Muchas gracias por leer. Recuerda comentar, reseñar y dar like si te gusta la historia.
La carretera se abrió paso frente a ellos. No habían hablado de nada durante todo el camino y la ciudad y los autos comenzaban a quedar atrás. — ¿A dónde nos llevas? — preguntó ella, después de un rato. El bosque a los lados no dejaba entrever que hubiese civilización más allá. — De hecho… ya hemos llegado — contestó él, apagando el motor del auto. Elizabeth frunció el ceño, sin comprender, y miró a través de la ventana del copiloto. Enormes árboles no dejaban entrever que hubiese civilización, al menos no mucho más allá de sus límites. También llovía. Volvió la vista a él. — Estamos a mitad de una carretera solitaria, por si no te has dando cuenta. — Lo sé — le guiñó un ojo al tiempo que salía del auto, lo rodeaba y le abría la puerta. Extendió su mano. Ella abrió los ojos. — ¿Qué haces? — Te dije que hemos llegado. — Pero… está lloviendo — musitó. ¿Se había vuelto loco? — ¿Confías en mí? Pasó un trago. Lo hacía… por supuesto que sí, y aunque no sabía qué locura se proponí
Llegaron empapados y muertos del frío. Lo primero que hizo Elizabeth fue preguntar por su hija. — Todavía está dormida, señora — le dijo la muchacha del servicio con una amable sonrisa. — ¿Y Alina? — preguntó Leonas. — Descansando, señor. — ¿Qué dijo el doctor? — Que la bala solo le rozó la pierna, pero que estará bien. — Muy bien, gracias. Puedes retirarte. La muchacha se retiró, dejándolos solos. El vestíbulo estaba cobijado únicamente por la tenue luz de una lámpara. Se miraron, esperando a ver quién de los dos rompía el silencio. — Iré por Raquel — fue ella quien lo hizo. — ¿Te vas? — quiso saber él, en un tono bajo. — Ya es tarde. — ¿Por qué no te quedas esta noche? — le propuso de pronto. A Elizabeth se le cortó el aliento. — ¿Quedarme…? — preguntó, nerviosa, y pasó un trago — Leonas… — Beth, aunque me encantaría tenerte aquí cada día de mi vida, y verte al despertar cada mañana, no haré nada con lo que tú no te sientas cómoda, pero me quedaré más tranquilo si pasan
Sabía que no podía tratarse de nada bueno. Lo confirmó en cuanto contestó. — ¿Cómo diablos ha podido suceder eso? — cuestionó y echó la cabeza hacia atrás soltando una maldición — Mantente informado. Entonces colgó, lanzó el móvil a la cama y clavó las palmas en el ventanal de su habitación, pensando en cómo carajos iba a darle una noticia como aquella a Elizabeth. De pronto, escuchó la puerta abrirse. Ladeó la cabeza creyendo que se trataría de ella. Sonrió en cuanto descubrió a Raquel allí, bajo el marco de la puerta, enfundada en aquella preciosa pijama rosa que él mismo le había regalado y con ese ocho de peluche que antes había sido de él y estuvo guardando durante años. — ¿Leonas? — llamó ella, angelical, estrujándose los ojitos. — ¿Qué pasa, eh, pequeña? — la invitó a pasar. — Es que no puedo dormir. Creo que hay un monstruo bajo mi cama. — Mmm, así que un monstruo, ¿eh? — la cargó, ella asintió con ojos tiernos — ¿Qué te parece si esta noche duermes aquí, conmigo? — ¿P
Desayunaron como nunca pensaron que sería posible, en medio de una conversación cualquiera que incluía las miradas embelesadas de Leonas, las ocurrencias de Raquel y la risa de Elizabeth que, aunque era genuina, sabía que había algo de nostalgia en ella. A él le pareció demasiado frívolo arrasar con esa paz que de pronto la había cobijado. Quería prologar por un poco más de tiempo cualquier síntoma de felicidad que viese en su rostro. De lo que no estaba seguro es de cuánto tiempo podría sostener aquella noticia. — ¿Estás pensando en cómo ya echarme de aquí? — bromeó ella de repente, sacándolo de sus cavilaciones. Se habían quedado luego de que Raquel se hubiese ido a corretear por el jardín con las mariposas. Alina estaba con ella. Él rio. — De hecho, he estado pensando en cómo tenerte aquí por más tiempo — ahora era ella que se carcajeaba. — Siempre aprovechándote del momento. — Nunca se sabe cuándo correré con suerte — le guiñó un ojo. Ella negó con los ojos entornados, y se
