Los chicos, en vez de asustarse o echar a correr, como cualquier persona sensata haría, solo se miraron los unos a los otros y rompieron a reír. Bueno... no debieron hacerlo. Un minuto después Marianne repartía pantuflazos a diestra y siniestra.—¿De verdad creen que se van a librar de esto tan fácilmente? —gritó Marianne detrás de ellos—. ¡Jay-Jay no va a ser bautizado hasta que ustedes arreglen este desastre! ¡No quiero ver esos morados en las fotos del bautizo de mi hijo!Dos días después, todos los chicos estaban sentados en la sala de Marianne con las caras esperanzadas y una carga de maquillaje que no se les veía ni un solo morete.Al final a Marianne le daba más risa poder burlarse de ellos por el maquillaje que lo enojada que estaba con ellos, y se dio cuenta de que era inútil tratar de controlar a aquellos locos.—¡Lo sentimos, Marianne! —gritaron a coro.—Vale, vale, ya basta —respondió Marianne riendo y sacudiendo la cabeza—. Ahora vamos a bautizar a mi hijo.Un par de hora
Seis meses después. Marianne estaba nerviosa. Era la primera vez que se separarían de Jay después de casi medio año, pero ya no tenían nada que temer. Sus enemigos estaban muertos y Astor, por lo que sabían, había tenido que ser recluido a una celda en solitario en una prisión de máxima seguridad, donde cumplía una cadena perpetua. Sin embargo Marianne no podía evitar que separarse de Jay fuera difícil para ella. Le dio cien mil instrucciones a Stela y Reed, y Gabriel terminó arrastrándola a la camioneta o de lo contrario no se irían nunca. Un par de horas después estaban firmando el nuevo contrato por la cabaña que acababan de comprar al pie de los Alpes y el capitán la levantó en brazos para llevarla dentro. —¿Será nuestra nueva luna de miel? —preguntó ella toda coqueta. —Sí, mi amor, será nuestra nueva luna de miel —le dijo él besando sus labios—. ¡Bienvenida a casa! —susurró contra su cabello, en lo que a Marianne le pareció un sueño. Toda la cabaña estaba hecha de madera y e
Seis años después. Marianne caminaba de un lado a otro en la pequeña antesala del nuevo consultorio de Reed. —¡Oye, oye! No tienes que estar nerviosa —dijo Gabriel acariciando sus brazos arriba y abajo—. Solo vamos a ayudar a Morgan con su condenado estudio, tampoco es como que nos vayamos a la guerra. —Ya sé, pero es que es un estudio de compatibilidad, ¿y si de repente sale que no somos compatibles? Gabriel puso los ojos en blanco. —Mocosa, ¿tú crees que a estas alturas alguien pueda decir que tú y yo no somos compatibles? Marianne sonrió mientras se acurrucaba entre sus brazos. Reed les había pedido ayuda para un estudio nuevo que estaba liderando para la universidad de la ciudad, así que Marianne y Gabriel no podían negarse. Había muchas parejas en el saloncito de espera, y Marianne había visto que muchas salían peleando de la prueba. Por desgracia Reed los había dejado para últimos, pero lo vieron sonreír con alivio al verlos entrar. Se acomodaron en el sofá frente a él y
Gabriel sintió que le tocaban la mano y se desperezó un poco. Había llegado del trabajo hacía un rato, juraba que se había sentado solo unos segundos delante de la chimenea, pero se había quedado dormido en su sillón al instante.—¿Papá...?El capitán abrió los ojos de inmediato para encontrarse con los ojos curiosos de sus gemelas. Eran dos gotas de agua.—¡Holaaaaa! ¿Cómo están las princesas de papá?Las niñas gatearon hasta subirse a sus rodillas.—¿Nos lees un cuento? —le pidió Steph—. Jay está jugando videojuegos debajo de su colcha y mamá está durmiendo a Artie. ¿Nos lees un cuento?Gabriel las rodeó con los brazos y las besó en las cabecitas. Abrió el libro de cuentos que traían y les leyó por milésima vez la historia de la Bruja bonita, que era su preferida.Estaban ya rendidas cuando Marianne entró en el salón con pasos silenciosos. Se inclinó para darle a Gabriel y beso suave de bienvenida y levantó en brazos a una de las niñas mientras él llevaba a la otra.—Cualquiera que
