Mis estudios universitarios son lo único que me importa; quiero ser un orgullo para mis padres.
Al llegar a casa después de un día de estudio agotador, lo único que deseaba era tranquilidad, subir a mi habitación y tomar una larga siesta. Los exámenes me están agotando y ya no creo que pueda seguir el ritmo. Una vez que bajé del taxi y entré a casa, todo parecía normal hasta que abrí la puerta. Me encontré con varios muebles volcados en la entrada, los cuadros torcidos en las paredes y todas las demás cosas destrozadas, apenas podía moverme sin tropezar. Caminé entre los objetos en el suelo, sintiendo que podría caer en cualquier momento. A medida que avanzaba por la casa, me di cuenta de que el desastre se extendía por todos lados. El caos que reinaba en mi hogar era abrumador. No podía entender qué había sucedido ni por qué. Cada paso que daba era como moverse en un campo minado, con la preocupación de tropezar con algo más y empeorar la situación. El desorden era una afrenta a la calma que anhelaba, y la incertidumbre se apoderaba de mí mientras trataba de encontrar alguna explicación lógica para lo que veía. —¿Papá? ¿Mamá? ¿Abuelo? —llamé en voz alta, pero nadie respondió. El silencio que me rodeaba era inquietante, como si la casa estuviera vacía de vida. Decidí seguir avanzando, tratando de ignorar el nudo de ansiedad que se formaba en mi estómago, y fue entonces cuando vi un charco de un líquido oscuro al final de las escaleras. Mi corazón dio un vuelco al instante. ¿Era realmente sangre lo que veía? —¿Papá? ¿Mamá? ¿Abuelo? ¿Están en casa? —pregunté nuevamente, con mi voz temblorosa resonando en el silencio. Abrí cada puerta de las habitaciones de arriba, pero no encontré a nadie. Era imposible que no estuvieran allí, especialmente mi abuelo, que es inválido y rara vez se mueve de su cama. Siempre está allí, esperándome con una sonrisa, o mirando por la ventana hasta que llego, ansioso por que lo pasee por el patio trasero. —¿Papá? ¿Mamá? ¿Abuelo? —grité, la desesperación se colaba en cada palabra. De repente, un sonido rompió el silencio. Alguien llamaba al timbre. Pensé que eran mis padres, así que corrí hacia la planta baja con el corazón en la garganta. Pero al abrir la puerta, no eran ellos. —Buen día, señorita Eva Rubalcaba, soy el detective Leonardo Lewis. Lamento informarle que su madre y su abuelo están en el hospital, mientras que su padre se encuentra en prisión por intento de asesinato —dijo el hombre con una seriedad que helaba mi sangre. —Pero, ¿esto es una broma, verdad? —pregunté, sintiendo que el suelo se desvanecía bajo mis pies. No podía ser cierto. Mis padres, mi abuelo, no, mi padre no era un asesino. Soy su hija, lo sabría si fuera así. —Por favor, acompáñeme —insistió el detective, extendiendo una mano hacia mí. —No, ¿a dónde debo acompañarlo? —pregunté, retrocediendo unos pasos, mi mente luchaba por asimilar la avalancha de noticias impactantes. —A ver a su madre y abuelo, ¿no desea verlos? —asentí, aunque una sensación de inquietud se apoderaba de mí. —Claro que quiero verlos, solo que... —«¿Por qué desconfío de un oficial?» me pregunté, sintiendo cómo la desconfianza se extendía como una sombra sobre la situación. El detective Leonardo Lewis extendió la mano, invitándome a salir de casa. Mis pasos eran lentos, cada uno marcado por la incertidumbre, pero finalmente logré salir. Las luces de la calle parpadeaban, creando una atmósfera aún más inquietante mientras avanzábamos hacia el auto patrulla. El detective abrió la puerta y me indicó que me sentara en el asiento del copiloto. —¿En qué hospital están? Podría ir sola, oficial —intenté proponer, tratando de mantener cierto control en la situación, pero mis palabras apenas sonaban convincentes incluso para mí. El detective activó el seguro de las puertas, asegurándome en la patrulla. El sonido del seguro activado resonó en el interior del auto, aumentando mi sensación de atrapamiento. —Tengo órdenes de ser yo quien la lleve —dijo el detective con firmeza, dejando claro que no había margen para discutir. —Órdenes, ¿de quién? ¿Seguro que es un detective? —pregunté, incrédula, mientras observaba cómo sacaba una cartera de su sudadera, revelando una placa plateada. Ante mis ojos, parecía auténtica, pero una sensación de desconfianza