Chocaron contra la pared contigua a la puerta. Rieron porque uno de los dos se golpeó la cabeza. — Auch — se quejó ella, riendo. Él tomó sus mejillas y la miró. — ¿Estás bien? — Mjum — fue lo único que pudo decir. — Muy bien — y volvió a besarla. La llevó a tientas a la mesa más cercana, apartó las cosas que había de por medio y allí la empotró. Continuó besándola. No hubo consideración o prudencia en ninguna de sus acciones, al contrario. Leonas quería poseerla y ella necesitaba que lo hiciera. Se zambulleron todavía más en aquel encuentro. Se comieron la boca y se tocaron desesperados por encima de la ropa. — Te necesito desnudo — gimió ella, sonrojada, atrevida. Leonas esbozó una coqueta sonrisa contra sus labios y tomó una de sus manos antes de llevársela a la cinturilla de su pantalón, invitándola a ella a hacer de él lo que quisiera. Los ojos de Elizabeth se oscurecieron dos tonos. Pasó un trago, y sin apartar su mirada de la suya, se hizo de la hebilla de su cinturón s
Le enjabonó los brazos y el cuello. — Oh, eres excelente con las manos — musitó ella, risueña, bajo el grifo de agua fría. Echó la cabeza hacia atrás. — Y no sabes lo que otras partes de mi cuerpo también pueden hacer— le dijo, inclinándose contra el lóbulo de su oreja. Elizabeth se erizó y se mordió el interior de la mejilla, coqueta. — ¿Me lo mostrarías? — No tienes ni que preguntarlo. Date la vuelta y coloca las manos contra los azulejos — una orden que le dejó la boca seca, pero a la que no se resistió. La sonrisa de Leonas se borró en cuanto descubrió el resultado de años de maltrato en su espalda. Había olvidado lo que ese malnacido le había hecho. Sus ojos claros se oscurecieron dos tonos Obedeció en silencio. La sonrisa de Leonas se borró en cuanto descubrió el resultado de años de maltrato en su espalda. Sus ojos se oscurecieron. Tensó la mandíbula y casi pudo masticar la ira. No era justo que su piel estuviese marcada de por vida. No era justo en lo absoluto. Su espa
Después de largos segundos, Leonas salió de su estupor, se pasó la mano por el rostro y fue tras ella. — ¡Beth, espera! — la vio bajar las escaleras. Tenía prisa por alejarse de él. Eso le dolió — ¡Beth, por favor! Ella se detuvo al final del último escalón. Él la alcanzó. — ¿Qué quieres que espere? — le preguntó con el corazón chiquitito — No quiero verte ahora. — No me digas eso — rogó, dolido. — Entonces deja que me vaya. — No puedo hacer eso… no puedo dejar que te expongas y expongas la vida de nuestra hija allí fuera — le dijo en tono pausado. Suspiró —. Beth, escucha, asumo toda la culpa por haberte ocultado algo importante en pos de protegerte, pero tu familia y yo creíamos que… — ¿Mi familia? — enarcó una ceja — ¿Quieres decir que todos lo sabían menos yo? — él no dijo nada en ese momento —. No tenían ese derecho… — Fue un error, sí, pero no puedes culparnos por intentar protegerte, por intentar… evitarte un dolor. — Oh, Leonas, cuan hipócrita se escucha eso — escupió
Elizabeth creyó estar reviviendo la peor de sus pesadillas. No, no podía estar ocurriendo otra vez. Corrió con todas sus fuerzas en dirección al grito. Leonas no la detuvo, y a cambio, cargó el arma que siempre llevaba en la cinturilla de su pantalón y se preparó para el peor de los escenarios. Se detuvieron de súbito ante el escalofriante escenario. Elizabeth ahogó un jadeo de horror. Alina estaba tirada en el piso, envuelta en un charco de sangre, apretándose la herida como tantas veces Leonas le había enseñado en caso de ser necesario. Y sonreía… la pobre mujer sonreía para que no se preocuparan por ella. — ¿No les parece que hemos vivido antes este momento? — preguntó Renato, divertido. Llevaba una pistola consigo. La misma con la que había disparado a Alina. Elizabeth apretó los puños. Su aspecto era el de un hombre acabado. Había bajado varios kilos y tenía una barba de una o dos semanas. Llevaba puesta una chaqueta desgastada, al igual que sus pantalones. Lucía fatal, lejos