el número de mi asesor —les informé emocionada. Ivy me miró con una sonrisa y le sacó la lengua a José en forma de broma.—Pero yo soy tu amor número uno, ¿verdad princesa? —dijo José, dándome un beso en la mejilla.Mi amiga también me besó en la mejilla y José me atrajo hacia él para darme un beso en los labios. Aunque siempre se peleaban por mi atención, sabía que ambos me amaban y eso me hacía feliz.—Mi corazón está dividido —respondí juguetonamente, provocando risas en los tres.Después de compartir un momento divertido juntos, José me preguntó si ya había hablado con mi asesor. Le confesé que aún no lo había hecho y le expliqué que Grace me había advertido que era un poco malhumorado. Los tres pensamos en una estrategia para abordar la situación.En ese mo
A uno le puso agua y al otro whisky. Luego, se acercó a mí y me entregó el vaso de agua con una sonrisa. Nos sentamos en el sofá, frente a nosotros había una hermosa mesita de centro de cristal, donde puse mi horrenda mochila.Sacando mi laptop, comencé a explicarle lo que había trabajado ese día, pero su mirada fija en mí me hizo sentir inquieta y algo incómoda. Sin decir palabra, Nicolás apartó un mechón de mi cabello con suavidad. Tragué saliva y traté de ignorar esa extraña sensación que me recorría.—Como te decía... —continué, intentando mantener mi concentración en la explicación de mi trabajo.Él me escuchó atentamente, pero cuando terminé, me dijo sin rodeos que lo que había hecho era basura, que mi tesis era horrenda.Aquellas palabras me impactaron, pero en lugar de desanimarme, me impulsaron a seguir trabajando.Pasaron varios minutos en silencio, mientras ambos nos sumergíamos en nuestros pensamientos. Finalmente, él se puso de pie. Mientras yo escribía rápidamente en la