se aferraba a mí como una garra invisible. El detective guardó la cartera y arrancó el auto. El silencio incómodo se apoderó de nosotros mientras el paisaje urbano se desvanecía a nuestro alrededor, sumergiéndonos en un mar de interrogantes. Después de unos minutos de viaje en una dirección desconocida, me di cuenta de que no nos dirigíamos al hospital, como había esperado. —¿A dónde vamos? —pregunté, tratando de encontrar algo de claridad en medio de la confusión. El detective ignoró mi pregunta y se sumergió en una conversación telefónica en voz baja. Mi intriga y preocupación crecían a cada segundo. —Ya casi llegamos —mencionó finalmente, aunque sus palabras no lograban tranquilizarme. Los minutos pasaban, y mientras el auto se adentraba en un paisaje más rural y descuidado, mi inquietud se transformaba en un palpable temor. —¿A dónde vamos? —insistí, buscando desesperadamente respuestas que nunca llegaban. El detective seguía al volante, impasible, sin ofrecer ni una pizca de información. La desesperación me envolvía, y en un intento frenético por escapar, intenté abrir la puerta de la patrulla, solo para descubrir que estaba bloqueada. Mis manos temblaban mientras buscaba cualquier atisbo de control en aquella situación cada vez más angustiante. Pero, ¿quién era yo para desafiar a un oficial entrenado? Sabía que mis acciones serían inútiles, que estaba completamente indefensa frente a él. El detective intentó calmar mis nervios, pero en mi mente solo resonaba una pregunta constante: ¿Qué está pasando? ¿Por qué mi vida se está desmoronando frente a mis ojos? Finalmente, llegamos a nuestro destino. El prado descuidado se extendía ante nosotros, vacío y silencioso como un escenario de pesadilla. Las puertas de la patrulla se abrieron de golpe y, sin pensarlo dos veces, aproveché la oportunidad para escapar. Mis pies golpeaban el suelo con frenesí mientras corría tan rápido como podía, sin atreverme a mirar atrás. El miedo y el instinto de supervivencia impulsaban cada zancada. Sin embargo, antes de que pudiera alejarme lo suficiente, el detective me alcanzó con sus brazos, atrapándome en un agarre firme mientras yo pataleaba y luchaba desesperadamente por liberarme. En ese instante, me percaté de haber caído en una trampa mortal. Mi vida pendía de un hilo y no tenía a quién recurrir. Ahora, mi única opción era mantenerme con vida y desentrañar la verdad detrás de este horror que había invadido mi hogar. —Por favor, señorita, coopere. No deseo hacerle daño. Solo estoy siguiendo órdenes —dijo el hombre con voz temblorosa, su rostro era una máscara de preocupación. ¿Órdenes? ¿De quién? A pesar de mis incesantes interrogantes, el hombre se mantuvo en silencio, tomándome del brazo con firmeza mientras avanzábamos por el prado. La hierba alta acariciaba mis piernas mientras caminábamos, y el sol irradiaba su calor sobre nosotros, creando un contraste espeluznante con la situación en la que nos encontrábamos. —Por aquí, señorita —indicó el hombre, señalando hacia una figura arrodillada en el suelo. Mis ojos no podían creer lo que veían. Era mi padre, mi amado padre, rodeado por varios hombres vestidos de negro, con sus armas apuntándole. ¿Cómo era posible? Mi padre debía estar en la cárcel. Corrí hacia él, tropezando con el terreno irregular mientras mi corazón latía con desesperación. —¡Papá! —grité, desesperada, mientras las lágrimas empañaban mi visión. Antes de que pudiera alcanzarlo, un disparo rasgó el aire y mi padre cayó al suelo, sus ojos ya sin vida. —¡Papá! —exclamé entre sollozos, lanzándome sobre su cuerpo inerte, sosteniendo su cabeza entre mis manos mientras el dolor me atravesaba como una cuchilla. ¿Quién había perpetrado este acto atroz? ¿Por qué? Mi padre era un hombre bueno, incapaz de hacerle daño a nadie. La incertidumbre y la angustia se apoderaron de mí, envolviéndome en un torbellino de preguntas sin respuestas. A pesar del dolor y la angustia que me embargaban, reuní el valor necesario para plantear la pregunta que me atormentaba: —¿Por qué lo hicieron? —mi voz apenas lograba superar el murmullo de las lágrimas que inundaban mis ojos. Uno de los hombres de negro dio un paso al frente, dejando caer varios papeles al suelo ante mis pies. —Solo estamos siguiendo órdenes —dijo el hombre con un