Morgan Reed tenía un don especial para lidiar con la gente, sin embargo eso era solo en el plano laboral, o para sus amigos. Las chicas corrían tras él, quizás porque era un psiquiatra brillante o por el estatus que le daba estar relacionado con las Fuerzas Especiales, pero Morgan jamás había tenido una relación seria y si era honesto, tampoco le había interesado nunca.Pero como en todas las reglas hay excepciones, la vida se encarga de poner frente a él justamente a la chica que está demasiado ocupada como para prestarle atención. La chica loca, la intrasigente, a la que no le interesa quedarse más allá de la madrugada. La chica con secretos, la que es justamente como él y por eso, si la quiere, tendrá que hacer todo lo que jampas pensó hacer para conquistar a una mujer.CAPÍTULO 1. Una mujer peligrosaMorgan Reed era un hombre muy consciente de sí mismo. A sus treinta y siete años, y viniendo de una familia de pocos recursos en Connecticut, había logrado mucho más de lo que la mayo
La noche no tardó en llegar y Stela se dirigió a la dirección que Morgan le había dado. Era un edificio de departamentos relativamente céntrico de la ciudad y al verlo supo que allí vivía gente con dinero. No era un edificio de lujo, pero tampoco era un lugar normal y corriente.Subió hasta el octavo piso y encontró el número del departamento. Tocó el timbre y esperó pacientemente a que Reed le abriera la puerta. Y cuando lo hizo… ¡Dios mío!Morgan Reed era simplemente…—¡Wow! —soltó, mirándolo de arriba a abajoEra un hombre increíblemente sexy. Tenía un cuerpo esbelto y musculoso, era alto y tenía unos ojos oscuros que la dejaron sin aliento. Llevaba unos vaqueros ajustados y una playera negra, pero incluso así se podía ver el contorno de sus abdominales marcados. Y su cara… Dios, su cara… Era perfecta, con esa barba cuidada y esos labios carnosos y sensuales.Stela sintió que se le secaba hasta el cielo de la boca.—¿Disculpa? —dijo Morgan sonriendo de medio lado—. Hace unas horas
Investigar a Stela Harper podía ser una de las cosas más simples de hacer en el mundo, sin embargo Reed había preferido quedarse en la superficie, le bastaba saber dónde encontrarla, y eso era estudiando arquitectura en la universidad.La última clase de la tarde había terminado y como era habitual, Stela fue una de las primeras en salir del salón, sin mirar a derecha ni izquierda, con la cabeza alta y esos cabellos negros que caían en cascada sobre su espalda. Era una mujer hermosa e inteligente, tan segura de sí misma que tenía descolocado a Morgan.No le costó mucho seguirla a una distancia prudencial sin ser descubierto, después de todo, había acompañado durante un tiempo a las Fuerzas Especiales.No obstante, cuando Stela se detuvo en una cafetería cercana a la universidad, Reed se dio cuenta de que no estaba sola, alguien además de él la estaba siguiendo.Ella ni siquiera lo había notado, pero en cuanto se dirigió al estacionamiento por su auto, aquel hombre alto y fornido, en t
Stela se lavó la cara y la boca con un cepillo nuevo, que había encontrado en uno de los cajones del mueble del lavabo, y suspiró antes de salir del baño. La sala estaba ya limpia y tenía un suave aroma a desinfectante.—Lo siento por el desastre que te hice —murmuró, pero Morgan negó despacio, cruzándose de brazos mientras se apoyaba en la encimera.—Ni lo menciones, creo que hasta me dio esperanzas sobre ti, estaba a punto de pensar que estabas realmente desquiciada. Me dio gusto ver que puedes reaccionar como cualquier persona relativamente normal.Stela levantó las cejas con un gesto desafiante y sonrió de medio lado.—¡Ah! Entonces me aseguraré de vomitar en tu moqueta más a menudo —sentenció—. La próxima vez dime dónde lo quieres, si en la alfombra del té o en la pecera.Los dos rieron por lo bajo pero pronto la situación se hizo tensa.—Hay que avisarles, lo que pasó... —empezó Morgan pero Stela lo interrumpió, negando con la cabeza.—Solo díselo a Gabriel, no quiero que Marian