tono frío y distante—. Tu padre tenía deudas, deudas muy significativas. Incluso llegó a endeudarse en los casinos. Pidió prestado dinero a la persona equivocada. Ahora tienes un mes para reunir la cantidad adeudada, o la próxima víctima podría ser tu madre o tu abuelo. Mis manos temblaban mientras recogía los papeles esparcidos. Los ojeé desesperadamente, asimilando la abrumadora magnitud de las deudas que mi padre había acumulado. El miedo se apoderaba de mí. ¿De dónde sacaría tanto dinero? —Son unos... —Mis palabras quedaron atrapadas en mi garganta mientras una punzada de dolor me invadía y caí desmayada sobre el pecho de mi padre.En el abismo de mis sueños, reviví la escena una y otra vez.Los hombres vestidos de negro, con actitud despiadada, tenían a mi padre arrodillado, su mirada estaba fija en mí.Juré ver una lágrima escapar de sus ojos mientras aguardaba su destino incierto.Cuando finalmente emergí de las profundidades de la inconsciencia, me encontraba de vuelta en casa, tendida en mi propia cama.Mi madre estaba frente a mí, con la preocupación marcada en su rostro.La abracé con fuerza, sintiendo el alivio de su presencia y el peso de la realidad desvaneciendo el horror de mis sueños.La imagen de mi padre aún me atormentaba, pero poco a poco me di cuenta de que todo había sido un sueño.La escena macabra, la casa en desorden, las deudas abrumadoras de mi padre, todo era producto de mi mente turbada.—¿Qué pasa, cariño? ¿No te fue bien en algún examen? —preguntó mi madre, acariciando mi cabello con ternura.—Mamá, ¿y el abuelo? ¿Dónde está papá? —inquirí, confundida y aún aturdida por las imágenes p
★ Nicolás —¿No has recibido ninguna noticia sobre Andrea, verdad? —pregunté con ansiedad al investigador a cargo de localizar a mi prometida, apretando los puños con fuerza.—Lamento informarle que aún no hemos obtenido ningún indicio sobre el paradero de la señorita Collins. Sin embargo, hemos descubierto que se reunió con su padre hace unos días —respondió el investigador con voz monótona, ajustando los lentes sobre su nariz.Lo observé con desprecio, conteniendo mi impaciencia mientras seguía hablando de trivialidades irrelevantes sobre Andrea, con gestos exagerados.Me preguntaba cómo alguien podía estar tan inmerso en asuntos que no me interesaban en absoluto.Después de unos minutos, finalmente se retiró y entró Gerald, mi asistente personal, con su habitual expresión amable.—Hemos hecho lo que pediste, Evans —anunció con una sonrisa, manteniendo la cabeza inclinada en señal de sumisión.Su manía de usar mi apellido junto con el término «joven» siempre me había irritado p
A la mañana siguiente, partí rumbo a Nueva York, hogar de la distinguida familia Evans, una familia que siempre había fascinado mi imaginación.Al fin llegué a mi destino y me encaminé hacia la imponente mansión de los Evans, donde había compartido muchos años de mi vida. Al contemplar desde afuera el majestuoso patio frontal, rememoré los días de juegos con mis hermanas y mi intratable prima, Grace Anderson. Me acerqué con cautela a la puerta principal y lo primero que divisé fue a mi madre reposando en el porche, deleitándose con los cálidos rayos del sol. Con los ojos cerrados, parecía sumida en sus pensamientos mientras me aproximaba en silencio y la observaba detenidamente. Un suspiro escapó de sus labios cuando me percibió.—Solo tu padre me observa con tal devoción, pero me alegra que mi hijo pródigo haya regresado a casa —pronunció, sin abrir los ojos.—¿Cómo supiste que era yo? —inquirí, acercándome mientras ella extendía su mano para acariciar mi mejilla.—Una vez fui cieg
Al terminar el delicioso desayuno en casa, me dirigí hacia la universidad ansiosa por encontrarme con mi mejor amiga, Ivy. Las calles estaban tranquilas y el sol brillaba con una calidez que me llenaba de energía.Con paso rápido y entusiasmado, llegué a la entrada y ahí estaba, esperándome con una sonrisa radiante. Corrí hacia ella y nos abrazamos con gran ánimo, como si no nos hubiéramos visto en mucho tiempo. El aroma de su perfume floral me envolvió, dándome una sensación de confort.—Eva, te extrañamos ayer. Qué mal que no hayas podido acompañarnos, te echamos mucho de menos —dijo Ivy, con su voz llena de cariño.—Lo siento, ayer... —me quedé en silencio, las palabras se atragantaban en mi garganta. Ayer había sido el día en que presencié la muerte de mi padre a través de esa terrible pesadilla.Me sentía nerviosa e inestable. Notando mi incomodidad, Ivy me miró fijamente con preocupación.—Eva, ¿te pasa algo? Pareces diferente, ¿qué te ocurre? —preguntó con voz suave.Con un sus
—Hola —logré pronunciar, tratando de no parecer tan estúpida como seguramente creía que era en ese momento.Mi asesor extendió su mano hacia mí, y noté cómo su gesto era elegante y seguro. Sin embargo, no pude evitar sentir cierta tensión en el aire mientras nuestras manos se encontraban en un breve apretón.La maestra decidió retirarse, dejándonos solos para ponernos al día.Mi asesor y yo permanecimos allí, aún con nuestras manos entrelazadas. Incómoda con la situación, finalmente rompí el contacto y pedí cortésmente que me soltara.—Debería disculparme por casi atropellar a mi pupila —comentó con un tono algo burlón.Intenté restar importancia a aquel incidente, diciendo que no era necesario disculparse, pero él solo sonrió con más confianza. Había algo en él que me hacía sentir intimidada.—Claro que tengo que hacerlo, ¿te parece si te invito a comer como forma de disculpa? —propuso de repente.Me tomó por sorpresa, pero algo en su mirada me hizo decir sí sin pensarlo demasiado.D
—Junm —el misterioso hombre se recargó en su silla con una pose de superioridad, sin dejar de fijar sus ojos en mí. Su mirada intensa me resultaba intimidante, creando un aire de incomodidad que me llevó a bajar la cabeza, evitando que su penetrante mirada siguiera perforándome. La tensión llenó el ambiente mientras comenzamos a comer en un incómodo silencio, hasta que finalmente decidí romperlo.—La joven con la que llegó esta mañana cuando casi nos atropella a mi amiga y a mí, ¿es ella su novia? —pregunté con curiosidad. No podía evitar notar lo hermosa que era y cómo ambos lucían como una pareja sacada de una revista.—No, ella es mi prima, se llama Grace Anderson. Algo así como la jefa del jefe de tu director —respondió con una voz profunda y enigmática. Su tono dejaba entrever una conexión más allá de lo profesional.—Ah... —respondí, sintiendo una mezcla de alivio y decepción al descubrir que no estaban juntos. Aunque, debo admitir, me intrigaba conocer más sobre su relación.
Al llegar a la pollería, el señor Patrick me recibió con una sonrisa cálida y amistosa. La calidez de nuestra pequeña comunidad se manifestó a través de su regaño.—¿Por qué sales sola de casa? La próxima vez, llama para hacer tu pedido y yo lo llevaré personalmente. Nos cuidamos los unos a los otros en este vecindario.Un estruendoso ruido resonó en las afueras del restaurante, captando la atención de todos los presentes. Curiosos, nos asomamos y pudimos constatar que un automóvil había chocado contra una toma de agua en la calle, desencadenando una impresionante fuga de agua.—De nuevo, estos jóvenes de hoy en día manejan imprudentemente bajo la influencia del alcohol —comentó don Patrick mientras tomaba su teléfono para llamar a las autoridades.Decidí que era hora de regresar a casa, dejando el dinero correspondiente por el pollo sobre la barra. Caminé en dirección a mi hogar, pero opté por tomar una calle aledaña, aunque me generaba más temor que la principal. Si la calle princi
★Nicolás —Joven Nick, varios inversionistas lo esperan en Nebraska —comentó Gerald con una voz ligeramente temblorosa mientras me leía el informe de esta mañana. Su rostro reflejaba cierta preocupación.—Cancela la reunión, no estoy de humor para viajar hoy. Prefiero que las negociaciones se hagan aquí. No saldré de viaje en los próximos meses; tengo otros planes en mente —respondí con una mirada fría y decidida, sin apartar la vista de los informes que tenía entre mis manos.Necesitaba encontrar a Andrea; esa maldita mujer debía pagar por haberme abandonado.—Sí, joven. ¿Aún desea que nos deshagamos de la familia Rubalcaba? —preguntó Gerald.—No te preocupes, me encargaré personalmente de eso. Despide a la secretaria; es ineficiente y no puedo permitir errores en este momento. ¿Y qué novedades tienes sobre Andrea? —pregunté sin levantar la mirada, con mi voz revelando la rabia que sentía. No estaba de humor para nada más.—Aún no hemos sabido nada de su paradero. Parece como si